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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El odio como obstáculo

Rajoy y Sánchez intoxican la solución a la crisis en una batalla de egos que se remonta a los insultos del debate televisivo

Rajoy y Sánchez.
Rajoy y Sánchez.ULY MARTÍN / SAMUEL SÁNCHEZ

El rencor, el odio o los dos problemas a la vez han intoxicado las opciones de un pacto de Estado entre el PP y el PSOE. Ni Mariano Rajoy perdona a Sánchez el insulto de indecente ni Rajoy condesciende con los improperios de Sánchez en el debate incendiario del 14 de diciembre que arbitró estupefacto Campo Vidal.

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No tuvo mucho peso el duelo en el resultado de los comicios, pero lo ha adquirido ahora, hasta el extremo de que el porvenir de una legislatura sensata y aseada parece subordinado a la arrogancia de los machos en litigio, incapaces de resguardar los espolones. Menos aún apelando a la vacuidad de la altura de miras. Rajoy y Sánchez se han ensimismado en su propia estatura, se han obcecado en el recíproco resentimiento.

Y no es el único problema. El otro radica en su estricta ambición. Rajoy que se niega a abdicar y Sánchez que parece haber interiorizado el planteamiento maximalista del todo o la nada. Han sometido ambos el interés de sus partidos a la gloria personal. Permanecer en La Moncloa o acceder a ella. Y amañar las circunstancias para conseguirlo. Rajoy, que se considera imprescindible e impone al PP una insólita omertà. Pedro Sánchez, que se ha propuesto alumbrar un engendro político, constreñido a aprender euskera por correo y a disimular en la abstracción de "las izquierdas" el derecho a colocar en una pica la cabeza de Rajoy el "indecente".

Ya explica el editorial de EL PAÍS que los puntos de encuentro entre el PSOE y el PP respecto al modelo de Estado y las eventuales reformas constitucionales sobrepasan la pugna de los egos y la ambición particular de La Moncloa. Y plantea un papel de arbitraje a Albert Rivera con la bisagra de Ciudadanos. O se abstiene el PP para favorecerlo. O se abstiene el PSOE para animarlo, pero cualquiera de los dos escenarios implica o sobrentiende que Sánchez y Rajoy abjuren de su posición visceral y hasta de su protagonismo político.

El cortocircuito expone el escenario a unas elecciones anticipadas o premia la obstinación de Pedro Sánchez. Se van a movilizar los barones para disuadirlo de su temeridad y lo hará probablemente el patriarcado, pero el líder socialista puede defender a su favor que el principio de evacuar al PP dio vuelo a coaliciones con Podemos -activas o pasivas- en varias comunidades y decenas de ayuntamientos, predisponiendo así la repetición del mismo escenario a escala nacional.

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No figuraba en esos pactos, claro, el dogma del derecho a la autodeterminación. Por eso Sánchez necesita que Podemos se lo despeje. Y que la concesión anime una investidura en cuyo desenlace podrá decirle a Rajoy: ya ves, Mariano, el debate, al final, lo gané yo.

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