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El día que el PCE empezó a ser legal

‘La matanza de Atocha’ muestra cómo la organización pacífica por parte del Partido Comunista del funeral de los abogados asesinados en 1977 fue clave para su futuro

Antonio Pedrol Rius, presidente del Colegio de Abogados de Madrid, inclinado sobre los féretros de los abogados asesinados en 1977.
Antonio Pedrol Rius, presidente del Colegio de Abogados de Madrid, inclinado sobre los féretros de los abogados asesinados en 1977.Marisa Flórez

Desde la calle del Marqués de la Ensenada, miles y miles de personas van incorporándose al cortejo.

Josefina Ferro tiene por entonces 70 años y seis hijos antifascistas, tres de ellos militantes de partidos de izquierda. Piensa que cualquiera de ellos podría haber sido una de las víctimas y decide acudir al entierro de los abogados. Va con su hija Isabel, su yerno Gustavo y los amigos Fina y Manolo, jóvenes progresistas que no militan en nada, pero viven con espanto e indignación esos momentos. Josefina es ama de casa y de clase media, pero ha comenzado a manifestarse, primero por el movimiento ciudadano y luego por los derechos de la mujer. Algo está cambiando en la sociedad española.

Su marido, Gregorio Martínez, es periodista y le va informando de lo que está ocurriendo y los periódicos no cuentan.

Así, por su marido sabe que Madrid se ha unido en torno al Partido Comunista y que se ha resuelto que el PCE organice y lidere los funerales. Porque toda la oposición democrática y los ciudadanos han exigido que el entierro sea digno y a la luz del día, por las calles de la ciudad. Madrid es así.

Silencio absoluto, puños en alto y claveles. Nada más. Y tranquilidad, mucha tranquilidad. Tanta como pedía Rosón.

Paca Sauquillo recuerda que acompaña a los muertos en un coche junto al padre Llanos porque su madre no quiere ir en el cortejo comunista. Le ha dolido que ni el Gobierno ni el Rey le hayan hecho llegar el pésame por su hijo asesinado.

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La respuesta del entierro es bastante indicativa de que se está labrando un camino sin retorno hacia la democracia

Cerca de Paca puede verse a Jesús Aguirre, futuro duque de Alba y entonces sacerdote, deshecho en llanto al paso de los féretros. Entre esas filas está el fundador de los despachos laboralistas, Manolo López, junto a la médico Carmen Pérez Aguado. Manolo ha querido estar con la base, con los obreros por los que han muerto sus compañeros. Ha desechado la invitación de asistir al cortejo oficial.

El Gobierno sigue muy preocupado y vuelve a advertir a los organizadores de la posibilidad de un ataque descontrolado por parte de la ultraderecha. Pero da igual. El cortejo avanza. No todos los asistentes pueden contener el llanto. Muchos ni lo intentan siquiera.

Manuela Carmena recuerda la enorme impresión de poder que dio el Partido Comunista en el entierro, la imagen de seguridad, de pacificadores. “¿Cómo es posible que cuando se habla de la Transición no se vea que todos estos cordones de gente eran gente del Partido Comunista? Todo esto, si se profundiza, hace pensar que la Transición fue una cosa muy diferente a lo que parece que ha sido”.

La respuesta del entierro, incluida la del presidente del Colegio de Abogados Antonio Pedrol, es bastante indicativa de que se está labrando un camino sin retorno hacia la democracia.

El PCE no puede asumir más responsabilidades en la seguridad de los participantes. Aunque muchos irán por su cuenta a los cementerios de Carabanchel, donde serán enterrados Javier Sauquillo y Enrique Valdelvira.

Ángel Rodríguez Leal será enterrado primero en el cementerio de La Almudena y más tarde trasladado a su pueblo, Casasimarro, en Cuenca. Hace un frío tremendo en La Almudena. La madre de Ángel Rodríguez le dice a su hijo José Luis, entre lágrimas, que hay que traer mantas, muchas mantas, para que su hijo no pase frío en la tumba.

Cuando el ataúd llega al cementerio acompañado por cientos de militantes portando coronas de flores, unas tres mil personas lo reciben cantando La Internacional y luego se recogen en silencio para escuchar al secretario general de Comisiones Obreras. Marcelino Camacho termina diciendo: “En el último adiós ante la sepultura, en nombre de la Confederación Sindical de CC OO, pido que sean los últimos muertos por la libertad, comprometiéndonos a seguir sus ideales, pacíficamente, como lo hemos hecho siempre”. Francisco Naranjo, sindicalista de Renfe, está entre la multitud.

Mientras, en el centro de Madrid, algunos de los que no han podido llegar a los cementerios se enfrentan a la policía que los dispersa a golpe de botes de humo y porrazos. Los que provocan los incidentes son casi siempre militantes de otros partidos que discrepan de cómo lleva el PCE la organización del entierro y consideran que ellos también tienen derecho a participar a su manera. Otras veces los generan los mismos policías encargados de mantener el orden público. No pueden resistir la tentación de abrir la cabeza de comunistas que no obedecen. Hay muchos contusos, pero pocos detenidos. En todo caso, está claro que se ha acabado la tolerancia.

La impecable y austera organización del entierro hace pensar a Martín Villa que el partido se ha ganado el respeto

La impecable y austera organización del entierro hace pensar al ministro Rodolfo Martín Villa que hoy el Partido Comunista de España se ha ganado el respeto como organización seria y democrática y su participación en la nueva etapa que se avecina. Ese es el titular que abrirá el diario Ya el 27 de enero: “El PCE se ha ganado su legalización”. El presidente Suárez, por su parte, es consciente de que no se puede marginar a un partido con una capacidad de convocatoria tan amplia y serena y con un sentido de organización tan arraigado. Y además, al margen de la manifestación de fuerza pacífica y de la solidaridad ocasional de la izquierda y la derecha democrática, el entierro de las víctimas de Atocha desarma entre la gente “de orden” muchas resistencias hacia los comunistas. Es un paso largo e imparable hacia la legalización del PCE.

Otra cosa son los militares.

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