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Mas, en la dimensión ignota

Nada ha detenido al político en su huida hacia delante desde que en mayo de 2012 predijo que Cataluña entraría en “territorio desconocido”

Cristian Segura
Costhanzo

Artur Mas (Barcelona, 1956) predijo en mayo de 2012, cuatro meses antes de la primera Diada independentista y masiva, que Cataluña entraría “en territorio desconocido”. Poco después, el presidente hablaría de “la dimensión desconocida”. Que un presidente admita que no tiene ni idea de hacia dónde va, debería asustar a más de uno. Sin embargo, en el caso de Mas, el miedo quedó compensado por algo tan sencillo como la ilusión.

El ecosocialista Joan Herrera estuvo afortunado con una expresión que definía el meollo del proceso independentista: “Ilusionismo ilusionado”. Bajo la presidencia de Mas se han esfumado partidos y coaliciones; han aparecido referendos que no eran referendos; la escuela y la sanidad funcionan mejor con menos recursos —según él—, han surgido pactos antinatura y se han prometido cosas irrealizables pero que sonaban muy bien. Napoleón dijo que “solo se puede gobernar a un pueblo ofreciéndole un porvenir. Un gobernante es un vendedor de esperanzas”. Mas ha llevado esta máxima hasta límites insospechados: la legislatura actual debía durar 18 meses hasta la proclamación de la independencia. Cientos de miles de personas le compraron este y otros faroles que le precedieron. La mitad de los catalanes ya son independentistas, han sintonizado con la “ilusión”. La paradoja es que lo han hecho al mismo tiempo que han ido abandonando al líder y a lo que queda de su partido.

“El proceso es un movimiento de abajo arriba”, “un mandato del pueblo”, que “no va de nombres”, insisten los voceros del independentismo. El vodevil que se ha celebrado en torno a Mas indica lo contrario. Mas no es un líder nato, tampoco es carismático. He hablado con Mas en dos ocasiones. La primera fue en 2001, en una entrevista que le hice para un semanario económico. La segunda fue durante la entrega de unos premios literarios en enero de 2014. En aquel primer encuentro, Mas estaba al frente del Departamento de Economía de la Generalitat y abandonaba, poco a poco, su perfil de yuppy barcelonés. Estaba a punto de suceder a Pujol al frente del partido. En la segunda ocasión, solo llevaba un año y medio como presidente y ya había recibido el castañazo de las elecciones catalanas de 2012, aquellas en las que se presentó como una suerte de líder ungido por la gracia divina que guiaría a los catalanes al paraíso. CiU cayó de 62 a 50 escaños. En aquella segunda ocasión le pregunté a Mas qué le gustaba leer. Respondió que poca —por no decir nada— novela, muchos informes y ensayos. No supo decirme ningún título concreto, pero quedó bien.

Lo que más me llamó la atención de aquel encuentro se produjo a la salida del Palau de la Generalitat, cuando un chaval de 17 años, independentista, se acercó a Mas y le dijo: “President, no nos falle”. Mas respondió: “No me falléis vosotros a mí”. Es la respuesta de alguien que se refleja en Kennedy y en Churchill. El patriotismo del Partido Demócrata estadounidense es su referente aunque el resultado, aplicado a las formas catalanas, haya sido lo que Sergi Pàmies definió como un “lenguaje melindro-pedante”.

El momento más delicado de Mas fue a causa de un regalo envenenado de su padre: una cuenta bancaria en Liechtenstein de la que su hijo aparecía como beneficiario

El lado melindro de Mas es el azúcar con el que dora su épica. Kilos de edulcorantes metáforas marineras, eufemismos y mensajes cursis. A modo de ejemplo, uno entre tantos, algunas frases del discurso que impartió en un acto de CDC de enero de 2015: “El turbo, las revoluciones de la ilusión en el proceso soberanista, ha bajado un poco. Y la ilusión es el motor del cambio”. “Tenemos que poner el turbo de la ilusión hasta arriba. El motor de la ilusión nos llevará hasta la victoria final”. “El motor de la ilusión es el viento de popa que nos lleva a Ítaca”. “Llega la consulta definitiva para la libertad de Cataluña [las elecciones del 27-S]. Estamos acercándonos al momento más trascendente en 300 años”.

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El aspecto pedante del discurso es el que rezuma superioridad nacional. Mas ha reiterado que “Cataluña sería el Massachusetts de unos Estados Unidos de Europa”. Precisamente en una visita a Boston, en 2012, aseguró que “los catalanes no somos los de la fiesta, el desenfreno y los toros”. En el libro Què en penses, Europa? (Angle), Mas dice a la escritora Krystyna Schreiber: “Si analizamos a los pueblos del sur de Europa, no hay pueblo de mentalidad más centroeuropea que el catalán […]. Porque es un pueblo que ha hecho bandera de la cultura del trabajo, del esfuerzo y de la austeridad personal. Esto no lo encontraréis igual en ningún otro pueblo del sur […]. Si un alemán mira al sur de Europa, lo que más se parece a Alemania en el sur de Europa es Cataluña”.

Mas es agradable en las distancias cortas, luce modales de educación de colegio de pago. Sería el prototipo del hereu de una familia burguesa de Barcelona si no fuera por Jordi Pujol. Mas se metió en política con discreción, empujado por nombres del lado más oscuro del pujolismo como Jordi Pujol Ferrusola y Lluís Prenafeta. Su padre fue un defraudador fiscal confeso, algo frecuente en el mundo de las familias nobles de la capital catalana. El momento más delicado de los años de presidencia de Mas fue a causa de un regalo envenenado de su padre: una cuenta bancaria en Liechtenstein de la que su hijo aparecía como beneficiario. En Alemania, un asunto así seguramente habría acabado de peor manera para el presidente, por mucho que este asegurara desconocer el asunto.

Mas como dirigente es una creación de David Madí, su lugarteniente en los años de oposición al tripartito y en su momento más dulce, la victoria electoral de 2010. El Mas business friendly se perfiló con Madí, pero también fue idea suya el Mas actual, el que ha pretendido aglutinar a los independentistas de toda índole. Madí advirtió que un error habitual de los rivales de Mas es darle por muerto. Mas ha resucitado muchas veces. En su última vida se ha reconvertido del presidente liberal en lo económico y recortador en lo público a colega de la CUP, renegando de las privatizaciones y de los casinos BCN World, defendiendo incluso en el Parlament que ningún Gobierno ha elevado tanto la presión fiscal como el suyo.

Como dirigente es una creación de David Madí, su lugarteniente en los años de oposición al tripartito

Sus adeptos y lo poco que quede de CDC lo tendrán fácil para recordarle de forma elogiosa: se llegue a la independencia, al referéndum o a una mejor financiación, podrán decir que su tenacidad y calvario lo hicieron posible. Para el resto de la sociedad, Mas será la cara visible de los años políticamente más locos que habrán vivido.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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