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EL PAÍS DEBATE
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Ahora en serio

El debate abre la campaña tras una insólita deriva de los candidatos hacia el entretenimiento

Íñigo Domínguez
Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo iglesias, este lunes.
Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo iglesias, este lunes.Uly Martín

Era como si se oyeran los carraspeos de cuando uno va a empezar a hablar en serio. Los tres candidatos del debate digital de EL PAÍS llegan un poco tocados en eso, y a lo mejor lo estaban deseando. En la memoria visual del espectador, que es frágil salvo para las chorradas, Pablo Iglesias viene de tocar la guitarra con María Teresa Campos, donde apareció después de un anuncio de pastillas de cartílago de tiburón para las articulaciones. Albert Rivera salió en el mismo programa tras una actuación de Bigote Arrocet en la que imitaba a Eros Ramazzotti. El último momento de interés mediático de ambos fue hacer el patoso con Kant, nada menos, con el respeto que se tiene en este pueblo a Kant, como en Amanece que no es poco con Faulkner. Pedro Sánchez tampoco llegaba de leer a Max Weber, sino de jugar al pimpón con Bertín Osborne. Comprobar que un candidato no tiene desarrollado adecuadamente el sentido del ridículo no deja muy tranquilo. Pero no es lo mismo un atril que un sillón. Hoy se abre la campaña en serio, la dialéctica de frente, a la cara, y hacer el indio no entra en el guion. Salvo por descuido, que es cuando hace más gracia.

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Antes del inicio, en este análisis en directo, a los tres protagonistas del debate los conocemos bastante bien, pero no juntos, es la primera vez, y no es lo mismo. Sobre todo porque así se aclaran entre ellos. Llegan los tres flotando en cierta nebulosa ideológica interesada y pegándose por un mismo espacio de votos. Sería un desastre que congeniaran y pactaran antes de tiempo, porque quitarían suspense a las únicas navidades con interés político de la democracia. Solo superadas en el calendario litúrgico por la aprobación del Partido Comunista la noche del Viernes Santo de 1977. Pero eso no sucederá. Lo bueno de este debate, para definir posiciones, es que si tienes que sacudir a dos a la vez debes elegir por quién empezar, a menos que seas Bud Spencer, y son decisivas las prioridades. Luego pueden llegar emocionantes momentos de dos contra uno. Por ejemplo, a Rivera le pueden montar un estéreo supersurround diciéndole que es de derechas. Pero también se pueden unir los dos nuevos contra el líder del PSOE, porque le están comiendo los votos por las patas.

El reparto ideológico de papeles puede ser una de las claves y estaríamos todos muy agradecidos. Lo ideal sería poder colocar a los candidatos en orden de izquierda a derecha en tres sillas, aunque lo mismo se pegaban todos por la del medio, o Sánchez e Iglesias por la de la izquierda, y desde luego ninguno querría la de la derecha. Se quedaría vacía la silla del gran ausente, Mariano Rajoy, una deferencia coherente, como estaba vacío su atril. “No puedo atender a todos”, ha dicho el líder del PP, aunque en este caso eran solo tres personas, y se da la circunstancia de que son sus principales contrincantes en las urnas. Pero Rajoy no está completamente desaparecido, sino contraprogramando una entrevista a la misma hora, que es una actividad curiosa para un presidente del Gobierno.

Es la primera vez que Sánchez se las ve en directo con Iglesias y Rivera, que tienen más tablas que él en la tele. Ellos dos, por su parte, ya se conocen del programa de Jordi Évole, donde el ambiente era más relajado, como de bar, y se cogieron la medida. Otra cosa es entrar en el equipo de debate. Lo más disputado será el papel de joven y quizá el modo de vencer sea, por una vez, no parecerlo.

En resumen, uno de los principales alicientes de hoy es que estos tres desconocidos tendrán que salir de allí y que los demás, y a ser posible ellos mismos, sepamos por fin quiénes son. Como una terapia de grupo. Rajoy, al menos en esto, nunca ha sido un problema.

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Empieza por fin el debate y el primer golpe de vista al verlos a los tres en fila ha sido como una secuencia de moda de primavera a verano: Rivera, chaqueta y corbata; Sánchez, sin corbata, e Iglesias, ni chaqueta ni corbata. Menos mal que no había un cuarto contendiente. Ideológicamente, quizá esto ya ponga un poco de orden.

Los tres han empezado un poco tensos, mirando los apuntes y repitiendo consignas. Respondiendo preguntas de examen que se sabía que iban a caer –terrorismo, paro- más que debatiendo, porque ninguno se anima a interrumpir y abrir las hostilidades. Nadie quiere empezar la pelea, pero se ve que se tienen ganas.

A los quince minutos, Pedro Sánchez ha sido el primero en empezar a desmarcarse, haciendo cariños a Rivera e Iglesias con cierto paternalismo, y dando caña a Rajoy que es lo más socorrido. Quizá espere así evitar que se la líen, porque debe de ser lo que más teme, una pinza de los chavales y que le pierdan el respeto. Pero lo cierto es que es el primero que se ha ido soltando, imponiendo su guión.

Evidentemente era lo que esperaba Rivera, reprochándole con sus referencias a Rajoy que “riñáis entre vosotros incluso cuando no está”. Ya le ha metido en el mismo saco. Y luego le ha seguido Iglesias, los dos unidos contra el bipartidismo. Y Sánchez ya se ve rodeado. Ha quedado inaugurada la primera enganchada. Rivera, que enseguida se ha lanzado, y Sánchez se han puesto tan tensos que ha tenido que mediar el propio Pablo Iglesias, que con su voz pausada parece el elemento moderado. A lo mejor es lo que le interesa, pero quizá teme quedar al margen o de comparsa, como en los sondeos, y eso nunca.

Sánchez ha elegido su enemigo, de momento, y sigue equiparando a Rivera con Rajoy, porque sabe que es lo que más le fastidia. De hecho, se gira a mirarle, mientras Rivera e Iglesias miran a la cámara o al moderador. El líder de Podemos parece encarrilado en solitario por su camino en transmitir propuestas, datos y números. Se lo sabe todo de memoria y son cosas que ha dicho muchas veces, pero se ve que quiere aprovechar la oportunidad que le ofrece esta tribuna para dar una imagen constructiva y de seriedad. Llega la primera pausa y se echa de menos un poco más de leña y mala leche, que entren a hacer daño. Con Rajoy esto no hubiera pasado. 

Tras la publicidad, Rivera ha desplegado su impronta de cambio en propuestas de educación: “Que todos aprendan inglés, como los hijos del presidente”. Aunque no estaba el presidente para preguntarle por el inglés de su familia. Aquí en todo caso es donde Iglesias ha dicho por primera vez una de sus frases favoritas: “Me congratula”. Pero también es donde ha empezado un poco de bronca con un tira y afloja a ver quién había propuesto primero cada cosa. El tuteo por el nombre entre ellos –Albert, Pedro, Pablo- ya está plenamente instaurado. Rivera ha insistido en esa idea suya tan original de que es importante ser feliz. No prometió que todos serán felices, pero casi.

En esta refriega en que Iglesias empezó a hablar de puertas giratorias y a Sánchez le tocaron a Trinidad Jiménez, el líder del PSOE sacó su vena defensiva en zona del baloncesto y se puso chulo: “Me lo esperaba de Monedero, pero no de ti”. El candidato de Podemos justo acababa de calentarse por primera vez tras pasar casi una hora de tono cercano a lo eclesiástico. En estas peleas, cuando se enzarzan dos candidatos, se ve en la pantalla partida en tres que al que se queda fuera le fastidia. Mientras Sánchez e Iglesias se zurran, Rivera traga saliva, su tic de ponerse nervioso, igual que subir la barbilla y ponerla mirando a Cuenca. Y el caso es que con estas riñas el del medio, Sánchez, siempre sale, porque le dan por los dos lados pero así gana protagonismo. Y lo cierto es que no se arredra y hasta pega cortes a los dos chicos.

La insistencia de Iglesias por el buen rollo al final ha llegado a desatar risas, porque Sánchez, el más suelto por ahora, le ha dicho que parece el moderador. Y es verdad. Así se queda el cachondeo en el aire en la segunda pausa.

A la hora de hablar de reformas constitucionales y Cataluña todos se ponen serios, además de atizarle a Artur Mas, que también es socorrido, pero Iglesias se permite “una recomendación cultural”: que todos vean Ocho apellidos catalanes. Rivera ha visto aquí su terreno –hace nueve años que se puso en bolas en sus primeros carteles electorales en Cataluña- y Sánchez aprovecha para sacudir a Iglesias, porque el único país que ha contemplado la autodeterminación ha sido la URSS. “Uhhh, qué miedo”, bromea el candidato de Podemos, que le ha recordado el referéndum de Escocia. El líder del PSOE completa así su estrategia de colocar a Rivera en la derecha y a Iglesias en la extrema izquierda. El debate le está saliendo como quería. Ha seguido sacando la artillería acusando a Podemos de pactar con Bildu en Navarra, e Iglesias ha dejado definitivamente el tono de no querer molestar.

Rivera entonces le busca las cosquillas a Sánchez recordándole que en Tarrasa y Casteldefells ha apoyado declaraciones de independencia. Pero el candidato socialista le replica rápido rememorando el pacto puntual de Ciudadanos en el pasado en con un partido facha: “No me llames independentista porque yo no digo que eres de extrema derecha, solo de derechas”. Sánchez se está despachando a gusto con frases faltonas, que no se esperaba de un chico tan formal. Iglesias apostilla: ““Rivera no es de derechas ni de izquierdas, es de lo que haga falta”. Aquí ya es todos contra todos. 

Cuando toca hablar de corrupción el líder de Ciudadanos invita a no caer en el “tú más” y por sorpresa no le saca partido al asunto. En cambio Sánchez ha logrado vender que la Unidad de Delitos Financieros, UDEF, es un invento del PSOE creado hace diez años, y que no hay ningún caso de los ocho años de Zapatero. Es curioso, pero que no esté Rajoy le beneficia, porque es su adversario natural en el “y tú más” y le hubiera saltado a la garganta. “Lamento que no esté el presidente del Gobierno”, dice precisamente Iglesias, a quien le gustaria echarle en cara el arresto de Rato, y se embarca en azotar al PP dejando que el PSOE se vaya de rositas. El líder de Podemos está demasiado serio, lúgubre y previsible.Y todavía se pone más cuando Sánchez le recuerda la condena de un cabeza de lista de Podemos de Jaén por agresión, y el candidato socialista también solivianta  a Rivera al decirle que uno de sus dirigentes era consejero de un banco rescatado. Desde luego es el que mejor se ha preparado los golpes bajos y hasta interrumpe en medio de la bronca. “No me interrumpas Pedro, no me interumpas más”, le espeta Iglesias dos veces poniéndose nervioso. "No te pongas nervioso, es que se pone nervioso", le reprocha Rivera. Sánchez también consigue que se peguen entre ellos. Rivera resopla por el morro que tiene el secretario general del PSOE al echarle en cara trapos sucios, a él que es nuevo, pero no logra pararle.

Ante otras preguntas, sobre el futuro de los pequeños municipios, la ley electoral y sueldos de políticos, Iglesias y Rivera vuelven discutir y parece que Sánchez se regodea. Por fin llega el minuto de oro.

Rivera opina que “hace falta recuperar lo mejor de España, nuestra educación, las pensiones, esperan tiempos de cambio". Concluye: "Cuento con todos ustedes, cuento con todos vosotros”.

Iglesias combina lo profesoral y lo naif: ““No voy a pedir el voto, es vieja política. Miren los programas (…) Podremos decir muchas gracias 1978, hola 2016”.

Sánchez presume de historial del PSOE, por currículum, y remata con una frase muy estudiada: “Sabemos hacerlo, ya lo hicimos y vamos a volver a hacerlo”.

¿Sensaciones? Pedro Sánchez es el que ha salido mejor dibujado, y no se podía dar por descontado. Curiosamente ha demostrado que era el que más margen tenía para la sorpresa. A los dos chicos nuevos con ganas de morderle se les ha escapado vivo y ha conseguido liarles. Rajoy se habrá preguntado más de una vez quién demonios faltaba en ese cuarto atril.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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