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El código del buen espía: discreto, eficaz y honrado

El director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) aprueba el primer manual de conducta para los 3.500 agentes secretos

Miguel González

A nadie sorprenderá que la discreción se considere la “principal virtud” de un espía, pero encaja menos con la imagen que la literatura y el cine han creado de esta profesión la idea de que se comporten “con humildad, sin buscar el protagonismo individual” o ajusten su conducta a los principios de “austeridad y rigor”.

Sin embargo, todos estos atributos deben adornar al buen miembro del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), según el código ético que el pasado 12 de octubre, coincidiendo con la Fiesta Nacional, aprobó su director, el general Félix Sanz Roldán, y que tienen ya en su poder los 3.500 agentes secretos españoles, además de poderse consultar en su página web.

El general Sanz ha querido dar espíritu propio a un servicio joven y con personal de origen heterogéneo

No es una ley, ni un decreto, ni una orden ministerial -para eso ya está el Estatuto del Personal del CNI, con su correspondiente régimen disciplinario- sino una especie de manual de doctrina y buenas prácticas.

El servicio de inteligencia es una “institución singular”, como reconoce el propio código, y relativamente joven: nació en el año 2002 a partir del antiguo Cesid (Centro Superior de Información para la Defensa); y sus agentes proceden de orígenes diversos: las Fuerzas de Seguridad del Estado (sobre todo la Guardia Civil), las Fuerzas Armadas y la sociedad civil. Aunque los militares eran inicialmente mayoría, la situación se ha dado la vuelta en los últimos años: los civiles representan ya más del 60% y las mujeres casi un tercio.

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Conseguir que un personal de origen y cultura tan heterogéneos comparta un espíritu de cuerpo y se sienta parte de una comunidad con identidad propia es el objetivo de este código, que el general Sanz tenía en mente hace años y por fin ha visto la luz tras recibir el visto bueno de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, de la que depende el servicio secreto.

Una comisión de expertos ha trabajado durante meses en su elaboración, recibiendo sugerencias y analizando derecho comparado, aunque no es fácil hallar modelos extranjeros. Lo más parecido serían las ordenanzas de las Fuerzas Armadas, quizá por la formación militar de muchos de sus responsables. Se estructura en un preámbulo, 17 principios y un epílogo. Es en el primero donde especifica que todo su contenido debe interpretarse “dentro del más estricto acatamiento a la Constitución y las leyes”. Algo obvio. Pero no superfluo.

Tampoco sobra que se recuerde a los espías que, cuando decidan recurrir a “los procedimientos especiales que permite la ley” para obtener información, como pinchazos telefónicos o entradas en domicilios, deben guardar “la debida proporcionalidad, en función del riesgo o amenaza que se pretenda combatir”.

O que, a la hora de elaborar análisis de inteligencia que pueden influir en la decisión que adopte un Gobierno, busquen la objetividad e independencia, incluso de sí mismos, evitando que sus propias “creencias o convicciones [...] afecten a la imparcialidad de sus informes”.

Como se ha dicho, “la discreción será su principal virtud”, por lo que no sólo “guardarán rigurosa reserva” sobre toda la información que conozcan por su trabajo, sino que “evitarán que su vida profesional trascienda de su entorno familiar más íntimo”. Es decir, se admite implícitamente que su cónyuge sepa a qué se dedica, pero pocos más.

Si la discreción es la mejor virtud de un espía, la vanidad debe ser el peor defecto. Así se deduce del código, que insta a los agentes a renunciar “tanto a dar publicidad a sus éxitos como a defenderse de los ataques más injustos”; y a practicar “la humildad y el espíritu de equipo, sin buscar el protagonismo individual ni el reconocimiento público”.

El código aconseja emplear "con proporcionalidad" métodos como pinchazos o registros

Teniendo en cuenta que los espías manejan fondos reservados, controlados pero opacos, el código subraya “la honradez como principio rector” e insiste en que el uso de recursos públicos “se ajustará siempre a los principios de austeridad y rigor”, empleándolos solo “para los fines previstos” y evitando su “desaprovechamiento y despilfarro”.

La “plena disponibilidad para prestar servicio cuando y donde se les exija”; su sentido de la responsabilidad, aceptando siempre “las consecuencias de su actuación”; o el afán de superación, mediante la formación y el estudio permanentes, son algunos de estos principios rectores.

Si se cumplieran, los agentes españoles serían superagentes: leales, abnegados, íntegros, nobles, generosos, ejemplares. Todos los principios se resumen en uno: al servicio de España, los espías “obrarán siempre bien”. Quizá porque, llegado el caso, solo a los más honrados se les puede confiar el trabajo más sucio.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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