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El ordenador del padre de Asunta, ¿mentira familiar o chapuza judicial?

Los hermanos de Alfonso Basterra corroboran la versión de que el portátil no fue ocultado

Rosario Porto y Alfonso Basterra este martes en el juicio por la muerte de su hija Asunta.
Rosario Porto y Alfonso Basterra este martes en el juicio por la muerte de su hija Asunta.ÓSCAR CORRAL

Sentada en el sofá del pequeño salón del piso de su hermano, Rosa Basterra asistió al registro de la vivienda el jueves, 26 de septiembre de 2013, cinco días después de la muerte de Asunta, su sobrina de 12 años. Los análisis forenses ya habían revelado entonces una alta concentración del ansiolítico lorazepam en la digestión de la niña y Alfonso Basterra, el padre de la menor, ya había sido detenido por orden del instructor del caso. "A mano izquierda, desde el sofá, veía todo el tiempo apoyada al lado del cubrerradiador la funda del portátil", ha recordado este martes la hermana del acusado. "Estuvo allí desde el primer día y nos extrañó que no se lo llevasen".

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Tanto ella, que asistió a esa entrada domiciliaria, como José María, otro de los hermanos, han insistido en que el ordenador de Basterra —según la investigación, esfumado y buscado durante tres meses— no se movió del piso durante los días del duelo ni en aquel sonado registro. Y, además, ambos han negado que el acusado les hubiera dado instrucciones para ocultarlo o borrar su contenido.

El portátil del padre de Asunta apareció a finales de diciembre de 2013, durante un registro que se llevó a cabo cuando la abogada del acusado apremió al juzgado para una última visita, porque la prisión se anunciaba para largo y su cliente no podía seguir pagando el alquiler. En ese registro apareció a primera vista —con solo entrar por el pasillo de la entrada, efectivamente, junto a la caja del radiador— el ordenador metido en su funda. También el teléfono móvil del investigado, guardado en el cajón de una mesilla.

Poco tiempo después, cuando ya se habían revisado los objetos incautados y existía un informe pericial al respecto, fuentes de la investigación aseguraron a este diario y a otros medios de comunicación que el disco duro había sido cambiado y que una de las referencias para saberlo era que se habían localizado dos huellas dactilares en él, una por arriba y otra por abajo. Las huellas, según ilustraban estas fuentes, demostraban que el ordenador no había llegado a ser encendido con ese disco dentro, porque, "si no, el calor del aparato las habría fundido". Hasta el momento del juicio, esa ha sido la versión más extendida. Basterra presuntamente habría confiado a una mano invisible la tarea de borrar el rastro de numerosos archivos.

La semana pasada, un guardia civil que trabajó con esta computadora no pudo confirmarlo ni desmentirlo. El agente aseguró, sin embargo, que decenas de miles de archivos habían sido borrados, pero reconoció que probablemente casi otros tantos seguían dentro del sistema. Otros agentes insistieron en que en los primeros registros no se llevaron de casa de Basterra ningún ordenador y que incluso en aquellos primeros días habían comentado que "era raro que un periodista no tuviese" un portátil. Pero también admitieron que, al principio, "no era eso" lo que tenían orden de buscar.

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El registro en el que —si es que realmente estaba— nadie más que la hermana de Basterra vio el ordenador duró, según ella, "menos de media hora". Era un piso muy pequeño "y había 10 personas metidas en el salón". Tanto Rosa, que vive en un pueblo de Burgos, como José María, que tras el funeral de su sobrina regresó a su lugar de residencia, en Santa Cruz de Tenerife, podían acogerse a su derecho a no declarar para no perjudicar a un familiar. El juez presidente del jurado popular les ha advertido de esto y también de que el falso testimonio puede llegar a penarse con la cárcel. Pero ambos se han prestado a contestar a todas las preguntas. Rosa asegura que llegó a contar esto mismo en la televisión, pero nunca ante la justicia. Hasta ahora. "Porque nadie me ha llamado antes", se ha defendido.

Su hermano José María afirma, sin embargo, que él fue a decírselo a la Guardia Civil cuando salió la noticia de que el instructor, José Antonio Vázquez Taín, había encontrado al fin el ordenador. Él ya no estaba en Santiago el 26 de septiembre, pero también dice que el ordenador estuvo arrumbado en la misma esquina visible todo el tiempo que él permaneció alojado en aquel piso. Asegura que su hermana, al ver que los agentes se llevaban otras cosas de la casa, le dijo que se le llegó a pasar por la cabeza comentarles a los especialistas en criminología de la Guardia Civil: "Oigan, disculpen, ¿y el ordenador no se lo llevan?".

Los últimos testigos del juicio por el supuesto asesinato de Asunta Basterra Porto son los que han desfilado este martes por la sala de vistas y darán paso, el miércoles, a los primeros peritos, de una lista de casi 60 que expondrán al jurado popular los resultados de sus informes hasta el próximo 21 de octubre. Al margen de las nuevas dudas sobre el ordenador suscitadas por los hermanos del padre de Asunta, lo que ha salido a la luz este martes a través de los primeros testigos no aclara nada sobre los acontecimientos del sábado, 21 de septiembre de 2013, cuando la niña compostelana de 12 años fue sedada con Orfidal y después asfixiada, según el juez instructor, por sus padres adoptivos.

El director del penal de Teixeiro (A Coruña), donde cumplen prisión preventiva Rosario Porto y Alfonso Basterra, también ha comparecido. Carlos García ha explicado que los dos presos fueron incluidos, nada más llegar hace dos años, en el protocolo de prevención de suicidios. Aunque después se les retiró, se tomó la precaución de mantenerles la figura del interno de acompañamiento —que consiste en tener un recluso vigilante durante las 24 horas— para evitar cualquier intento de autolesión.

A pesar de todas las precauciones tomadas, "durante un cacheo practicado en su celda", según el director de Teixeiro, a Porto "se le cursó un parte disciplinario al descubrirse que no estaba tomando el medicamento que tenía prescrito a diario y que, en su lugar, lo acumulaba". Cuando a la madre de Asunta, que sufre depresión y de joven —según su psiquiatra— intentó "autoeliminarse", se le preguntó por qué guardaba esa cantidad de fármaco, alegó que "era para devolver a los servicios médicos".

El director de la cárcel también ha explicado que las veces que ha mantenido reuniones con Porto la encontró "hundida", "en un llanto continuo" y que, "por unas circunstancias o por otras", la presa siempre "ha reiterado en las conversaciones a su hija". "He notado que quería hablar de su hija, de lo que compartían, de los proyectos que tenía para la niña... de algún viaje", ha dicho Carlos García.

Otro de los testigos de esta mañana ha sido el propietario de una ferretería del centro de Santiago que, según ha dicho, en varias ocasiones acudió a los domicilios familiares (el piso de Rosario Porto y el de los abuelos maternos de Asunta, ya fallecidos, que estaba siendo reformado para la acusada y su hija) a cambiar cerraduras. Este profesional ha sembrado nuevas dudas cuando ha asegurado, con los apuntes de su negocio en la mano, que el cerrojo del piso de la calle Doutor Teixeiro, donde residían Porto y Asunta, fue cambiado el 9 de enero de 2013, no después del misterioso suceso del 5 de julio en el que supuestamente un extraño penetró en la vivienda e intentó estrangular a la niña, según la versión de la madre.

Hasta ahora, a lo largo de este juicio, que ya cumple su décima jornada en la sala, se había oído la versión de que el cambio de cerradura se produjo, precisamente, tras ese asalto nocturno que nunca ha sido aclarado. Tanto Asunta en vida como su madre aseguraron que ese suceso fue real, que un hombre no muy alto, vestido de negro y con guantes de látex, entró en la vivienda y atacó a la menor, dos meses y medio antes de su muerte. Rosario Porto, no obstante, nunca llegó a denunciar ante la policía este caso. Pero dijo que, tras los hechos, mandó cambiar la cerradura. Ahora, sin embargo, el dueño de la ferretería a la que solía acudir esta familia no corrobora esa fecha. Habla, en cambio, del 9 de enero, justo después de la separación de los padres de Asunta dos días después de que él, en vísperas de Reyes, descubriera que su esposa le era infiel.

El testigo ha relatado, además, que aquel día, cuando el cerrajero llegó al domicilio de Doutor Teixeiro, se sorprendió de que la clienta quisiese cambiar la cerradura cuando el mecanismo estaba "perfecto". Le preguntó el motivo a Porto y esta le contó que "le habían entrado en el piso y se habían querido llevar a la niña". La ahora acusada por la muerte de su hija también le dijo que "había mucha gente que tenía llaves de la casa".

Las sobras del revuelto, cuatro días después

S. R. P.

Igual que Alfonso Basterra tiene mano con la cocina y hacía a diario la comida para su exesposa y su hija, el hermano del acusado es cocinero profesional y su hermana ha trabajado en la hostelería. Después de la ceremonia por su sobrina en el tanatorio, José María Basterra cuenta que en Santiago asistió a una cita con amigos de la familia, convocados en el piso de Rosario Porto. A causa del trance que estaban pasando, llevaban "cuatro días comiendo pizzas" y él propuso acercarse al piso de su hermano, situado a 300 metros, para ver si el frigorífico le ofrecía alguna alternativa.

"Yo la comida la cuido mucho", ha explicado este martes ante el jurado popular. No abrió el congelador, donde supuestamente Basterra guardaba una serie de recipientes con los que ahora intenta construir su coartada; unas fiambreras que, según él, preparó y etiquetó con la fecha del día de la muerte de Asunta y cuya preparación le habría ocupado la tarde entera. José María solo abrió la nevera y de ella se llevó, para comer con los allegados, "albóndigas, algo de queso, pollo, un resto de espaguetis y el famoso revuelto de champiñones". Esa había sido la última comida de su sobrina y la presunta vía por la que, tal y como sospechan los investigadores, se le suministró a la pequeña el Orfidal con el que se anuló su capacidad de lucha antes de ser asfixiada.

Los dos hermanos del padre de Asunta han recordado que supieron de la muerte de la niña por boca del abuelo paterno. "Me llamó mi padre a las tres y cuarto de la tarde, nunca se me olvidará", ha contado José María, "luego yo llamé a mi hermano y me lo encontré en un delirio de llanto". Ya en el tanatorio, la primera impresión que tuvo al ver al acusado (que entonces no se sabía sospechoso) fue la de estar viendo "a un viejo".

A Rosa Basterra, la hermana, también recibió la trágica noticia de boca de su padre. El abuelo de Asunta se presentó en el restaurante en el que ella trabajaba. "Estaba pálido, pensé que le daba un ataque al corazón", ha rememorado hoy esta mujer. "Me dijo que Alfonso había llamado llorando para decir que habían matado a Asunta… Ahí me empezó el tembleque".

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