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“He pasado un infierno indescriptible, los peores 4.000 días de mi vida”

Entrevista con el hombre que lleva 11 años en prisión por violaciones que no ha cometido Reino Unido confirma ahora que el ADN hallado no era suyo, sino de un asesino británico

A la izquierda, Romano van der Dussen antes de su ingreso en prisión en septiembre de 2003. A la derecha, el británico Mark Dixie.
A la izquierda, Romano van der Dussen antes de su ingreso en prisión en septiembre de 2003. A la derecha, el británico Mark Dixie.

Romano Liberto van der Dussen lleva 4.268 días y sus noches atormentado por la palabra violador. Le han llamado monstruo, depredador sexual, hijo de puta, mierda, bestia. Le han dicho que no merece vivir. Durante los 11 años y medio que este holandés ha pasado encerrado en prisiones españolas ha recibido de sus compañeros incontables palizas, insultos, amenazas —“vas a morir, perra”—. Ha pasado meses aislado en una celda sin ver a nadie para salvaguardar su integridad física. La vida no es fácil en la cárcel, pero lo es aún menos si estás dentro por haber violado a mujeres indefensas. En la ética del talego, ese crimen no se admite.

Sin embargo, el holandés nunca intentó violar a tres mujeres en Fuengirola (Málaga) en la madrugada del 10 de agosto de 2003, delitos por los que fue condenado a 15 años y medio de cárcel. Lo hizo un británico llamado Mark Dixie. La policía española lo sabe desde 2007 y Reino Unido acaba de confirmarlo con una nueva muestra de ADN del inglés. No solo eso. El propio Dixie ha reconocido ahora que probablemente esté relacionado con esas agresiones sexuales y ha ofrecido su colaboración. Pero, a pesar de todo, Van der Dussen continúa en prisión.

El caso está ahora en manos del Tribunal Supremo, tras interminables diligencias y comprobaciones que han tardado ocho años en llevarse a cabo. “Mientras tanto, mi vida ha sido destrozada”, relata en buen castellano Van der Dussen a EL PAÍS en la cárcel de Palma de Mallorca, donde cumple pena en estos momentos. Entró en prisión con 30 años. Ahora tiene 42.

El holandés recuerda su historia en un locutorio de la cárcel mallorquina. Es domingo, día de visita, y alrededor hay un enjambre de niños hablando con sus padres presos. A él casi nunca va a verle nadie. Su madre murió y su padre, enfermo, vive en Holanda. Van der Dussen está solo. Vestido con una camiseta Nike y unas bermudas, aún podría pasar por un turista joven. Su rostro, sin embargo, es una mezcla extraña de tristeza, ira, incredulidad y exasperación.

Ha pasado por siete prisiones en 11 años y medio. Siempre había líos, problemas con su condición de violador, y tenían que trasladarlo. Málaga, Granada, Murcia, Valencia, Castellón, Alicante, Palma... Ha recorrido toda la costa de prisión en prisión. Espera que esta sea la última, pero ya no está seguro de nada.

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“Mi vida ha sido destrozada”, dice Romano van der Dussen en prisión

—Llevo 11 años en la cárcel por delitos que no cometí. He pasado un infierno indescriptible, los peores 4.000 días de mi vida. Durante este tiempo he visto personas apuñaladas, otras que se han suicidado, violaciones por una deuda impagada... Todo esto me ha provocado daños irreparables. Estoy bajo tratamiento psiquiátrico. Tomo psicofármacos para tratar el estrés postraumático y tengo múltiples trastornos psicológicos. He perdido hasta mi propia dignidad como persona ¿Cómo voy a creer en la justicia?

El holandés llega al locutorio lleno de papeles. Ha tenido mucho tiempo para estudiar detenidamente su expediente. Cuando fue encarcelado apenas hablaba el idioma, pero usaba un diccionario para entender el Código Penal, La Ley de Enjuiciamiento Criminal, la Ley del Tribunal Constitucional... Once años después, habla un más que correcto español.

—Empecé a leerme las leyes porque estaba convencido de que no se habían hecho bien las cosas. Una buena investigación policial y judicial no acaba con un inocente en prisión. Poco a poco me fui dando cuenta de distintas irregularidades, de que no había tenido una buena defensa letrada, de que las identificaciones que hicieron las víctimas no se habían llevado a cabo correctamente, de que no se habían investigado todas las pruebas... Pero procesalmente ya era tarde. Una vez que te condenan, demostrar tu inocencia es muy complicado.

Esta historia comenzó para él el 2 de septiembre de 2003. En esa época, vivía en la localidad malagueña de Benalmádena en casa de unos amigos que no le cobraban alquiler. Había trabajado en una heladería, pero esta cerró y él se quedó sin empleo. Cobraba el paro en Holanda y con ese dinero se apañaba. No había tenido una vida fácil. Sus padres, incapaces de hacer frente a sus obligaciones familiares, pidieron ayuda a los servicios sociales holandeses cuando él tenía ocho años. Los veía de tanto en tanto, pero pasó toda su infancia y adolescencia internado en centros de protección. De allí salió con 17 años y una fuerte adicción al éxtasis y la cocaína.

—Pasé por varias clínicas de desintoxicación. Me fue bien, y durante una época llegué incluso a trabajar una larga temporada en un hotel del aeropuerto. Cuando llegué a España, estaba limpio.

Aquel 2 de septiembre de 2003, unos agentes de policía le arrestaron cerca de la playa. Más tarde le informaron de la acusación: era el sospechoso principal de haber agredido sexualmente a tres mujeres en Fuengirola durante la noche del 10 de agosto entre las 4.30 y las seis de la madrugada. El modus operandi había sido el mismo en todos los casos: el atacante se acercaba a la chica, la golpeaba violentamente, con puñetazos incluidos, y trataba de violarla. El hombre no pudo consumar ninguno de los intentos de violación por la aparición de algún coche o vecino, pero las tres mujeres, de 19, 29 y 33 años, quedaron aterrorizadas.

Los recuerdos de las víctimas y de una testigo eran de un hombre de complexión fuerte, pelo acaracolado o rizado... Pero para dos de ellas era rubio; para otras dos, castaño oscuro. Para una, tenía el pelo largo; para otras dos, corto. Una decía que medía 1,75; otra, que más o menos 1,85... En todo caso, parecía que se trataba de la misma persona por las similitudes en los ataques y la enorme cercanía en el espacio y en el tiempo de las agresiones.

La sentencia condenatoria no hacía referencia a las muestras de ADN que lo exculpaban

La policía comenzó a investigar el caso y a enseñar álbumes de posibles sospechosos a las víctimas. Van der Dussen aparecía en uno de ellos. Había tenido algunos altercados callejeros que desembocaron en antecedentes policiales por resistencia a la autoridad y por una pelea con su novia. Nunca fue condenado, pero su rostro quedó en esos álbumes. Se los enseñaron a una de las mujeres y no reconoció a nadie. Doce días más tarde, sin embargo, el 22 de agosto, ella y otra de las víctimas sí identificaron “sin ningún género de duda” al holandés. Lo hizo también una testigo que había visto al atacante desde su balcón.

Una de las mujeres dudó más tarde. En una rueda de reconocimiento en el juzgado, el 1 de octubre, dijo que Van der Dussen era más bajo que el agresor y que no estaba totalmente segura de que hubiera sido él. Pero, en el juicio, dos víctimas y una testigo se mostraron convencidas de que el holandés era el atacante. La tercera víctima sufría de estrés postraumático y amnesia y no recordaba nada.

Con esas identificaciones, y a pesar de que el ADN hallado en una de las agresiones sexuales no coincidía con el suyo, Van der Dussen fue condenado por la Audiencia Provincial de Málaga a 15 años y medio de prisión por tres agresiones sexuales, lesiones y robo con violencia. La sentencia no hace referencia a los restos de ADN hallados en el intento de violación de la primera víctima, ni argumenta el porqué esta prueba exculpatoria no se tomó en consideración. El condenado ha dado, durante años, vueltas y más vueltas a esa resolución.

—Nunca entendí cómo me sentenciaron habiendo ADN que me exculpaba. Tampoco fue normal el reconocimiento en rueda, en el que, sin cumplir lo que exige la ley, me metieron a mí, con mi aspecto de extranjero, junto a españoles morenos que no se me parecían en nada. Además, yo presenté tres testigos que podían acreditar dónde estaba esa noche, pero nadie les llamó a declarar: ni la policía, ni la fiscalía, ¡ni siquiera mi abogado! Y, finalmente, cuando la policía recuperó el bolso y la cartera de dos de las víctimas, que se había llevado el atacante, no tomaron las huellas dactilares de esos objetos. Son cosas que nunca podré entender. Supongo que es tranquilizador tener un culpable, aunque no sea el verdadero.

Van der Dussen siente que estaba condenado antes de que comenzara el proceso.

—Yo no estaba muy preocupado porque creí que estas cosas no pasaban; que era imposible, en un país del primer mundo, acabar en la cárcel por un delito que no habías cometido. Entiendo que el resto de los presos no creyeran en mi inocencia. Me decían: ‘si no has hecho nada, ¿por qué estás aquí?'.

Él reconoce abiertamente sus altercados previos con la policía, y sabe por qué aparecía en sus álbumes fotográficos de sospechosos.

Ha recibido palizas, insultos y amenazas de muerte en siete cárceles españolas

—Me había metido en algún lío, sí, aunque nunca fui condenado. No era un santo, es cierto. Pero eso no me convierte en un depredador sexual. Jamás agredí a esas mujeres. Nunca lo habría hecho. Mi madre sufrió una violación cuando tenía 14 años y nunca lo superó. Era católica y no quiso abortar. Mi hermanastra es fruto de esa agresión sexual y mi madre vio siempre la cara de su violador en la de su hija. He vivido ese trauma muy de cerca.

Van der Dussen nunca volvió a ver a su madre. Ella no aguantaba la idea de tener a un hijo violador y jamás vino a visitarlo a España. Murió hace unos años de cáncer.

—En ese momento, cuando ya se encontraba muy mal, pidió poder despedirse de mí a través de videoconferencia, pero no fue posible. No pude decirle que la quería muchísimo y que no había agredido a ninguna chica. Falleció sin que yo pudiera demostrar mi inocencia.

Tres años después de la detención y encarcelamiento de Van der Dussen, otro crimen, aparentemente sin relación alguna con él, se resolvía a 2.000 kilómetros de Málaga. Una modelo de 18 años, Sally Ann Bowman, había sido violada y asesinada en Londres en septiembre de 2005. Mark Philip Dixie, un hombre con múltiples antecedentes por violentas agresiones sexuales, violaciones y robo, fue arrestado un año después y condenado a 34 años de prisión. En 2006, tras la detención, su perfil genético pasó a la base de datos Veritas de Interpol... y la policía española constató que encajaba con la violación de Fuengirola en la que se había hallado ADN y por la que fue condenado Van der Dussen.

Un informe de la policía científica de 23 de marzo de 2007 informó al juzgado encargado del caso del hallazgo y señaló que, según sus datos, era 54 millones de veces más probable que ese ADN fuera una mezcla de Mark Dixie y la víctima de Fuengirola que de cualesquiera otras dos personas elegidas al azar. De todas formas, recomendaban ampliar los marcadores genéticos de Dixie pidiendo una nueva muestra a Reino Unido.

—En ese momento vi el cielo abierto. Pensé que finalmente empezaba a clarificarse la verdad y que ese iba a ser el desenlace de la pesadilla; que unas pruebas científicas iban a demostrar mi inocencia de una vez y descubrir al verdadero culpable.

Pero la sencilla petición de la policía española ha tardado ocho años en cumplimentarse. Todo han sido problemas entre el juzgado de Fuengirola, la Audiencia Provincial de Málaga, las comisiones rogatorias a Reino Unido... Hasta que el letrado de Van der Dussen no acudió al Supremo en 2011 para pedir la revisión de la condena, nadie se tomó en serio el caso ni tuvo prisa en averiguar si había un inocente en prisión.

Lo que dice la nueva muestra genética

Cuando el británico Mark Dixie fue detenido en Londres en 2006 por asesinato y violación, su perfil genético pasó a la base de datos de Interpol. Se supo entonces que coincidía con los restos de ADN hallados en una de las violaciones del 10 de agosto de 2003 en la localidad malagueña de Fuengirola, la única en la que se encontró material genético.

El ADN hallado era una mezcla de la víctima y de un varón desconocido. Ese varón desconocido no era el sospechoso investigado, Romano van der Dussen, según acreditó la policía científica por escrito. Pero este dato exculpatorio no se tuvo en cuenta en la sentencia y el holandés fue condenado.

En 2007, la policía española emitió un nuevo informe: era 54 millones de veces más probable que el ADN hallado fuera una mezcla del británico Dixie y de la víctima de la violación que de cualesquiera otras dos personas. Pero, como en el perfil de Interpol faltaban algunos marcadores, se recomendaba que se solicitara a Reino Unido una nueva muestra genética de Mark Dixie.

Esta prueba con todos los marcadores genéticos acaba de llegar a España, ocho años después, y corrobora, según un experto forense consultado por este periódico, que el ADN hallado en Fuengirola es compatible con el perfil de Dixie. No lo es con el de Van der Dussen.

El alto tribunal no dio la razón al holandés, pero sí pidió, el 14 de febrero de 2012, que se agilizara el proceso con Londres. Tres años después, el pasado 26 de febrero, finalmente, el informe británico ha llegado al juzgado de Fuengirola. Y, como se esperaba, los nuevos marcadores de Mark Dixie son también coincidentes con el material genético hallado en la violación.

El informe ha llegado además acompañado de otro documento: la declaración de un funcionario de prisiones que habló con Dixie. El preso le dijo que “puede que estuviera involucrado” en el delito de violación cometido en España, y que “no quería que hubiera alguien cumpliendo una pena en prisión por algo que no había hecho”. Por ello, dijo que “estaría encantado de colaborar con cualquier investigación referente a este asunto”.

Con estos nuevos papeles, el abogado de Van der Dussen, Silverio García Sierra, ha acudido de nuevo al Supremo. Los usó primero para pedir en el juzgado permisos de salida para el preso, pero han sido denegados. Ahora, el alto tribunal tiene de nuevo el asunto en sus manos. “Yo solo sigo en este caso porque creo en la inocencia de este hombre”, dice García Sierra, a quien le tocó de oficio tramitar un recurso de amparo ante el Constitucional del holandés y ha continuado después con él por pura convicción. “No te puedes creer cómo se ha llegado a esta situación”. En el locutorio de la cárcel de Palma, Van der Dussen se despide tras 40 minutos de charla. Pregunta si es normal que la justicia tarde tanto.

—Solo estoy a la espera del desenlace de esta pesadilla. Espero que se aclare todo y que el responsable de los hechos pague por ello. Nada ni nadie podrá reparar el daño que se me ha causado con este cúmulo de irregularidades, pero no me quedan fuerzas ni para tener rencor. Lo único que quiero es que esto termine de una vez.

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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