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Columna
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Arriba y abajo, izquierda y derecha

Podemos, afirma el partido, no es de izquierdas ni de derechas, es de abajo, de los desfavorecidos, frente a los de arriba, la casta

No conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla, según nos ilustró Heinsenberg. Así está sucediendo respecto a ese nuevo fenómeno político, Podemos. El modo en que su secretario general, Pablo Iglesias, está siendo interrogado privilegia un ángulo de conocimiento en detrimento de otros que permanecen ciegos. Además, las expectativas que marcan las encuestas están configurando las actitudes de todos los agentes políticos y sociales. La escalada demoscópica se ha traducido en cotas de poder que en la esfera mediática son tenidas muy en cuenta porque desafiarlas acarrearía consecuencias indeseables.

Su respuesta, como aquella de “manzanas traigo”, ha buscado el descoloque del interlocutor intentando cambiar los terrenos

Reconozcamos que nuestro líder ha aceptado someterse al interrogatorio de algunos periodistas pero también que entre tantos aspirantes a entrevistarle ha sabido elegir combinando lo útil con lo desagradable. Por ejemplo, todos deseaban saber la ubicación del movimiento que lidera, sobre la línea izquierda-derecha. Su respuesta, como aquella de “manzanas traigo”, ha buscado el descoloque del interlocutor intentando cambiar los terrenos, como sucede en la lidia taurina que quieren abolir. En suma, ha rehuido el eje horizontal, el de las abscisas, donde se encontraba la pregunta y ha preferido desplazarla al eje vertical, el de las ordenadas. Podemos, se le oyó responder, no es de izquierdas ni de derechas, es de abajo, de los desfavorecidos, frente a los de arriba, los de la casta, según la viñeta de Chumy Chúmez del 5 de junio de 1971 en el diario Madrid.

Es decir, ante quienes le piden su identidad, exhibe la denominación de origen que más puede compartir la audiencia. Es como si recordara los versos de José Martí: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. Claro que esa oportunidad de echar su suerte con los pobres, sólo la tiene quien de antemano está fuera de la pobreza. Para ser pobre por elección se requiere otra procedencia distinta de la impuesta por la necesidad más o menos heredada. Además, la pobreza electiva mantiene abierta la posibilidad de salir de esa condición, recuperando los antecedentes a los que se había renunciado para incurrir en ella. Que exista esa posibilidad de escape hace más meritoria la permanencia junto a los desheredados porque remite a la voluntariedad pero parte de una escisión infranqueable, la misma que existe entre los cooperantes y sus pupilos. Los primeros pueden ser evacuados, los locales seguirán enraizados de modo insoslayable sobre el terreno. O sea, que para ayudar a los desfavorecidos hay que haber empezado a dejar de serlo.

Pasar la prueba de las urnas, bajo el principio de “un hombre, o una mujer, un voto”, sin diferencia alguna que atienda a la condición del elector, debería, en principio, ser un obstáculo insalvable para la derecha liberal nihilista, que impulsa la desigualdad hasta llevarla a los extremos ineficientes descritos por Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI. Una desigualdad rampante, que multiplica la opulencia de los privilegiados, empobrece a los demás y aumenta el número de los excluidos. Pero el escrutinio de las papeletas supera muchas veces esa dificultad y encumbra al poder a los pocos de arriba porque es capaz de merecer confianza de los muchos de abajo. De todas maneras, también los de Podemos son de la misma pasta, la ingeniería social que pretendía el hombre nuevo terminó en catástrofe totalitaria y la cizaña de la optimización fiscal deberá ser corregida allí donde brote. Continuará.

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