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“No podemos vivir con el lobo”

Los ataques al ganado se disparan en Ávila y enfrentan a ganaderos y ecologistas. Al sur del Duero está prohibida su caza

Guillermo Altares
Luis Miguel Candil, ganadero El Barraco, Ávila, con los mastines y las vallas para protegerse de los lobos.
Luis Miguel Candil, ganadero El Barraco, Ávila, con los mastines y las vallas para protegerse de los lobos.carlos rosillo

“O  los lobos o los ganaderos. Juntos no podemos estar”. El vaquero Pedro San Segundo no cree que exista una solución intermedia para un problema que se ha convertido en una obsesión para los ganaderos de Ávila. Cada mañana, al rayar el alba, se acerca a dar pienso a sus vacas, desperdigadas en las dehesas de la sierra, cerca de Navalacruz. Y cada día lo hace con el temor a encontrarse con que ha sufrido un nuevo ataque. “La convivencia es imposible”, insiste.

Es el primer día de frío del otoño, a principios de noviembre, y la niebla se cierne sobre las estribaciones de Gredos, una jornada muy adecuada para ambientar un paisaje que ha vuelto a ser tierra de lobos. Las vacas se arremolinan en torno a San Segundo, que señala un prado cercano: “Allí he visto al lobo. Cómo voy a estar tranquilo”. Este ganadero tiene 170 animales y ha perdido 11 en ataques. Asegura que ha tardado unos cuatro meses en recibir las indemnizaciones de la Junta: “Son de risa, 150 euros por un ternero que podría valer 500”.

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A pocos kilómetros, en el municipio de El Barraco, rodeado de las cabras que vigila un imponente mastín, el cabrero Luis Miguel Candil asegura: “No vendería este perro ni por 600 euros. No quiero ni saber la cantidad de ataques de los que me ha librado”. Apunta que la presencia del lobo le ocasiona unos gastos importantes: ha construido una valla, tiene que mantener encerradas a las cabras y hacerse con mastines.

La presencia de grandes depredadores parece que pertenece a otra época o a otro lugar. Sin embargo, España cuenta con la mayor población de lobos de Europa Occidental —entre 2.000 y 2.500 ejemplares, según los censos autonómicos— y el problema va en aumento mientras el depredador avanza hacia el sur de la Península. Ávila es el territorio con el mayor conflicto. La Junta de Castilla y León mantiene que esta provincia es el lugar donde más ataques se registraron en 2013: 179 con casi 200 cabezas de ganado muertas, frente a 97 ataques y 149 animales perdidos en 2012.

La Junta presentó el verano pasado un nuevo censo del lobo que certifica el avance de la especie: existen 179 manadas, de las que 152 (132 en 2001) están al norte del río Duero, y 27 (17 en 2001) al sur. El Duero representa una frontera clave, marcada por la UE en una directiva de 1992. El lobo, que se considera especie de “interés comunitario”, es más numeroso y puede cazarse al norte del río —y se cazan muchos, esta temporada 200—. Al sur del Duero no está permitida su caza, aunque puede regularse: las autoridades pueden matarlos para controlar su número.

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Las poblaciones más importantes se encuentran en Galicia, Asturias y Cantabria. En estas regiones, aunque hay protestas de ganaderos, el conflicto es menor porque nunca se han abandonado las medidas tradicionales de protección, como el empleo de mastines o recoger el ganado. En algunas de estas zonas la caza está autorizada.

En Ávila, sin embargo, donde la Junta calcula que ahora hay seis manadas, los ganaderos no están acostumbrados a lidiar con el lobo. Carlos Vilá, profesor de investigación del CSIC, afirma: “Este conflicto deriva de la llegada reciente del animal a la zona. Es un impacto muy desproporcionado, porque los daños son mucho mayores que en otras regiones con más lobos”. “En un sitio donde el ganado está en régimen extensivo, unos pocos lobos pueden hacer muchos destrozos”, explica el naturalista Juan Carlos Blanco, uno de los máximos expertos españoles en este mamífero. “Es un problema bastante difícil de resolver, aunque se pueden tomar medidas. Los mastines ayudan mucho”.

José Miguel Arranz, director del Medio Natural de la Junta, indica que es un problema “creciente”. Esta provincia, con el apoyo de la Diputación y de 185 municipios, se declaró en 2013 “tierra libre de lobos”, una forma de pedir al Gobierno regional, sin especificar cómo hacerlo, que no haya este tipo de animales en Ávila.

“Aquí no se puede hablar a favor del lobo”, asegura un miembro abulense de Equo, experto en lobos, que pide no ser citado por su nombre. “Nadie ha hecho un análisis y ni siquiera sabemos si son lobos o perros los que atacan. No hay ningún lobo radiomarcado para seguir sus movimientos, tampoco se hacen análisis de ADN cada vez que hay ataques para saber si son los mismos individuos”. Pone como ejemplo los comentarios desatados contra el lobo en una noticia en el diario local Ávilared que informa de uno de los últimos ataques: cuatro reses muertas a apenas unos kilómetros de la capital descubiertos el lunes 3 de noviembre. El último se produjo el lunes, cerca de Las Navas del Marqués, con un ternero de seis muerto. Por ahora no se han producido envenenamientos, ni existen datos sobre caza ilegal, aunque la Junta ha abatido cinco lobos (el último a finales de octubre) para controlar la población.

“No queremos matarlos, pero sí recluirlos donde no hagan daño”, explica Julio López, del sindicato agrario UPA-Coag de Castilla y León. “Los ganaderos están hartos. De la ganadería depende el desarrollo rural. Si ellos se van, este modo de vida desaparece”. Los daños ascendieron en 2013 a 1,5 millones de euros, según sus datos. Existen indemnizaciones, pero para los ganaderos no resultan suficientes. “Estoy en esto porque me gusta. ¿Por qué los ecologistas defienden sólo a los lobos y no a los otros animales?”, pregunta San Segundo.

Tanto este ganadero como el cabrero Candil poseen mastines y, sin embargo, aseguran haber sufrido ataques. Jaime Yuste, propietario de una explotación de ovejas, sufrió en octubre un ataque a pesar de esos perros y de las vallas. Siete ovejas murieron y otras 19 resultaron heridas. Como sus compañeros, cree que la presencia del lobo resulta incompatible con su actividad, que, mantienen, ya plantea demasiados quebraderos de cabeza económicos y es especialmente dura.

“El problema son las posiciones extremas”, asevera Arranz. “La conflictividad por los daños al ganado es el único peligro para esta especie, que se adapta muy bien. Los ganaderos tienen que aprender a convivir con algunos lobos y los ecologistas tienen que entender que no puede haber lobos en todos lados”, apostilla

Declarado una alimaña durante gran parte del siglo XX, el lobo fue cazado de forma sistemática hasta dejarlo al borde de la extinción. Sin embargo, la situación cambió cuando fue declarado especie cinegética –cuya caza está regulada– o protegido según las regiones en los años setenta. El famoso capítulo sobre el lobo ibérico de Félix Rodríguez de la Fuente en El hombre y la tierra, fue fundamental para el cambio de sensibilidad social. Ángel Sánchez, de la organización ecologista El Lobo Marley, la más activa en la defensa del cánido, cree que este avance es reversible si no se protege la especie de forma mucho más estricta. “El conflicto con el lobo no es tal. Está siendo utilizado como chivo expiatorio para otros problemas que padece la ganadería. Afecta a menos del 1% de las ganaderías. No digo que no haya problemas en algunos lugares; pero los ganaderos tienen que tomar medidas, no pueden hacer lo que ha venido haciendo en las últimas décadas cuando no había lobos”.

El conflicto entre el lobo y el hombre está enraizado en la cultura popular de Europa, desde los cuentos hasta los capiteles románicos. Pero también existe una profunda admiración por un animal bellísimo –la leyenda fundacional de Roma con Rómulo y Remo alimentados por una loba es su máxima expresión–. Y, como se puede comprobar en Ávila, se ha convertido en un cuento de nunca acabar.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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