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La caída del eterno aspirante

Ruiz-Gallardón dimite como ministro y deja la política siendo un subalterno, sin el apoyo de los suyos ni la simpatía, que tuvo, de sus adversarios

Renunció de joven a ser pianista porque no era el mejor. Fue casi el mejor (el número dos) en su oposición a fiscal, pero lo dejó también para entrar en política e intentar ocupar un día el trono de mejor entre los mejores: el de presidente del Gobierno. Ha dimitido siendo un subalterno, sin el apoyo de los suyos —nunca lo tuvo— y sin la simpatía, que sí tuvo, de sus contrarios. Alberto Ruiz-Gallardón (Madrid, 1958) abandonó ayer la primera línea de la política atrapado en las arenas movedizas de una ley que el presidente Mariano Rajoy le encargó y que él defendió sin matices hasta el último día: la del aborto. Deja atrás 32 años de vida pública ininterrumpida. En diciembre cumplirá los 56.

Alberto Ruiz-Gallardón
Alberto Ruiz-GallardónSCIAMMARELLA

La trayectoria de Gallardón ha tenido tres fases. Una arrolladora, la primera (1983-1995): la del alumno aventajado de la derecha española, protegido de Manuel Fraga, secretario general del PP, brillante orador en la oposición en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid; azote de los socialistas Tierno Galván y Joaquín Leguina. Otra feliz, la segunda, ya en el poder (1995-2011): la de las cinco mayorías absolutas consecutivas (dos en la Comunidad, tres en el Ayuntamiento), la de la gloria de saberse necesario para unos (su partido) y apreciado por los otros (fue durante años el político más popular de España a izquierda y derecha), la de una política de inversiones públicas faraónicas en un momento de bonanza económica.

La tercera fase, la de la caída: la decisión de Rajoy de no incluirlo en la lista para las elecciones generales de 2008 —ya entonces estuvo a punto de dimitir, pero no lo hizo—, los enfrentamientos con Esperanza Aguirre que siempre ganaba ella en el PP madrileño, y por fin el aterrizaje en el Gobierno. Pero no ya como presidente, sino como ministro. Y con el encargo expreso de elaborar una ley quemante, controvertida por necesidad: la del aborto. Una ley que él escribió —dictada por Rajoy o no, eso nunca se sabrá si ellos no lo cuentan— y que él defendió con entusiasmo, pero que él no aprobó en soledad. Fue aprobada por un Consejo de Ministros, con el imprescindible visto bueno del presidente que ayer anunció su retirada.

Entregado a la defensa férrea de esa ley —y de otras decisiones también polémicas de su mandato, como el endurecimiento del Código Penal, la imposición de tasas, la reforma del Poder Judicial o distintas medidas que muchos interpretaron como un paso hacia la privatización de servicios judiciales—, el antaño “verso suelto” del Partido Popular giró hacia una actitud de disciplina e identificación total con su partido y su presidente. El resultado fue, sin embargo, que se fue quedando más solo de lo que nunca había estado, sin un apoyo expreso del PP y, a la vez, desplomado en los índices de popularidad entre la población que un día le encumbró como líder centrista.

Casado y con cuatro hijos varones, el político que empezó con Fraga y fue verso suelto frente a Aznar dice adiós con Rajoy. Se va el eterno aspirante a presidente (el nunca lo admitió, los suyos siempre lo supieron); se va después de tres décadas de cargos públicos, 20 años en el poder y un año —desde que el anteproyecto de ley del aborto fue aprobado en primera vuelta— para perderlo. Es difícil saber si Alberto Ruiz-Gallardón se quedó a un paso del trono que anheló durante una vida o si en realidad ese trono nunca estuvo a su alcance. También es imposible saber cuál será su futuro a corto o medio plazo. Si será en la empresa privada o como fiscal o abogado. Si algún día volverá a la política —ayer lo descartó— o si intentará algún día volver al piano.

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