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Un humanista que transformó Bilbao, su pasión

Culto, amante de la libertad, criticó a ETA y el afán independentista

El alcalde de Bilbao, en enero pasado.
El alcalde de Bilbao, en enero pasado.LUIS TEJIDO (EFE)

Lúcido, recostado frente al amplio ventanal de su casa ubicada junto a la Ría de Bilbao y frente al Museo Guggenheim, Iñaki Azkuna ha aprovechado su última semana con vida para no dejar recados pendientes. Así ha ido distribuyendo su testimonio vital sin permitir la compasión entre quienes siempre le despertaron confianza. Atravesado por las últimas sacudidas desesperadas de ese cáncer de próstata que nunca ocultó desde que le fue detectado en 2003, el alcalde más querido y respetado en la historia de la capital vizcaína no ha sido indiferente ni en su despedida.

Azkuna se va después de haber transformado Bilbao, una pasión a la que se entregó desde su estreno como alcalde, en 1999, paradójicamente con los votos de la izquierda abertzale, un sector ideológico a quien siempre, incluso cuando tuvo que refugiarse en la silla de ruedas tras su penúltima salida del hospital, afeó su comprensión de la violencia etarra.

Humanista, fiel retrato rápido de un renacentista melómano, culto, enciclopédico, conversador desde la preocupación intelectual, este vecino de una familia nacionalista de Durango, que supo inocular sin demasiado esfuerzo los genes del bilbaíno atrevido, socarrón y callejero, era, ante todo, un amante de la vida en libertad.

Implacable sin fisuras ni dobleces con el terrorismo, ácido ante cualquier veleidad independentista de su partido (PNV), siempre tuvo el cariño y la comprensión hacia las víctimas de la violencia de ETA. Liberal convencido desde el debate abierto aunque enérgico y firme en sus convicciones, ha abrazado a Miguel de Unamuno hasta potenciar su rehabilitación cultural sin preocuparse jamás de las reticencias nacionalistas que provocaba.

Azkuna era un buen amigo y un mal enemigo. Conversador infatigable mientras escrutaba con rapidez las razones que escuchaba, siempre ha seleccionado las compañías. Precisamente junto a este reducido pero fiel círculo —José Luis Sabas, Andoni Aldekoa, Ibon Areso, principalmente— ha confiado la hoja de ruta de su ambiciosa apuesta por un Bilbao del siglo XXI hasta conseguirlo. Eso sí, infranqueable a la mínima extravagancia. Siempre se jactó de que por su despacho nunca pasó un intermediario. “Por algo será”, decía más de una vez el alcalde de Bilbao como aviso a navegantes.

Republicano de sentimiento pero sin estridencias, siempre entendió la estabilidad del país como principio de la imprescindible convivencia en paz. Azkuna se ha ido con la preocupación del futuro de Cataluña y de España. Se lo dijo hace apenas tres semanas al propio rey Juan Carlos, durante el encuentro privado que mantuvieron en el domicilio del alcalde. El monarca siempre ha agradecido el sentido del diálogo entre el alcalde y el príncipe Felipe en sus reiteradas visitas a Bilbao.

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Criticado incluso entre simpatizantes del PNV por ese acercamiento al españolismo, Azkuna jamás reparó en exhibir sus diferencias con la apuesta soberanista del entonces lehendakari Ibarretxe, a quien siempre criticó con respeto sin perder nunca la amistad. Complacido con su admitida condición de verso suelto dentro de su partido, se sabía garante de un granero electoral que el PNV difícilmente podrá mantener en su ausencia. También le ocurrirá a su asiento del patio de butacas del palacio Euskalduna cuando llegue la próxima función de la ópera. Un vacío difícil de cubrir, sobre todo por sus amigos con quienes no compartirá las bilbainadas durante el recorrido de ese txikiteo dominical que acababa en La Viña antes de recoger su almuerzo.

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