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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En busca de la credibilidad

Invocar los errores y abusos de los rivales como si sirvieran de excusa o prestaran indulgencia a los cometidos en las filas propias es inaceptable

La Conferencia Política celebrada el pasado fin de semana por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) deja a su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, con un respaldo indiscutible, que enseguida le será discutido por quienes han quedado en evidencia, como sucedió después del congreso de Sevilla. Volverán con las metáforas de los dorsales y la tripulación de refresco reclamada desde Miami o desde la plaza del Callao. Se reduce del 10% al 5% el número de avales necesarios para presentarse como candidato a las elecciones primarias abiertas a la participación de los simpatizantes. Un experimento hasta ahora inédito, que de paso puede abrir un conflicto de legitimidades con quien haya sido elegido secretario general en el congreso del Partido. Y se fija el compromiso de que sea en el comité federal previsto para diciembre donde se determine la fecha para esos comicios partidarios.

Fue visible el cierre de filas desde las primeras intervenciones de Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, y de Javier Fernández, presidente del Principado de Asturias. Las votaciones registradas en los foros sobre Crecimiento y empleo, Reformas constitucionales, Democracia, Bienestar y Fiscalidad desairaron a los enmendantes adictos al desafío, que, inasequibles al desaliento, prefirieron no obstante considerarse ganadores. Desde luego, los escenógrafos se emplearon a fondo en la sesión de clausura. Primero, los sucesivos coordinadores dieron cuenta de las conclusiones adoptadas. Siguió un turno de palabra para el líder de los socialistas canarios y vicepresidente del Gobierno del archipiélago, José Miguel Pérez. También compareció la vicesecretaria, Elena Valenciano, quien en lugar de exigir sacrificios, rectificaciones y conductas irreprochables, quiso asegurar a los presentes el pronto regreso al gobierno de las Comunidades Autónomas y al Gobierno de España.

Breve interrupción para eliminar el mobiliario, excepto el atril, y sembrar de cubos blancos el estrado, que pasaron a ocupar los de Juventudes en apretado haz. Entonces la pantalla, siempre en movimiento, ofreció un espectáculo como el de los fuegos artificiales de la playa de la Concha en las fiestas patronales de San Sebastián y la música del “la, la, la” sin letra, solo apta para el tarareo, subió al máximo de decibelios atronadores, mientras iniciaba su descenso por la escalera central del auditorio la procesión que encabezaba el líder rodeado del poder residual, es decir, Susana y Javier, y de las figuras de referencia, los presidentes González y Zapatero, además de la vicesecretaria Elena Valenciano y otros acompañamientos menores.

Alfredo Pérez Rubalcaba llegó al atril. Se desprendió de la chaqueta, ajustó los micrófonos a su altura, hizo los agradecimientos de ritual y dijo a las compañeras y compañeros que el PSOE está de vuelta con más ofertas, mirando a la izquierda. Ahí han quedado las propuestas a la búsqueda del tiempo perdido. Pero para conectar y ganarse el voto de los electores, falta todavía recuperar la credibilidad, sacar a los corruptos de las filas socialistas sin condescendencia alguna, cada vez que intenten, y lo intentarán, acampar en ellas, comportarse de modo intachable en el servicio público, evitar la convalidación del “y tú más”, e inaugurar la ejemplaridad debida. Porque la honradez personal de los líderes es condición necesaria pero no suficiente. Son juzgados con mayor severidad y han de responder del comportamiento de sus entornos. Pero a quienes metan la mano en beneficio propio, de sus socios, amigos o parientes, apropiándose de dineros del erario público, no cabe mostrarles condescendencia alguna, ni ofrecerles tregua indefinida hasta que llegue el improbable día del juicio. Se impone proceder a la alemana, descartándolos de modo fulminante.

Esa es la diferencia que el público anhela. Invocar los errores y abusos de los rivales como si sirvieran de excusa o prestaran indulgencia a los cometidos en las filas propias es inaceptable. El tiempo de mirar para otro lado ha caducado. La primera exigencia tiene que ser hacia dentro. Que sigan los demás con sus festines, que no dejen a nadie atrás, que salven a Bárcenas, con sus 50 millones de euros ganados en buena lid, y de paso a toda la saga de tesoreros admirables al cargo de unas cuentas de las que nadie en la cúpula partidaria se responsabiliza, que destruyan las pruebas, que prescriban los delitos fiscales, que llegue el sobreseimiento esperado en diciembre. El circuito de reconocer in extremis el error sin reparar sus consecuencias, de manifestarse decepcionado y de proponer nuevas leyes se ha agotado. Más que leyes, ahora hacen falta conductas. Continuará.

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