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“Lo que hizo mi hijo me parece fatal”, dice la madre del asaltante de los Bárcenas

Enrique Olivares, sin trabajo, cobra solo una pensión de 300 euros

F. Javier Barroso
Rosalía Iglesias (derecha), con su hijo y su abogada.
Rosalía Iglesias (derecha), con su hijo y su abogada.KIKO HUESCA (EFE)

Adoración García, de 89 años, es temerosa a la hora de contestar a la puerta. Vestida con una bata azul, de entrada afirma que no quiere saber nada de ningún periodista. Es la madre de Enrique Olivares García, de 64 años, el hombre que irrumpió la tarde del pasado martes en la casa del extesorero del PP Luis Bárcenas, en la calle del Príncipe de Vergara, de Madrid. Pese a sus problemas de corazón y de mala circulación en las piernas, al final acepta hablar: “Lo que ha hecho mi hijo me parece fatal. Si esos señores han robado, ya tendrán que pagarlo ellos, sin que él se hubiera metido por medio”.

La octogenaria reside desde hace unos 45 años en un barrio céntrico de Cuenca construido por el Ministerio de la Vivienda. Desde hace unos 12 años, también convive con ella su hijo Enrique, que se separó de su esposa y que tiene un hijo de 32 años y una hija de 30. “Cuando se separó, como buena madre, yo le acogí en mi casa”, reconoce Adoración.

Olivares no tiene trabajo. Solo se recibe una pequeña pensión de más de 300 euros, después de que le quitaran otra de unos 500 euros que cobraba. “La culpa la tiene la nueva esa que entró, la Cospedal [presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha], que se la retiró de repente”, afirma la madre con gran entereza y coherencia, pese a su avanzada edad.

En el rostro de la mujer se refleja el dolor y el sufrimiento. “¿Cómo quiere que esté después de saber que mi hijo seguro que acaba en la cárcel, justa o injustamente, después de lo que ha hecho?”, se preguntaba tras la puerta entreabierta de su domicilio, con la cadena de seguridad puesta. Recuerda lo que ocurrió el pasado martes: “Mi hijo se levantó y me dijo que se marchaba a Madrid. No me dijo nada de lo que iba a hacer. No me sorprendió porque muchas veces iba a huelgas y manifestaciones”. Y añade: “Si yo pudiera, también iría, sobre todo porque no hay derecho que una familia entera tenga que vivir con la pensión de un mayor”.

Se levantó y me dijo que se iba a Madrid. No me explicó lo que iba a hacer

Su hijo se despidió anunciándole que volvería por la noche. Ella no le dio la mayor importancia, ni le preguntó más. El disgusto llegó cuando se enteró de que el hombre que había entrado en la casa de Bárcenas era Enrique, el mayor de sus dos hijos (Enrique tiene una hermana de 57 años), que hacía años había trabajado en unos almacenes de Cuenca y que emigró a Latinoamérica (Argentina y México, entre otros países). Regresó a principios de la década pasada. “Desde entonces nunca ha tenido trabajo. Los puestos que había entonces se los quedaban para ellos, para los enchufados, o se los daban a los de fuera”, protesta Adoración.

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Lo que no sabe la mujer es de dónde sacó su hijo el revólver de finales del siglo XIX que utilizó para intimidar a los cuatro moradores del piso de Bárcenas: “En mi casa nunca ha habido ni armas y mucho menos munición. No tengo ni idea de cómo se hizo con él. También han hablado en la tele de que llevaba un maletín, pero tampoco hemos tenido de eso”.

“Estoy muy mal. Lo estoy pasando fatal. Tengo muchos años, sufro del corazón y no puedo estar de pie más de dos minutos. Y ahora me dan este disgusto, por el que mi hijo puede acabar en la cárcel”, se lamenta Adoración. “En ningún caso vi a mi hijo preocupado ni me comentó sus intenciones”, añade. Al poco, cansada, cierra la puerta con la mirada baja y triste detrás de sus gafas de pasta. De fondo, se escucha la telenovela.

La noticia ha sido una sorpresa en este populoso barrio de Cuenca construido hace unos 45 años sobre una eras. “¿Están seguros de que es ese, el que vive en el primero, el que ha hecho lo de Bárcenas? Sí da la impresión de no hacer nada, de que sufre algo mental, pero no para montar todo eso”, comenta una chica.

Algunos vecinos explican que Olivares era “un lobo solitario” y que no se relacionaba casi con nadie. Se pasaba bastantes días sin salir de su casa y por el barrio no se metía en problemas. “Sabíamos que era una persona conflictiva, que había tenido bastantes problemas cuando estuvo en el extranjero, por lo que preferíamos no tener ningún encontronazo con él”, admiten algunos conocidos. Con los que sí tenía alguna relación y a veces se le veía beber alguna litrona de cerveza era con un grupo de drogadictos de su misma calle.

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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