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La reforma de las pensiones ahonda el pulso en el seno del PP

Batalla en el equipo económico frente a dos reformas clave: pensiones y Administración Los barones, inquietos por sus elecciones, intentan frenar medidas impopulares

Carlos E. Cué
SCIAMMARELLA

Si Mariano Rajoy no fuera un líder conocido por su aversión a los cambios, todos en el PP darían por hecho que ha llegado el momento de hacerlos. El anuncio de la pasada semana es de tal gravedad política, según la práctica totalidad de los miembros del Gobierno y dirigentes populares consultados, que nadie dudaría de que es el paso previo a una gran revolución interna. El Gobierno admitió a los 16 meses de llegar a La Moncloa, tras alcanzar los 6,2 millones de desempleados, que lo más probable es que no logre en cuatro años el principal objetivo por el que fue elegido: reducir el nivel de paro. “El 26 empezó una nueva legislatura, hemos admitido preventivamente nuestro fracaso. Un suicidio así solo se explica porque nos obliga Bruselas, pero en cualquier otro país europeo implicaría cambios profundos”, resume un dirigente. Pero Rajoy es Rajoy, y nadie apuesta por grandes vuelcos.

Eso sí, a falta de vías de escape, la situación es realmente explosiva en el PP y el Ejecutivo. Como en otras ocasiones delicadas, como en 2008, tras la segunda derrota, ha llegado un salvavidas inesperado e involuntario para Rajoy: Esperanza Aguirre. Su reaparición y sus críticas apiñan automáticamente a todos los marianistas y a los barones autonómicos en torno al presidente: nada une más que el enemigo común. Esa, la soledad de Aguirre, es la fotografía que esperan encontrar los marianistas hoy, cuando el presidente ha citado a su cúpula.

Rajoy, aparentemente impasible, vive montado en un barril de pólvora con varios puntos de fricción potencialmente explosivos, según analiza la mayoría de los dirigentes consultados. Bruselas, un sector del Gobierno, el empresariado, la banca y el ala más liberal del partido presionan para hacer reformas mucho más profundas. Rajoy ha ganado tiempo con la última oleada de cambios suaves. Pero no le queda mucho.

Rajoy no quiere tocar el Gobierno pero hay dudas con su funcionamiento

En pocas semanas tiene que resolver dos asuntos clave que pueden hacer estallar al Gobierno, al partido y a la calle: primero, las pensiones. Tanto Bruselas como un sector del Ejecutivo encabezado por Luis De Guindos presionan para hacer una reforma muy a fondo, que implicaría reducir el coste pero a la vez podría provocar un estallido social y un desgaste definitivo del Ejecutivo. Los barones territoriales, cada vez más inquietos con las encuestas y la sensación de que la crisis no remontará antes de sus elecciones, claman al Gobierno para que no les hunda más tocando las pensiones o con otras medidas antisociales. Rajoy trata de bajar esa presión convocando a sindicatos y patronal para buscar un acuerdo sobre pensiones y otros asuntos. Parece improbable. El presidente ha despreciado de momento al PSOE y en La Moncloa insisten en que no cuentan con ellos porque les ven escorados a la izquierda luchando para evitar que crezca IU.

Los barones, asustados por unas cifras de paro que creen que se los puede llevar por delante, están inquietos con el otro gran asunto que Rajoy ha prometido resolver antes del verano: la reforma de la Administración. Esta supondrá más destrucción de empleo público, más protestas y más desgaste. Todos la temen. Y por eso se retrasa una y otra vez. Algunos dirigentes creen que Rajoy actúa con mucha cautela no solo por su estilo, sino porque teme realmente un estallido interno, un descontrol en el PP.

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Lo sucedido con la reforma local es un buen ejemplo. Rajoy prometió en julio de 2012 acabar con un tercio de los concejales y una profunda reforma, eso sí sin eliminar las diputaciones que tanto aprecia —empezó su carrera presidiendo la de Pontevedra— y en su partido muchos desprecian. Después de una rebelión de sus alcaldes y cuadros provinciales, la reforma ha ido suavizándose y aún no ha llegado a las Cortes.

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El PP no es la balsa que aparenta. Y lo sería mucho menos si las tesis de Bruselas y de sectores del Gobierno triunfaran y se tocaran además en las próximas semanas el seguro de desempleo o el sueldo de los funcionarios, se endureciera la reforma laboral o se retocara el IVA. Antes del consejo del 26, el Gobierno vivió una intensa batalla entre los dos sectores habituales liderados por Guindos y Cristóbal Montoro, con todas estas últimas cuestiones encima de la mesa. Esta vez ganó el ministro de Hacienda, pero esta es una partida que nunca acaba.

En la política española están empezando a pasar cosas que no habían pasado nunca. Como ver a un Gobierno tratando de defenderse de las críticas internas de una expresidenta autonómica como Aguirre exhibiendo que ha destruido 370.000 empleos públicos. Lo hizo Soraya Sáenz de Santamaría el viernes. Y ahí está uno de los grandes problemas del Ejecutivo. Su política de recortes destruye empleo. Por eso está intentando frenar sus propias decisiones de 2012. Pero a la vez algunos sectores le piden que intensifique esa política, como Aguirre.

Algunos enemigos de la expresidenta de Madrid, muy molestos estos días con sus críticas, recuerdan las enormes contradicciones entre su discurso y sus prácticas. De hecho, Madrid es, con Cataluña, la comunidad que entre 2008 y 2012 más empleo público creó de forma neta en toda España, según la EPA, mientras otras como Andalucía o Galicia lo destruían.

El Gobierno, pese a que externamente mantiene las apariencias, está muy dividido. No es solo la batalla entre Guindos y Montoro. Algunos miembros del Ejecutivo, dirigentes del PP y barones territoriales ven incluso dos grupos claros: por un lado los ministros más vinculados al partido, que quieren ir con más calma precisamente para no aumentar el desgaste, la tensión interna y la posibilidad de una debacle en las autonómicas y municipales de 2015. Entre ellos estaría Montoro, Fátima Báñez o Ana Mato, todos ellos muy vinculados a Javier Arenas, hombre fuerte del PP. Estos contarían con el respaldo de la vicepresidenta y de Rajoy, ambos de perfil similar y muy cautelosos.

Otros, más dispuestos a cambios radicales, serían Guindos —único ministro importante que no es militante del PP— y otros como José Manuel Soria, muy cercano a Guindos, Miguel Arias Cañete o Ana Pastor, estos tres últimos muy de partido y aparentemente más dispuestos a privatizaciones o decisiones impopulares.

Bruselas, Guindos, banca y patronal y el ala liberal piden reformas profundas

El funcionamiento del Gobierno es una de las cuestiones más discutidas internamente estos días en el entorno del PP. Algunos barones territoriales cuentan que el Ejecutivo es muy accesible, pero poco operativo. Es relativamente fácil hablar con los ministros, todo son buenas palabras, pero cada uno está en su asunto y falta dirección política, explican. Nunca se sabe bien en qué punto está una decisión. Con Rajoy, al contrario que con Zapatero o Aznar, ni siquiera hay maitines los lunes que marquen la agenda política del Gobierno y el PP. La desconexión entre Sáenz de Santamaría, número dos del Gobierno, y Dolores de Cospedal, número dos del PP, es absoluta. El poder se diluye. No hay vicepresidente económico y sí una especie de tricefalia: Guindos, Montoro y Álvaro Nadal, jefe de la oficina económica. Rajoy y Sáenz de Santamaría pueden reunirles en cualquier momento, con frecuencia los fines de semana. Es el corazón del Gobierno. Ahí se debate a fondo, a veces con ministros invitados para cuestiones especiales. Todo sin demasiado orden, al estilo Rajoy. Las reuniones oficiales clave son los jueves, en la delegada de asuntos económicos. Pero las decisiones se eternizan y todo en el fondo depende del presidente, al que le cuesta decidir. “Rajoy es adaptativo, nunca lleva la iniciativa”, resume una persona que le conoce bien.

Además, hay ministros con mucho perfil político que van a su aire, como Alberto Ruiz-Gallardón, José Manuel García Margallo o José Ignacio Wert. Jorge Fernández (Interior) y Gallardón (Justicia) son muy criticados en el PP por no controlar el caso Gürtel, cuya deriva judicial preocupa cada vez más y bloquea al partido. En general la principal queja que se escucha es que la mayoría de los días, salvo los viernes, la voz del Ejecutivo no es clara, a veces ni siquiera existe.

Mientras, los más fieles al presidente insisten en que nada va a cambiar y aseguran que Rajoy está muy tranquilo. “Apostar contra Rajoy es mal negocio” resumen, apelando a su larga tradición de resistencia. “Hemos evitado el rescate y la prima ha bajado de 300”, insisten. De hecho, algunos dirigentes del PP, los más fieles, están sorprendidos, porque el Gobierno les estaba trasladando que las cosas iban mejor y nadie se esperaba unos mensajes tan catastrofistas. Rajoy intentó suavizarlos y es lo que hará hoy ante sus barones y el miércoles en el Congreso.

Los suyos aseguran que el presidente está ya en otra batalla, la europea. Hoy viene a Madrid Enrico Letta, el nuevo primer ministro italiano, después de pasar por Berlín, Bruselas y París. En el PP insisten en que es democristiano, para acercarle a sus posiciones, aunque pertenece al PD, el partido principal de la izquierda italiana. Letta preside un gobierno pactado con la derecha de Silvio Berlusconi. Rajoy sueña ya con una alianza Francia-Italia-España como la del año pasado que fuerce un cambio en la cumbre de la UE en junio y suavice las posiciones alemanas sobre la unión bancaria y otros asuntos clave, aunque a pocos meses de las elecciones germanas hay pocas esperanzas.

Los suyos insisten en que Rajoy está en estas grandes batallas. En política nacional, sigue dispuesto a aguantar con la vista puesta en la reelección en 2015. Él, dicen, es hombre de despacho y trabaja aunque no se vea midiendo los tiempos para mejorar el clima económico y político y suavizar el otro gran asunto que le inquieta: Cataluña. También preocupa a los barones. Rajoy ha aceptado, para tratar de frenar la presión independentista, el déficit a la carta que reclamaba Artur Mas. Algunos presidentes del PP están indignados. El extremeño José Antonio Monago ha dejado claro su malestar.

En esa olla a presión que es el PP —y lo será más en cuanto se acerquen las autonómicas—, el ingrediente catalán siempre provoca incendios. Rajoy mantiene la calma, pero los suyos insisten: si no hay cambios pronto, una vía de escape, la presión escapará por algún resquicio inesperado.

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