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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La política del esperpento

La fiesta del absurdo ya la tenemos bien instalada sin necesidad de esos personajes de feria de nuestra querida Italia

Fernando Vallespín

Luis Bárcenas, extesorero del PP desde nadie sabe realmente cuando y titular de una cuenta de decenas de millones en Suiza, mantiene uno de los más sorprendentes chantajes públicos que se hayan visto jamás. La aristócrata Corinna von Sayn Wittgenstein, de relación indefinida con la Casa Real e implicada indirectamente en el caso Nóos, se dedica a hacer declaraciones en la prensa y a la vez alega que los medios la presionan. Salen a la luz en Cataluña un conjunto de tramas cruzadas de espionaje político —y no sólo político— que haría las delicias del mismísimo Torrente. El ministro de Hacienda, en lo que parece algo más que una acusación velada, insinúa que algunos diputados de la oposición no pagan sus impuestos. El líder de IU, miembro del Congreso, dice que hay que ganar en la calle lo que no se puede conseguir en el parlamento. El único partido político español con una clara vocación federal amenaza con romper sus puentes con quienes dotan de sentido a dicho adjetivo. Un miembro de la Comisión de Igualdad niega implícitamente en Twitter el sentido de la comisión a la que pertenece...

En fin, no he hecho más que recoger algunas de las noticias que nos ha dejado la actualidad española de los últimos días. Si este es el espejo en el que se refleja la política española —y esto es solo es una pequeña muestra—, ¿para qué queremos a un Beppo Grillo o al mismo Berlusconi? La fiesta del absurdo y lo grotesco ya la tenemos bien instalada en la vida pública sin necesidad de esos personajes de feria de nuestra querida Italia.

Sigamos. La estabilidad política aparece asegurada por un partido con mayoría absoluta, pero su líder se encuentra enfangado por el chantaje ya aludido. Su continuidad pende ahora de las artimañas de este personaje cuyos próximos pasos se escaparían hasta al más afamado de los kremlinólogos. Para colmo, el Gobierno se jacta de su mayoría frente al caos italiano. La oposición, por su parte, languidece presa de la melancolía y por su incapacidad para hacer creíble una labor que sea a la vez crítica y responsable. Y ahora encima tiene que tragarse el sapo de la cuasi-escisión de facto del PSC, mezclada con la enésima escaramuza sobre el futuro liderazgo del partido por parte de Chacón. Sobre estos y casi todos los demás partidos que integran nuestro arco parlamentario cae además la sospecha de estar implicados en casos de corrupción. Según dicen las encuestas, esto lo piensa una amplísima mayoría de españoles. Pero los políticos no pueden ponerse de acuerdo en una resolución dirigida a combatirla. Crece también la sensación de que vivimos en la mentira y en el reino de las medias verdades y, ya se sabe, es imposible confiar en quienes pensamos que nos engañan. Mientras tanto, en la calle siguen prodigándose las manifestaciones de los afectados por la crisis económica y de indignados de distinto pelaje. Todo un espectáculo.

Lo curioso de la situación es que parece que ya nos hemos acostumbrado a vivir así, desayunándonos cada día con un nuevo escándalo, un nuevo giro de alguno ya conocido, una declaración fuera de tono o una nueva imagen de alguno de nuestros ilustres imputados entrando en algún juzgado. Nunca, al menos desde las fotos de Roldán en calzoncillos, había sido tan esperpéntica nuestra vida política. Y, sin embargo, por debajo de esta fachada hay una sociedad que ya parece haberse puesto las pilas. Proliferan iniciativas de la sociedad civil en las que se debaten cuestiones públicas, las empresas se esfuerzan por competir, se movilizan los afectados por las decisiones más lacerantes, abundan todo tipo de redes en las que se combina la sátira con el humor negro y resurge una conciencia crítica cargada de lucidez y frescura. Una ciudadanía hasta ahora pasiva y ensimismada ha emprendido ya su propio camino hacia nuevas formas de auto-organización en las que predomina una asombrosa complicidad e imaginación. Como en la época del tardofranquismo, se ha abierto de nuevo una brecha entre la España oficial de las instituciones y la España real del nuevo activismo. No se vislumbran los medios para reconciliarlas, pero el esperpento, el ver nuestro rostro de tal modo deformado, nos ha permitido pasar de la anterior desazón y nihilismo a una actitud diferente, más consciente de nuestro protagonismo y menos predispuesta a dejarse engañar o caer en el autoengaño. No es mayoritariamente antisistema, pero sabe que no puede eludir estar presente en su ya inevitable regeneración.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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