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Rajoy intenta salir del agujero

El discurso rotundo del presidente trata de recuperar la iniciativa y aire político

Foto: overonaelpais | Vídeo: CRISTÓBAL MANUEL
Carlos E. Cué

No podía llegar peor el presidente del Gobierno al debate del estado de la nación. Con casi seis millones de parados, en plena recesión, con malas noticias económicas a diario –solo esta semana dos quiebras, Orizonia y Reyal Urbis- y la sangría de un escándalo de corrupción que le afecta directamente porque su extesorero, Luis Bárcenas, que se llevó 22 millones de euros a Suiza, redactó unos papeles en los que apuntó pagos durante 11 años al propio Mariano Rajoy y otros dirigentes. Rajoy, dicen los suyos, se crece en esos momentos en los que parece no haber salida. Y el presidente ha intentado hoy, con un discurso rotundo y medidas importantes contra la corrupción, salir del agujero en el que está metido y que compromete su credibilidad. El presidente no ha citado ni una sola vez a Bárcenas, pero toda la parte final de su discurso, la más contundente, la que más aplausos ha recibido de su grupo, parecía diseñada al milímetro para salir del atolladero al que le ha llevado el escándalo de su extesorero.

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Una de las medidas parecía diseñada precisamente para evitar un nuevo caso Bárcenas: los tesoreros de los partidos no solo tendrán que rendir cuentas al Tribunal de Cuentas, también comparecerán anualmente en el Congreso para explicar al detalle cómo han gastado el dinero de las formaciones, que en el caso del PP es en un 95% público. En algún momento el presidente parecía querer lanzar el mensaje de que se va a dedicar a evitar que se repita lo que ha pasado hasta ahora, pero sin concentrarse en qué hacer ante lo que ha pasado.

La diferencia entre el discurso rotundo con cambios legales y la realidad del PP era evidente. Rajoy proponía una nueva ley de transparencia total de las cuentas de los partidos mientras los populares ni siquiera aclaran si están en su contabilidad oficial las partidas de los papeles de Bárcenas que ya están confirmadas. Rajoy prometía una auditoría del patrimonio de todos los responsables políticos pero el PP ni siquiera aclara estos días si Bárcenas sigue contratado en el partido o en concepto de qué le pagó un dinero fijo al mes y la seguridad social hasta diciembre de 2012.

Era evidente que el presidente no quería hablar de casos concretos. Su única mención indirecta al extesorero llegó al pedir que no se confunda a todos los políticos con los corruptos. “No es verdad que en España haya un estado generalizado de corrupción, eso es una insidia. No nos hundimos por culpa de la corrupción. En todas partes brotan malas yerbas, pero España es un país limpio, generalizar la conducta indeseable de algunos a todos los políticos es indeseable”. El fondo del discurso parecía claro: el presidente no quiere hablar de lo que ha pasado hasta ahora pero sí plantea medidas de fondo y muy novedosas en España para que no vuelva a pasar.

Ese discurso rotundo del presidente, que gustó mucho a su bancada y que en materia económica exhibió sobre todo el logro de haber evitado que España fuese rescatada, entró de lleno en el asunto de la corrupción y no trató de esquivarlo como había hecho hasta ahora. Rajoy mostró a la Cámara y a los ciudadanos que es plenamente consciente del enorme deterioro de imagen de la política española. Pero sobre todo pidió a los diputados de la oposición que le ayuden a salir de este ambiente. “Señorías, es necesario acabar con este clima que empieza a ser irrespirable”, dijo en un tono muy serio, casi dramático. Frente a ese descrédito, y sin entrar en ningún momento en el caso concreto de Bárcenas, Rajoy planteó cuestiones que en otros países son habituales, como el control de los lobbies, pero que en España nunca se han producido.

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A falta de grandes anuncios económicos –aunque sí hubo alguna medida de estímulo importante como los 45.000 millones para créditos, que está aún por concretar- el presidente concentró el peso político de su discurso inicial, muy trabajado por su gabinete y por él mismo en los últimos días –el presidente no tenía prácticamente agenda hace dos semanas- en las medidas contra la corrupción. Con una idea clara: ha captado el mensaje, está dispuesto a hacer reformas profundas, sabe que la credibilidad de la política española está por los suelos. Rajoy no quiso entrar al barro de su propia corrupción, pero el debate es muy largo, y las réplicas a los partidos de la oposición sin duda le obligarán a bajar a ese lodazal. Una de las principales incógnitas consiste en saber si conseguirá superar dos días de debate sin siquiera pronunciar la palabra Bárcenas. Sin duda, la oposición intentará ponérselo difícil.

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