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Tribuna
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Crisis de representación

Cada vez es mayor el ruido de las redes sociales y menor la capacidad del sistema político para digerirlo

Fernando Vallespín

A veces la vida política nos ofrece estas cosas: imágenes, voces, escenarios, que en un solo día sirven para plasmar con nitidez las contradicciones que nos asolan. En poco espacio de tiempo pudimos ver tres acontecimientos que muestran por dónde se mueve en estos momentos la política democrática. El primero, quizá el más importante, fue la presentación de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) contra los desahucios, apoyada fuera y dentro del Congreso por quienes vienen reclamándola, y avalada por más de un millón de firmas. El segundo fue la comparecencia a puerta cerrada de Draghi, el Gran Tecnócrata, en una sala de audiencias de la Cámara baja. Y, por fin, el zapatazo de Beatriz Talegón ante los líderes socialistas mundiales.

Con pocas horas de diferencia pudimos asistir al enfrentamiento, ciertamente expresivo, de dos lógicas distintas de entender, vivir y actuar en democracia. Una, el caso de Draghi, es casi anecdótica, aunque ahí lo que llama la atención es la ausencia de publicidad de sus palabras. Como se vio, con poco éxito. Pero define bien aquello que simboliza. No tiene sentido debatir sobre “lo que hay que hacer en todo caso”. Toda su sutileza y elegancia no podía ocultar que vino para lo que vino, evaluar hasta qué punto cumplíamos con los deberes que nos habían impuesto. Y no deja de ser irónico que lo hiciera allí donde se supone que somos soberanos para dotarnos de las políticas que nos vengan en gana. El mensaje oculto fue más que meridiano: “Señores, esta Cámara deberá decidir sobre aquello que nosotros digamos. Si no, aténganse a las consecuencias”.

El caso del debate sobre la ILP parece simbolizar el polo opuesto. El pueblo a las puertas del Parlamento que conmina a sus representantes a actuar en la línea de la ética de la convicción, a abandonar una legislación sobre desahucios claramente injusta. Que después el sistema se tome su venganza en forma de restricción en el acceso a los créditos hipotecarios o dificulte el alquiler a los más menesterosos ya es otro problema. Lo significativo aquí es resaltar el aislamiento creciente de la clase política, perdida en su incapacidad para satisfacer a la vez los deseos de la gente y los imperativos sistémicos. La cuestión que importa es que ya no sabe bien a quién representa, si a Draghi, Merkel y los Mercados o al pueblo llano. Y cuando este llama a sus puertas tan cargado de razones, toda su seguridad anterior se desmorona. El perdón solicitado por el grupo socialista por no haber emprendido antes la reforma que ahora apoya con vehemencia es un buen ejemplo de ello. La izquierda sistémica trata de liberarse de sus “culpas” y acercarse a esta nueva revuelta liderada por nuevos movimientos sociales que desafían su capacidad para encauzar el descontento.

Y esto nos lleva al tercer supuesto del otro día, la impresionante reprimenda que una joven socialista, Beatriz Talegón, les endosó a sus colegas mayores. Más que el contenido de su discurso, que también, lo que llamó la atención fue la frescura y espontaneidad con la que lo fue hilvanando. Pero quedémonos con lo que aquí importa, la escenificación de un grito contra la autocomplacencia de los partidos, su vida al margen de los problemas de la gente, su creciente clausura oligárquica.

Nuestros tres ejemplos son una evidencia más de que nos encontramos ante una importante crisis de representación. Hace tiempo ya que los partidos han dejado de ser esos instrumentos que mediaban entre ciudadanía y sistema político. Y el Parlamento se nos antoja hoy plúmbeo y distante. Igual que, a decir de W. Benjamin, las obras de arte perdieron su aura en la época de su reproducción técnica, las nuevas tecnologías de la comunicación están haciendo lo propio con los titulares de la vida política. Sus consecuencias son todavía imprevisibles. El caso es que cada vez es mayor el ruido que emiten las redes sociales y menor la capacidad que tiene el sistema político para digerirlo.

La política de hoy oscila entre el frío cálculo tecnocrático y las pasiones a flor de piel en la calle y el ciberespacio. Razón técnica versus emocionalidad. En medio vegeta una clase política que se siente sola y desconcertada, ansiosa de ser querida pero atrapada por un pasado que necesita hacerse perdonar. Muchos estamos deseosos de que pueda llegar a recuperar la confianza perdida, que se sepa reinventar en este nuevo mundo. Está por ver si podrán hacerlo políticos socializados con claves e inercias de otra época. Hoy más que nunca, renovarse o morir.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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