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Tribuna
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España vertebrada

Los partidos políticos desempeñan también un papel fundamental en la articulación del sistema social. En particular, le ha correspondido hacerlo al PSOE

Para pensar que una columna periodística pueda hacer alguna contribución útil a favor de la concordia sería necesario que su autor tuviera tan alta idea de sí mismo y de la virtualidad de su escritura como la mostrada por W. H. Auden en su poema 1 de septiembre de 1939, cuando aquello de: “Lo único que tengo es una voz / para deshacer la mentira y sus dobleces”. En todo caso, nos corresponde defender Termópilas para contener la crecida de los antagonismos, desactivar las discordias nacionalistas y favorecer la convivencia cívica ungida por la racionalidad. Porque ahora que todo es una catarata de penas; ahora que del optimismo antropológico zapateril hemos pasado, sin solución de continuidad, al pesimismo invencible; ahora que procedemos a reescribir la historia de modo sumarísimo, tomando como vértices de la constelación española todos los desastres desde Recaredo y su abjuración del arrianismo en adelante; ahora que la incapacidad del actual Gobierno para iluminar el futuro lo lleva a trabajar sin descanso en el oscurecimiento del pasado, es buen momento para recuperar la distinción zoológica de animales vertebrados e invertebrados.

En el recurso a la vértebra se han basado muchas metáforas de las que se ha servido la literatura política. Recordemos La España invertebrada, de José Ortega y Gasset, que intentaba describir los males del país, cuyo foco encontraba en la ausencia de minorías selectas, de élites. Una desgraciada característica de los visigodos, ese pueblo ebrio de romanismo que llegó dando tumbos hasta los confines occidentales de Europa. De ahí nuestra desgracia y la ventura de las Galias, donde los francos se atenían a un sistema social que atribuía prevalencia a las élites y las relevaba cuando dejaban de cumplir su función social. Cuando de España se predicaba la invertebración se estaba señalando su descenso al reino inferior de los invertebrados. Otra metáfora muy querida en aquellos tiempos era la que se utilizaba para señalar al Ejército como columna vertebral de la patria. Una forma de dar énfasis y poner en relieve la importancia de las Fuerzas Armadas. Llegados aquí, conviene observar, según hizo en su libro Campo de Marte Rafael Sánchez Ferlosio, cuán distinta sonaría y cuán diferente sería su capacidad de pregnancia si en lugar de columna vertebral se utilizara otra expresión en apariencia equivalente, como de espina dorsal, carente de las concomitancias heráldicas que enaltecen la palabra columna.

Cualquiera que haya sido el abuso de las metáforas, nos entenderemos bien si decimos que hay instituciones cuya vigencia contribuye a la vertebración del país. De la misma manera que cuando se debilitan crecen las probabilidades de que se vea favorecida la disolución del cuerpo político que conforman. Además, sabemos que las instituciones y las libertades no se alcanzan de una vez para siempre, que están sometidas a los agentes de la erosión, que se oxidan, que necesitan la vigilancia permanente por parte de la ciudadanía y también de los medios de comunicación, que encuentran en ese cometido una de sus tareas más nobles. La lectura de la Constitución puede señalarnos de qué instituciones básicas estamos hablando, pero además la unidad y vertebración del país vienen favorecidas o impedidas por los sistemas ferroviarios, por la red de carreteras, por el transporte aéreo, por el acceso a las instalaciones portuarias, por la cohesión social generada a través de la sanidad, la educación, las pensiones y demás elementos de protección que atemperan las diferencias y favorecen la redistribución de la renta. Por eso pudo decirse también que esa vertebración ofrecía otros puntos de visibilidad con las oficinas de correos o después, con los centros de El Corte Inglés.

Todo lo anterior se escribe para subrayar la afirmación de que los partidos políticos desempeñan también un papel fundamental en la articulación del sistema social. En particular, le ha correspondido hacerlo al Partido Socialista, que obtenía en las convocatorias electorales una representación muy significativa allí donde las opciones de derecha adoptaban coloraciones nacionalistas propias, como ha venido sucediendo en el País Vasco y en Cataluña. Por eso, la debilidad de los resultados del PSE en Euskadi, donde el reconocimiento a la tarea del lehendakari Patxi López ha brillado por su ausencia, debería considerarse, también por el Gobierno del PP, como un problema adicional. Y los pronósticos adversos para el PSC en Cataluña tendrían que suscitar aún mayor preocupación. La interacción de un partido con los electores es como una relación amorosa, cualquier imbécil puede comenzarla, pero hace falta un talento considerable para ponerle fin, según frase que se atribuye a Lord Mancroft. Veremos.

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