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“En España las cosas están muy mal ¿no?”

Las duras condiciones de vida de los soldados desplegados en las bases de combate españolas en Afganistán

MIGUEL GONZÁLEZ | ENVIADO ESPECIAL
Un vehículo blingado RG-31 con un 'roller', accesorio antiminas.
Un vehículo blingado RG-31 con un 'roller', accesorio antiminas.Claudio Alvarez (EL PAÍS)

Las condiciones de vida en las dos bases de combate del Ejército español en Afganistán (Ludina y Moqur) no son duras, son peores. Con temperaturas extremas de hasta 45 grados en verano y menos 20 en invierno, los soldados realizan patrullas agotadoras cargados con 30 kilos de equipo de combate (casco, chaleco antibalas, fusil, munición, radio), azotados por el viento que llena la boca de arena, bajo la tensión de verse sorprendidos en cualquier momento por una bala traicionera o un artefacto improvisado (IED) que, en el mejor de los casos, obliga a esperar durante horas a que los desactivadores hagan su trabajo.

De vuelta a la base, duermen en tiendas de campaña con cuatro literas dobles, comen alimentos enlatados con algún complemento fresco y se lavan los dientes con agua mineral para evitar el yala-yala, una infección intestinal con los efectos de una dieta de adelgazamiento acelerado. Si se estropea algún equipo electrógeno, como ha sucedido más de una vez, hay que hacer encaje de bolillos para evitar que las tiendas-dormitorio, sin climatización, se conviertan en hornos o congeladores. Y si la avería se produce cuando ya ha salido el convoy de abastecimiento que llega cada diez días, mala suerte.

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El equipo de la Guardia Civil destacado en Moqur carece de alcoholímetro. No lo necesita. Impera una rigurosa ley seca. “Pienso en beber una cerveza y se me caen los lagrimones”, bromea un soldado. No hay muchas oportunidades para el ocio: una pista de futbito con una cesta, un futbolín, una mesa de ping-pong, algunos aparatos de gimnasia y a correr por la mañana dando vueltas al interior del campamento. Hay dos televisiones, una con vídeos musicales y otra con el canal 24 horas, que el martes retransmitía íntegramente la intervención del ministro de Hacienda, Cristobal Montoro, en el debate presupuestario. Un programa capaz de minar la moral de la tropa más animosa.

Lo peor es la prolongada separación de la familia. Los paracaidistas de la 12 compañía de la tercera bandera, con base en Javalí Nuevo (Murcia), están en Moqur desde junio y no saldrán de allí hasta que vuelvan a España, ya en noviembre. Antes la misión en Afganistán duraba cuatro meses, pero se ha alargado hasta cinco meses y medio, el límite para evitar concederles un permiso de 15 días en España. Quienes sí disfrutan de un descanso son los oficiales que instruyen al Ejército afgano, cuya misión se prolongaba habitualmente seis meses, aunque este turno se quedará hasta ocho para hacer coincidir su relevo con la llegada del nuevo contingente. “Si me quedo más tiempo, me paso a la insurgencia”, comenta jocoso un comandante. En tanto tiempo, algunos soldados han sido padres, y aún no conocen a sus hijos, mientras que otros se han quedado huérfanos, por lo que han sido repatriados.

Pese a ello, el capitán Pablo Torres, jefe del puesto Ricketts (Moqur), asegura que “si pregunta a los soldados comprobará que todos prefieren estar aquí que en Qala-i-Naw”, la base principal del contingente español en Afganistán, mucho más confortable. Les preguntamos. Y la mayoría coincide con él, aunque hay división de opiniones. Manuel Gutiérrez, sargento de transmisiones, prefiere “mil veces” estar en el puesto de combate, porque “no tienes tiempo para aburrirte”; lo mismo que el cabo primero David Fraile, ya que “se aprende mucho más y los días se hacen más cortos”. El paracaidista colombiano Albeiro Sánchez asegura que “en Qala-i-Naw se está mucho mejor, pero no se siente tanto la misión”, mientras que el boliviano Hugo Párraga no tiene dudas: si le diesen a elegir, iría a Herat, donde ya estuvo en 2007.

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El ambiente de las bases de combate es casi familiar. Oficiales y tropa comparten comedor y nadie se fija en si el soldado tiene las botas limpias: siempre están sucias, aunque las acabe de cepillar. Tampoco hay restricciones para el uso del locutorio, que está operativo las 24 horas y es gratuito. La única limitación la imponen el escaso tiempo libre y las 12 líneas que comparten los 200 vecinos de este pequeño pueblo. Igual que la decena de puestos de Internet.

Pero siempre se puede estar peor. Lo están los 50 soldados destacados en la base de patrullas, que se ha mudado hacia el norte siguiendo los avances de las obras de graveado de la ruta Lithium, que une Qala-i-Naw con el norte de la provincia. No pueden ducharse, comen raciones de campaña y duermen con el saco sobre el suelo. Aunque solo tres noches, pues al cuarto día son relevados.

“Nuestras penalidades resultan insignificantes cuando miramos a nuestro alrededor”, afirma el capitán Jesús García del Castillo, jefe de la base de Ludina. La provincia afgana en la que están desplegados los soldados españoles es la más pobre de uno de los países más pobres del mundo. Las aldeas que les rodean carecen de electricidad o conducciones de agua potable, su dieta está en límite de la subsistencia y faltan los servicios más elementales en sanidad o educación. Por eso, el capitán se quedó perplejo cuando el notable de una tribu se le acercó solícito. “Me he enterado de que las cosas en España están muy mal ¿no?”

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Sobre la firma

MIGUEL GONZÁLEZ | ENVIADO ESPECIAL
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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