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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cataluña disputa el poder a España

Montar un concierto fiscal solo frenaría el independentismo en algunos sectores

El aumento del anhelo independentista en gran parte de la población de Cataluña pone de relieve la creciente desinhibición de un sentimiento que durante mucho tiempo los catalanes han tenido psicológicamente bloqueado. Me refiero al sentimiento del poder. Expresarse sobre el poder a muchos catalanes les originaba vergüenza. Les producía un particular pudor. Una cierta violencia íntima. Cuando se descubría en el fondo de un catalán una aspiración hacia el poder, se lo veía revestido en la forma de una concreción que obviaba entrar en la fuerza de dicho concepto. Y se hablaba del escaso reconocimiento del hecho diferencial, de la molestia que les originaba el café para todos, de la cuestión docente y cultural de la lengua, del injusto desequilibrio fiscal. Pero del poder, por sí mismo, no se decía nada.

En España no ha sido así. En España el tema del poder se ha tratado siempre como ha venido en gana. Y con gran descaro. Cuando, durante muchos cursos, explicaba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología la asignatura de Organización Política Internacional, me gustaba dedicar algunas clases a hablar de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. A lo largo de los años, por la repercusión que tenía en el auditorio, convertí en costumbre hacer a los alumnos y alumnas la siguiente pregunta: “¿Qué país iberoamericano ha tenido durante cien años cuatro guerras civiles? ¿Qué país de dicha comunidad ha sufrido durante solo un siglo cincuenta años de dictadura?” Los alumnos y alumnas solían pronunciarse inmediatamente: Bolivia... Paraguay... Colombia... Ante mi espera de nuevas aportaciones, siempre había alguien que rememoraba más y acababa diciendo lo que el profesor deseaba: ¡España! La hilaridad que causaba tal constatación en los alumnos erasmus era ciertamente singular, como venida de la sorpresa. En España, parte de Europa, el contenido de aquellas preguntas debería haber tenido que ser imposible, pero había sido verdad. Todo ello eran consecuencias del manejo constante del tema abusivo del poder. Poder que la Constitución vigente, al mencionar en su artículo 8 la “integridad territorial”, pone en las manos de las Fuerzas Armadas.

Hay otra manera, sin embargo, de tratar la cuestión de la disputa por el poder. A la manifestación del otro día de Barcelona deben responder tanto el Gobierno como el principal partido de la oposición. Así nos lo recordaba el editorial del día siguiente de EL PAÍS, titulado Diada histórica. Deben responder, decía, tras hacer referencia a las malas respuestas parciales de los Gobiernos del Estado en esta última época. Pero... ¿Saben? ¿Pueden hacerlo?

El problema es que lo que hay detrás de la manifestación del día 11 de septiembre tiene mucha envergadura. La posibilidad de montar para Cataluña un concierto fiscal como el que tienen los territorios históricos vascos y Navarra, ¿frenaría el independentismo? En algunos sectores, sí. No en otros, evidentemente. El haber logrado una consecución más podría ser un estímulo para ir en pos de otras aún con más fuerza. Porque con el concierto la aspiración a la obtención del poder no se saciaría.

Saciar un apetito de poder solo puede lograrse ofreciendo una cota de poder mayor. Ello sucedería cuando Cataluña viera que dentro de España puede tener más poder que saliéndose de ella. Y aquí entran dos factores de singular importancia. Uno de ellos es Europa. Y otro, determinado tipo de federalismo nada mencionado.

La salida de Cataluña de España para entrar en Europa como Estado solo podría hacerse pactando —al margen de la Constitución— con muchas renuncias, pues Cataluña tendría que abandonar a la par que España, la Unión Europea. Paso convulso, que echaría para atrás a numerosos componentes de la opinión pública.

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La construcción de un federalismo sería también una cuestión compleja. Un federalismo clásico formado a partir de las 17 comunidades autónomas existentes no gustaría en Cataluña. Un federalismo asimétrico no sería posible, pues va contra la esencia de lo que es el federalismo. Queda, pues, imaginar un federalismo muy utópico con unas unidades distintas a las comunidades autónomas. Una España federal formada por cuatro unidades: la castellana, la catalana, la vasca y la gallega. Es cierto que desde muchos puntos de vista repugnaría a muchos españoles nada acostumbrados a pensar en ello. Pero desde el punto de vista del equilibrio del poder (eso es lo que cuenta) sería más lógico y coherente que las otras opciones federales. Porque aquí la dimensión de la unidad castellana no sería desorbitadamente superior a la dimensión de las otras unidades juntas, como vemos que pasa ahora con unos partidos políticos que son efecto de la desigualdad. Y el poder de cada una de ellas tendría más capacidad de influencia en el conjunto. Para Cataluña podría ser esperanzador. La única forma de hacer que, dentro de España, Cataluña tuviera más poder político que fuera de ella.

Europa y ese nuevo federalismo utópico son los dos elementos que quedan para hacer operativa aquella firme convicción de Vicens Vives: “Para nosotros, los catalanes, ser españoles es una condición geográfica”.

Santiago Petschen es profesor emérito de universidad

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