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“Son muchos los que tienen menos de cero puntos y no se enteraron”

Una periodista de EL PAÍS continúa relatando su experiencia en un curso de reinserción vial Perdió todos sus puntos después de tres infracciones

Patricia Ortega Dolz

Es casi imposible que José Antonio entienda el funcionamiento del ratón del ordenador. Lo coge con su mano de 73 años que no sabe si apretarlo o soltarlo y que ni se plantea moverlo porque esa sinapsis permanece apagada en su cerebro, no ve la conexión con la flecha de la pantalla. Tan difícil es eso, como que entienda que utilizar su coche como una cunda para llevar a los yonquis a los poblados de mercadeo de la droga de Valdemingómez sin llevar el cinturón puesto, implica un grave riesgo para él, los pasajeros y el resto de las personas que circulan por las carreteras, aparte de una sanción de tres puntos y entre 200 y 500 euros. Hace tres años que se jubiló de su larga vida de taxista de Madrid. Ahora vive solo porque está separado y un día se dio cuenta de “que no tenía ni pa salir de casa”. Ese mismo día se convirtió en un cundero en el barrio de Canillejas (Madrid). De entonces a esta parte ha acumulado “entre 80 y 90 multas, ya ni me acuerdo, y todas me las puso el mismo municipal ca…, que ha ido a hacerme la vida imposible, a echarme del barrio… Debo tener menos 200 puntos, como tenga que recuperarlos de ocho en ocho…”, comenta con cierta sorna. Y acto seguido se justifica angustiado: “Pero, o hago eso o no tengo que llevarme a la boca; con los tres o cuatro euros que me dan por los trayectos me pago una comida en el bar. Yo quiero ganarme la vida dentro de la ley, no quiero delinquir”.

Aquí, en la clase de los perdedores de todos los puntos, cada uno somos de su padre y de su madre pero hay algo que nos une a todos: ninguno, en el fondo, creía merecerse tener que estar aquí siete horas al día (de 15.00 a 22.00) durante cuatro días consecutivos escuchando a Antonio, nuestro psicólogo formador, decir cosas como: “El móvil al maletero, el cinturón puesto”, “Cuándo el ser humano sobrepasa su capacidad, ¿qué ocurre? El accidente; “Suerte que habéis perdido puntos, podríais haber perdido la vida”…

Cada uno busca su justificación: “¿Cómo le digo a mi jefe que no puedo hacer 800 kilómetros en un día y que no voy a llegar a entregar el material a Valencia?”; “Lo mío fue mala suerte”, “Yo soy autónomo y mi herramienta de trabajo es el teléfono”…

Llevamos cinco horas de clase. Ya ha pasado el segundo descanso (hay dos, de 20 y 25 minutos). Hemos hablado de la magnitud del problema de los accidentes de tráfico (cerca de 1.500 muertes al año, un gasto anual del 2% del PIB…), hemos visto varios vídeos, nos hemos detenido ampliamente en los riesgos de la velocidad… Y nos quedan aún otras dos horas por delante. José Antonio se cansa.

- Llevo levantado desde las siete y ahora estoy cansado. No por la clase, lo estaría igual en un bar o en una sala de fiestas, dice

- ¿Sabes lo que es la empatía?, le responde Antonio.

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- No, ¿qué quieres decir?

- Ponerse en el lugar del otro: yo me levanté antes que tu. Mantén un poco más sostenida la atención y te cansarás menos, ya nos queda poco.

Ha bastado un día con los comentarios al margen de Antonio sobre el temario proyectado en la pared, con su quiebros y requiebros ante las anécdotas de unos y otros (“A mi prima le pasó…”; “Una vez me tuve que ir desde Madrid a Barcelona…; “A mí…”; “Mi padre”…), con esa manera de contar los temas como si estuviera hablando del cortejo y apareamiento de dos insectos en un documental de La 2… Han bastado siete horas para tomar conciencia, para que la claridad de esa inconfesable sensación exculpatoria nos revele que estamos muy bien donde estamos: reinsertándonos.

Aunque no llevemos un mono naranja como los jóvenes del centro de reinserción social de la serie Misfits, aunque la vergüenza vaya por dentro, nos bajan las persianas de la clase que dan a la calle: “Para mantener vuestra intimidad, para que nadie pueda veros desde fuera”. En mi caso, eso solo acrecienta la sensación de encierro.

Son muchos los que tienen menos de cero puntos. Sí, se puede. Son muchos los que no se enteraron. Los que no saben ni cómo ni por qué se los quitaron y siguieron conduciendo hasta que se lo comunicaron. Somos muchos los descuidados. Pero el caso es que da igual tener cero que “menos 50”. El punto de partida es siempre el cero, aunque como siempre en la vida, ese cero sea más cero para unos que para otros, como para José Antonio, que tendrá que examinarse con una máquina de la que desconoce profundamente el funcionamiento y estudiar temas con palabras técnicas que comprende mal.

Este curso, una vez “aprovechado”, borrará nuestra historia de infractores (si no incluye delitos penales). Nuestra vida al volante arranca de nuevo con un tope inicial de 8 puntos. Desde cero, sí, pero empieza.

Hoy ha salido un tema peliagudo en clase que tiene que ver con “la mujer al volante” y con el hecho de que sea yo la única persona de sexo femenino en un curso de 19 (contando al tutor). Mañana lo cuento.

Oído en el curso de reinserción:

“Si uno no quita las largas, yo le meto las largas” (no quitar las largas son 6 puntos)

“Los cristales están hechos para que parezca que vas más deprisa”

“Yo no sé por qué me han quitado los puntos, me lo imagino”

“Lo peligroso del móvil no es hablar, son las ondas que transmite y que te queman la cabeza”

“Que esté prohibido comer y beber en el coche, so pena de 3 puntos, y no esté prohibido fumar es absurdo”

“Si no te ven…”

“Yo he salido de Bruselas a las dos de la madrugada y he llegado a Madrid a las 13.30 tan pichi

“Esto es un coñazo”

“Sales de aquí traumatizado”

“Lo que pone en rojo y en amarillo hay que aprendérselo bien”

Los consejos de Antonio:

“Jamás os neguéis a hacer la prueba del alcohol, el juez te va a poner el máximo que te pueda poner”

“Lo más peligroso del móvil es pensar en la conversación después de colgar”

“La velocidad es inversamente proporcional a la visión periférica. Lo primero que se deja de ver son las señales y los peatones”

“Si atropellas a un peatón y lo matas, aunque estuviera cruzando indebidamente, siempre serás tú el causante de su muerte: homicidio involuntario".

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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