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“Lo peor es la incertidumbre de no saber qué está pasando”

Los vecinos de Teresa, un pueblo de Castellón evacuado el sábado, regresan a sus casas Los montes colindantes están calcinados, pero las llamas no han llegado a la localidad

Brigadistas forestales intentan parar el avance de uno de los frentes del incendio de Castellón. / FOTO: CARLES FRANCESCFoto: atlas
María Sosa Troya

Pedro Máñez veía las llamas desde la ventana de su casa cuando el sábado por la tarde evacuaron el pueblo de Teresa, en Castellón. Después de dos días de angustia, esta mañana los vecinos han podido regresar y comprobar que sus viviendas están intactas. Cuentan, eso sí, que los alrededores de esta localidad, que tiene apenas 311 personas censadas, están calcinados, y que el negro del paisaje es desolador. Se oyen los helicópteros que trabajan en las labores de extinción y hay mucho movimiento, pues aún hay vecinos que no han regresado a sus viviendas. Durante los días en los que han permanecido fuera, la comunicación con los residentes que habían decidido quedarse para evitar que el fuego avanzara fue muy fluida. "Lo peor era la incertidumbre de no saber qué estaba pasando. La imaginación puede ser peor incluso que la realidad", relata Máñez.

"Llevo toda la vida en el pueblo y nunca había visto un incendio de tal magnitud. La Guardia Civil nos avisó y salimos deprisa y corriendo, no hubo tiempo para preparativos", señala Máñez, el albañil de Teresa. Su familia y él han sido acogidos por unos familiares en Torás, un pueblo cercano. Ahora, ya en casa, se lamenta: "Vas por los montes y compruebas qué mal está todo. Cuando lo ves por televisión, no te lo crees, no te llega igual, pero en persona te das cuenta de que está todo carbonizado".  

A María Rosa Capilla, jubilada, se le entrecorta la voz al recordar lo ocurrido. El paisaje que se observa desde el amplio ventanal de su casa ha cambiado completamente, el verde ha desaparecido: "Me dan escalofríos solo de decirlo, aunque afortunadamente no ha pasado nada grave". Ha llegado hoy al mediodía desde Valencia, donde se ha quedado hasta que el Ayuntamiento ha levantado la orden de evacuación, y ya está más tranquila. Anoche por fin pudo dormir. Para ella, el peor día fue el sábado. Cuando se preparaba para ir a una boda, la llamaron por teléfono y le dijeron que tenía que salir del pueblo. A mitad de camino, su familia y ella se dieron cuenta de que su perra, Nesca, se había quedado en una caseta que tienen junto al río, al que se acercaron mucho las llamas. "Mi mayor preocupación era ella. Hasta que me contaron que una familia se la había llevado para ponerla a salvo en un pueblo de al lado, no respiré", relata. Es optimista y confía en su tierra: "De aquí a unos años volveremos a ver árboles. Dios quiera que llueva, que nos hace falta".

Emilio Capilla, su hermano, fue uno de los vecinos que decidió quedarse a ayudar la noche del sábado. A pesar de sus 72 años, no dudó en echar una mano "a los 15 o 20 chavales" que no se fueron. Conocen el terreno y por eso permanecieron en Teresa. Se queja de la actitud de la Guardia Civil, que no les dejaban colaborar: "Decían que molestábamos, pero el pueblo no se ha quemado gracias a los vecinos. Las autoridades querían esposar a dos hombres que hicieron un cortafuego para que no se quemaran los animales. Nosotros queríamos evitar a toda costa que las llamas alcanzaran las casas". Anoche el incendio ya estaba controlado y Capilla intentó entrar en la localidad, pero le fue imposible. Pasó la noche en su furgoneta porque no le dejaron pasar: "Estuve tranquilo, sin miedo, porque sabía dónde me ponía. Eso sí, no dormí, pendiente del fuego en todo momento".   

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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