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Columna
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Guindos se ata la soga al cuello

Vaciar la supervisión del banco central hacia manos privadas baliza la intervención de España

Xavier Vidal-Folch

Igual Luis de Guindos se ha atado la soga al cuello. El suyo y los nuestros. Ojalá no. Pero es probable que la doble “auditoría independiente” sobre la banca que ha decidido el ministro, amparándose en un supuesto y discutible deseo de la UE, vacíe —ya del todo— al Banco de España. Y que la torpe entrega de la tutela bancaria al BCE desemboque en la completa intervención del Reino de España.

Lo que está en juego no es la persona del gobernador, MAFO; ni las inversas animosidades acumuladas contra la entidad; ni si aciertan quienes les imputaban rigor excesivo con la banca (test de estrés, provisiones), o laxitud benevolente.

Está en juego, ante todo, el control de la crisis española. Si deriva o no en descontrol por culpa de una improvisación en las finanzas. Es lo que casi sucedió tras la reacción soberanista al déficit presupuestario excesivo. Con el agravante, hoy, de que ambas facetas —déficit y debilidad de la banca— se autoestimulan.

Encomendar el examen de los tres billones de activos de los bancos españoles a dos auditores independientes implica desautorizar de raíz la supervisión del Banco de España. Es el descrédito mayor al que ha sido sometido, errores internos incluidos: su anulación de hecho. Pero como la auditoría privada no va boyante de fama, se la envuelve dentro de una seudo tutela del BCE, órgano interesado en el negocio porque la banca española le debe unos 300.000 millones de euros.

Ahora bien, el auditor privado tiende, en una crisis, a sesgarse de tremendismo. Así gallea de neutral. Detectará bancarrotas por doquier. Eso balizará el uso del Fondo de rescate de la UE en favor de la banca de uno de los socios. Con los condicionantes establecidos, que se resumen en: intervención, con sus misiones trimestrales, intervención, intervención.

Para más inri, como habrá dos auditorías, o bien sentarán conclusiones poco o mucho divergentes, o bien habrán hecho trampa. Y ya tendremos tres fotografías, la fragmentación del diagnóstico, el caos.

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El BCE, que jugaría de ojeador genérico, de coseleccionador de los auditores o de alto patronazgo, sabe de política monetaria, pero no de supervisión bancaria. Carece de inspectores y del know how para averiguar las tripas de las entidades. Parece un disparate funcional, jurídico y estatutario mezclarlo en este asunto: al menos hasta que no se amplíe su rol de vigilante de la inflación.

Otra cosa sería que se hubiese apelado al apoyo —complementario, no sustitutivo— de la institución que debe convertirse en el gran supervisor transeuropeo, la Autoridad Bancaria Europea (EBA). Era lo lógico, por su papel, a futuro, de superior jerárquico de los bancos centrales nacionales en su función de control de la banca. Y porque es quien tiene experiencia en este ámbito, aunque sea polémica: los test de estrés de julio de 2011.

Está también en juego un modelo de organización. Si, tras la esterilización de los otros organismos reguladores, ya descrestados y uniformizados bajo Industria, es mejor que en la economía de este país se gobierne o bien solo se mande.

Una economía sólida necesita una Administración, un entramado institucional potente. Dani Rodrik lo acaba de reformular con brillantez: “Los únicos países que han logrado hacerse ricos con el capitalismo son los que han creado un amplio conjunto de instituciones formales para gobernar los mercados” (La paradoja de la globalización, Antoni Bosch, Barcelona, 2011).

Los que crean, no los que destruyen o erosionan. El Banco de España era dos cosas clave: el más potente taller de reflexión y estadística sobre la economía española, basado en el Servicio de Estudios que inventó en los cincuenta el profesor Sardà Dexeus. Y la supervisión de Mariano Rubio y Aristóbulo de Juan, fogueada en la crisis de los ochenta como una de las más certeras, aunque a veces errase, incluso mucho. Requiescat.

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