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Tribuna
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¿Por qué no hablamos más claro?

La auténtica lealtad se demuestra al disentir en un Consejo de Ministros y no desmarcándose a la carrera el mismo día en que uno se despide del Gobierno

Tras escuchar muchas declaraciones y leer unos cuantos documentos a propósito del próximo Congreso del PSOE, entiendo que los socialistas corremos el riesgo de quedar atrapados demasiado tiempo en un bucle de frases hechas e intenciones contenidas: debatimos sobre la necesidad de debatir, y practicamos democracia mientras decidimos si somos suficientemente demócratas.

Bien, pero la sociedad española espera de nosotros algo más que un ejercicio de esgrima retórica interminable a base de palabras biensonantes y eslóganes más o menos redondos. Hay que debatir, primero las ideas, hagamos autocrítica, cambiemos de rumbo, acerquémonos a los ciudadanos, profundicemos la democracia, giremos a la izquierda… ¿Qué se quiere decir con tanto lugar común y tanta nueva-vieja idea?

Vayamos por orden. Debatir no es un objetivo, sino un instrumento. Se debate para llegar a conclusiones, y cuando se ha alcanzado una conclusión interesante sobre un asunto, se pasa al siguiente. Algunas de las “aportaciones” que se están haciendo al debate, sin embargo, llevan largo tiempo asumidas en el programa y el discurso del PSOE.

Se insiste recurrentemente en que “primero son las ideas, antes que las personas”, cuando todos sabemos que las buenas ideas necesitan de buenas personas para llevarlas a cabo. De hecho, el orden del día del 38 Congreso prevé la decisión sobre el proyecto y la elección de los equipos en el mismo acto. ¿Por qué ocultar las decisiones adoptadas sobre las personas?

Seamos honestos: el quién es importante, porque determina en buena medida el qué, el para qué y el cómo. Yo, por ejemplo, entiendo que Rubalcaba sería un buen secretario general para encabezar un proyecto de cambio inteligente en el PSOE. Y no sé por qué otros simulan su preferencia tras tanta retórica. Nadie duda de que tienen un nombre en la cabeza, igual que yo. Dígase y avancemos.

Otro lugar común es la autocrítica, y está bien. Pero la autocrítica útil no es encarnizamiento, autoflagelación y martirologio. Se trata de identificar errores y superarlos, no de facilitar al adversario una descalificación general e injusta sobre el trabajo hecho. Tienen razón los que afirman “Yo sí estuve allí”. A mí Zapatero nunca me nombró nada, pero reclamo respeto por su trabajo.

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La clave ahora es el cambio, de rumbo, de camino, de proyecto, de discurso, de funcionamiento, de dirigentes, de todo. ¿De todo? No se cambia por cambiar. Se cambia para mejorar y, por tanto, se procura sustituir lo que va mal y mantener lo que va bien. Este es el cambio solvente. Lo demás es retórica vana o intención gatopardiana: que todo cambie para que todo quede igual. Yo no pienso cambiar de principios, ni renunciar a mi historia. A mí no me refundará nadie.

Insistimos mucho también en la necesidad de “acercarnos a los ciudadanos”. Desde luego. No acabo de entender la utilidad de esa suerte de adivinanza sobre quién abandonó antes a quién, si los ciudadanos a los socialistas o los socialistas a los ciudadanos. Sobre todo cuando la firman quienes antes firmaron la propuesta de indulto al banquero o el acuerdo antimisiles con Estados Unidos. “Acercarse” a los ciudadanos y recuperar “credibilidad” requiere de algo más que una frase ingeniosa. Requiere recuperar coherencia, solvencia y ejemplaridad moral. Por ahí sí podemos avanzar.

Una de las conclusiones más claras que se han establecido en este debate es el de avanzar en democracia. El PSOE debe ser una organización más democrática, más abierta y más transparente. Participación de las bases, elección directa de los cargos orgánicos, primarias con simpatizantes para elegir candidatos. Se aprobará en el Congreso, seguro.

Ahora bien, avanzar en calidad democrática ha de significar algo más que la aplicación de estas fórmulas más o menos novedosas. Democracia es que los órganos del partido cumplan sus funciones, que las direcciones dirijan y los foros de control controlen. Que la dirección del Partido trate y colectivice las decisiones. Que el Comité Federal establezca criterios y fiscalice a quien debe ejecutarlos, con lealtad y con eficacia. La auténtica democracia y la auténtica lealtad se demuestran al disentir en la mesa de una comisión ejecutiva o un Consejo de Ministros, y no desmarcándose a la carrera el mismo día en que uno se despide del Gobierno.

Por último, se habla en estos días de “girar” hacia posiciones políticas más izquierdistas. Alfonso Guerra, sin embargo, propone “girar hacia la realidad” y yo lo suscribo. No se trata de desandar el camino recorrido desde el 28 Congreso. No es eso. Se trata de responder a los nuevos retos de la sociedad española en el siglo XXI desde nuestros principios de siempre. El programa que el PSOE presentó a la ciudadanía en las últimas elecciones se ha reconocido en Europa como el planteamiento más serio de la socialdemocracia continental desde hace años. El 20-N carecíamos de credibilidad suficiente para hacernos escuchar. Mantengamos la apuesta y funcionará.

¿Por qué no hablamos más claro?

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