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“Que acabe ETA, aunque me vaya al paro”

La guardaespaldas del edil de Zarautz Patxi Elola (PSE) pide que se reconozca a sus compañeros

Mónica Ceberio Belaza
La escolta de Elola (al fondo, primero por la izquierda) vigila mientras el edil pasea con su familia.
La escolta de Elola (al fondo, primero por la izquierda) vigila mientras el edil pasea con su familia.GORKA LEJARCEGI

Cuando el concejal del PP en Ermua Miguel Ángel Blanco fue secuestrado por ETA, el 10 de julio de 1997, el hermano de Josefa Vega la llamó llorando. Él era escolta privado en Durango (Bizkaia) y ella no vivía en Euskadi. “Recuerdo perfectamente esos días, la angustia, la impotencia”, explica esta malagueña de 46 años. “Era decoradora, pero siempre había querido ser policía, trabajar por la seguridad de la gente. El día que mataron a Miguel Ángel [12 de julio] pensé en sacarme el título para ser escolta, marcharme al País Vasco y ayudar a los amenazados”. Se hizo guardaespaldas a los 40 años. En cinco años ha protegido a políticos, una juez, al artista Agustín Ibarrola… y durante los últimos 12 meses ha sido la sombra de Patxi Elola, jardinero y concejal socialista desde 2000 en Zarautz (Gipuzkoa), donde hoy gobierna Bildu.

Es el primer domingo después de que ETA haya anunciado el cese definitivo de la violencia. Elola está en el bar de la sede del PSE en Zarautz con su esposa, su hijo, su padre y sus hermanos. En la fachada de esta casona de piedra del siglo XV aún quedan restos de pintura amarilla. La señal de que no hace mucho había gente que marcaba a los socialistas para hacerles saber que no les querían. Hoy está todo tranquilo, pero un hombre y una mujer no quitan ojo al concejal. Son sus guardianes. La mujer, Josefa, explica que, mientras no les digan lo contrario, seguirán con sus protocolos de seguridad. “Sé que me voy al paro, pero si realmente esto se acaba, lo celebraré”, asegura.

Es una empleada de la empresa de seguridad Ombuds, subcontratada por el Gobierno para escoltar al concejal. “No quiero un trabajo a costa de la vida de la gente. Quiero que haya paz en este pueblo. Entonces me iría a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho”, apunta.

Las jornadas de los escoltas pueden ser extenuantes, de 12 a 18 horas. Y tensas, especialmente en algunos pueblos de Gipuzkoa con importante presencia independentista. Josefa decidió vivir en Zarautz, pero paga un precio por ello: todos saben quién es. “A veces me silban o chasquean los dedos por la calle como si llamaran al perro. Otras no me han atendido en las tiendas. Me han escupido. Me han dicho que me vaya a mi tierra. Hay gente que no te quiere alquilar un piso por miedo a que aparezca la puerta del portal quemada. He visto mucho odio en los ojos de alguna gente. Me ven como una opresora cuando yo lucho por la libertad en Euskadi. Cuando me visita mi madre nos quedamos en casa. No quiero que vea cómo alguien me insulta”. Hace poco trató de apuntarse a clases de euskera. “Me miraron muy raro; me marché”.

Pese a todo, se siente integrada. “Los que me hacen esto no son todos, son los de siempre. Hay gente muy amable y yo amo esta tierra, la cultura, la comida, el paisaje. Casi hasta me siento de aquí, pero hay mucho miedo. Personas que si van solas te saludan y, en cuadrilla, ni te miran. Y lo entiendo. Ha habido mucha presión. Por eso admiro a Patxi, porque no se ha callado. Estoy orgullosa de él”.

Un día a las cuatro de la mañana se cruzó con un chico algo bebido. “Me dijo que me odiaba por lo que representaba; que quería matar a Patxi; que se quedaba con ganas de pegarme”. “Los momentos más agresivos han coincidido con las ilegalizaciones de sus partidos”, explica el concejal. “Pero desde que la izquierda abertzale ha hecho su apuesta de reciclaje, parece todo más tranquilo. La consigna es que hay que comportarse, y aquí las consignas se cumplen. Son como un banco de peces que se mueven juntos”.

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Patxi vive una alegría “muy contenida”. “El sopapo de la última tregua fue muy fuerte y ahora mi cuerpo no acaba de creérselo, pero estoy esperanzado. Luego tocará volver a aprender a vivir el día a día en libertad”. Recuerda los años más duros. Cuando apareció pintada junto a su puerta una silueta con la cabeza ensangrentada. Con la misma pintura fue dibujada una diana en el portal de su vecino, el periodista Gorka Landaburu, que el 15 de mayo de 2001 recibió una carta bomba que le mutiló cinco dedos.

Josefa no acaba de fiarse del anuncio de ETA. “No han entregado las armas ni pedido perdón, pero ya veremos. Se ven rayitos de sol”. Un concejal de Bildu se acercó ayer a Josefa. Era la primera vez que la saludaba. Le dio la enhorabuena y dos besos. Le dijo que ojalá que todo cambie. “Yo le hablé de los muertos y él me salió con Lasa y Zabala. Como siempre. Pero algo es algo. Deseo de corazón que llegue la paz. Yo solo pediría un poco de reconocimiento, un poquito, a todos los escoltas que nos hemos jugado la vida por la libertad de Euskadi”.

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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