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Los comités federales tras derrotas electorales han fortalecido la cohesión

Tras fracasos electorales, los distintos secretarios generales del PSOE siempre han obtenido el respaldo a sus decisiones en el máximo órgano entre congresos

María Fabra
Imagen del comité federal celebrado tras la derrota de 2000.
Imagen del comité federal celebrado tras la derrota de 2000.LUIS MAGÁN

El PSOE siempre ha cerrado sus comités federales posteriores a derrotas electorales de manera pacífica. Los que siguieron a los fracasos de 1995, 1996 y 2000 estuvieron precedidos de voces críticas que hicieron prever la posibilidad de hacer visible una brecha en el partido pero, finalmente, se cerraron con la avenencia de todos y con resoluciones más o menos contundentes que, en cualquier caso, fueron aprobadas por una gran mayoría. Aunque con distinta intensidad, en las tres ocasiones, el cuestionamiento del liderazgo formó parte del debate que, siempre, se cerró en pro de la unidad y la cohesión socialista. En ningún caso se acordó la celebración de un congreso extraordinario, pese a que el del año 2000 se vio obligado a nombrar una gestora que dirigió el PSOE durante cuatro meses, tras la dimisión de su secretario general, Joaquín Almunia. Las grandes decisiones se dejaron para comités posteriores y para los congresos federales ordinarios, tal como abogaron, en cada una de las ocasiones, los secretarios generales que dirigían el partido en aquellos momentos. Pese a los malos datos en las urnas y las voces discrepantes, los comités federales celebrados en el ambiente caldeado de las derrotas electorales nunca fueron momento de importantes determinaciones.

Una balsa de aceite tras la primera derrota

La previsión de una debacle socialista en las elecciones municipales, celebradas en mayo de 1995, provocó que los malos resultados obtenidos fueran admitidos con menor dureza de la esperada. Aún así, en aquel PSOE de Felipe González se levantaron voces críticas, sobre todo, por el tono triunfalista del secretario general. Antes de la celebración del comité federal, miembros del sector guerrista y de Izquierda Socialista habían exigido cambios en el gobierno para afrontar con mayor entereza las elecciones del año siguiente, aunque la verdadera intención era la de tratar de arrancar algo de poder en el seno del partido. Pese a que durante la campaña electoral también rondó la cuestión de la sucesión de González, el comité únicamente reafirmó el liderazgo de este, que optó por no mover ficha, ni en el partido, ni en el gobierno. “Nuestra cohesión interna es condición necesaria para recuperar la confianza de quienes se han alejado de nosotros”, fue una de las conclusiones del comité.

La única resolución concreta que aprobó en aquella reunión fue la de convocar una conferencia extraordinaria transcurridos cuatro o cinco meses. Fue en ese espacio de tiempo cuando Felipe González anunció su intención de no presentarse a la reelección, cuando comenzaron a surgir nombres para la sucesión, como el de Maragall y, sobre todo, el de Javier Solana. La designación de este último como secretario general de la OTAN forzó, finalmente, la reelección de González.

Paz, unidad y cohesión tras perder el Gobierno

“Nunca una derrota fue tan dulce y una victoria tan amarga” fueron las palabras con las que Alfonso Guerra definió la sensación del PSOE tras las elecciones generales de 1996. Los socialistas esperaban un batacazo tremendo en las urnas y se encontraron con el apoyo de más del 37% del electorado y 141 diputados. Ante unas elecciones anticipadas, sus previsiones apuntaban por debajo del 30% y una representación por debajo de los 130 parlamentarios, con lo que el comité federal posterior a los comicios en los que los socialistas culminaron sus 16 años de gobierno resultó completamente pacífico. En aquella ocasión, el debate del PSOE se centró más en la preocupación por el futuro del gobierno (el PP no obtuvo mayoría y pasaron dos meses hasta la convocatoria del pleno de investidura de Aznar) que en las causas de su derrota. La corrupción y el desgaste eran ya factores asimilados y los barones territoriales se centraron en hacer una llamada a la “cohesión” y la paz interna, dándole a Felipe González carta blanca para adoptar la estrategia oportuna. Ni siquiera los guerristas trataron de plantar cara a las decisiones del secretario general, mientras que Izquierda Socialista dibujó a González como “la solución y el problema” del PSOE.

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Una gestora tras diez horas de debate

El comité federal celebrado tras la derrota electoral de 2000 fue, posiblemente, uno de los más complicados para el PSOE. Tras unas primarias, ganadas por Josep Borrell, y un proceso electoral afrontado con un candidato distinto al elegido en las elecciones internas, Joaquín Almunia, los socialistas se quedaron con 125 diputados y a unos 2,5 millones de votos del PP. Almunia presentó su dimisión y el comité federal hubo de afrontar la situación de un partido sin dirección. Guerristas, borrellistas e Izquierda Socialista apostaron, en principio firmemente, por la celebración de un congreso extraordinario. Su petición estaba avalada por los estatutos socialistas que indican que cuando se produzcan vacantes en la Comisión Ejecutiva Federal que “afecten a la Secretaría General, o a la mitad más uno de sus miembros, el Comité Federal deberá convocar Congreso Extraordinario para la elección de una nueva Comisión Ejecutiva Federal”. Frente a ellos se situaron todos los secretarios regionales, a excepción del de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que apostaron por seguir las “instrucciones” facilitadas por el propio Almunia antes de dejar la secretaría general, que abogaban por posponer cualquier decisión a la celebración de un congreso al cabo de cuatro meses. Y los críticos votaron en contra del congreso ordinario, que fue como se resolvió la dimisión del secretario general, pero a favor de la gestora, en la que se incluyó a varios de sus miembros, y con la que el PSOE funcionó hasta el congreso del que salió elegido José Luis Rodríguez Zapatero.

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