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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El futuro siempre fue incierto

“No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”

Agentes de Policía custodian en Callao a uno de los grupos de las que estaban acampadas en la madrileña Puerta del Sol.
Agentes de Policía custodian en Callao a uno de los grupos de las que estaban acampadas en la madrileña Puerta del Sol.Victor Lerena (EFE)

Lo asombroso fue que tantos cuya obligación era enterarse no lo hicieran. Se sorprenden ahora de que una multitud salga a las calles de más de medio centenar de ciudades españolas a protestar por lo que consideran un deterioro de la democracia. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, es el lema de este movimiento. Su manifiesto no contiene, sin embargo -y se diga lo que se diga-,  muchas más demandas de las que otorga como derechos la Constitución española o cualquiera otra democrática. A lo sumo, reivindica una revolución  ética que deje de considerar al dinero por encima del ser humano. En un país con la cifra más alta de paro juvenil del mundo desarrollado, de desempleo en cifras absolutas de Europa, que –a la vez- tiene en su suelo a los ejecutivos mejor pagados del continente, no parece muy injustificada la indignación. Ignorar el malestar social, hasta qué intensidad se da –pese a la apatía mayoritaria- solo indica el alejamiento de la realidad de los políticos, destinatarios –junto a los poderes financieros- de su enojo.

El disgusto se palpaba en Internet desde hace meses por tanto. Filtrándose por los huecos que deja inéditos la comunicación oficial. Llamadas a la búsqueda de soluciones en los blogs, propuestas imaginativas desde la angustia y la necesidad de no permanecer impasibles; diálogos en las redes sociales -que distan mucho de ser sólo entretenimiento-.

La espoleta la prendió sin duda Indignaos, el panfleto del nonagenario francés Stéphane Hessel que se ha expandido por el mundo en “reforma”. España se encuentra mucho peor, cobramos –sin ir más lejos- la mitad del sueldo de nuestros vecinos. Por eso también arrancó Reacciona, el libro que coordiné con la participación de José Luis Sampedro, Mayor Zaragoza, Baltasar Garzón o Ignacio Escolar, entre otros. La acogida a la información aportada está siendo arrolladora.

Históricamente, las propuestas que originan cambios surgen de focos que terminan por unirse. Democraciarealya tiene la enorme virtud de haber sabido aglutinar a más de 200 microorganizaciones, incluso dispares, desde jóvenes a jubilados, parados o afectados por las hipotecas, o contrarios a la Ley Sinde. No es fácil. Y nada desdeñable utilizar la creatividad y el entusiasmo en sus mensajes, frente a la manida mediocridad que nos rodea y hastía. Ignorarlo es un grave error. La ola democrática en el mundo árabe como guía, la comunicación por Internet –básicamente- como método.

La protesta del domingo ha tenido eco en la información internacional. Por la noche ya lo publicaba el Washington Post y otros medios, vía Associated Press. Este lunes la #spanishrevolution era uno de los trendingtopics mundiales en Twitter (los más vistos), con otros referidos a la misma protesta, que han despertado la curiosidad sobre lo que está pasando en España. Esa masiva atención suele ser un arma de doble filo pues demanda y resta al mismo tiempo.

La principal causa que podría parar esta protesta, crecida hoy con el éxito –de 7.000 adhesiones al manifiesto han pasado a 50.000 en 2 días-, está en su interior. Se han organizado con ingenio, escribían a los periodistas de Internet y trataban de convencer a los ciudadanos casi uno por uno en los andenes del metro. Da la impresión de que las propuestas empiezan a dispersarse, fruto de las decisiones en largas asambleas. Y no faltarán los enemigos internos, tan españoles: celos, envidias, protagonismos y zancadillas. Puede arruinar cualquier proyecto, máxime cuando es bien intencionado.  

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Les atacarán también desde fuera. La manera como han sido manipulando los incidentes violentos de Madrid -terminada una manifestación absolutamente pacífica-, fuera de hora e itinerario, revela que nos les darán tregua.  Esencialmente desde la derecha. Incluso aposentados progresistas de salón, se asustan del “tufillo” antisistema que revela este movimiento, como si el sistema que cercena presente y futuro de muchos españoles fuera una joya a conservar y no arrojara la realidad de una sociedad atacada en sus derechos adquiridos por grupos minoritarios. Así al menos lo sienten un número creciente de ciudadanos. Y buena parte de los políticos siguen sin enterarse.  

 Y, sin embargo, mientras no se aminoren o solucionen las razones reales del hartazgo, la inquietud social se mantendrá y podrá germinar en cualquier otro punto. En el verano de 1989 unas pocas decenas de alemanes del Este comenzaron a manifestarse en Leipzig. A primeros de noviembre, fueron un millón. El día 9 cayó el Muro. Sin Internet. Otras revolucione no llegaron a fructificar nunca. Pende aún del hilo de la violencia gubernamental la voluntad democrática de varios países árabes. Tan incierto es, hoy, el futuro de muchos españoles como el día que decidieron expresar su rabia. Cualquiera que escuchara el domingo los datos y demandas, expresadas con brillantez y sinceridad, sabe, al menos, que esto va en serio.

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