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Tentaciones
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Guerra Fría

No sabéis lo que os habéis perdido

Una de las obsesiones de Federer cuando se convirtió en estrella fue empezar a vestir bien. Federer no lo sabía entonces, pero entre sus fans había una mujer fascinada por su juego: Anna Wintour

Manuel Jabois
Federer jugando el pasado 17 de junio en Suttgart (Alemania).
Federer jugando el pasado 17 de junio en Suttgart (Alemania).Alex Grimm (Getty Images)

Martes

Alejandro Ciriza entrevista a Nadal y le pregunta por su encuentro con el ministro Màxim Huerta: “Al final son dos minutos los que estás ahí, te haces la foto, saludas y ya está”.

Una de las obsesiones de Federer cuando se convirtió en estrella fue empezar a vestir bien. “Era un provinciano suizo”, cuenta en el libro Sin Red el periodista Sebastian Fest. Federer no lo sabía entonces, pero entre sus fans había una mujer fascinada por su juego: Anna Wintour. De la legendaria directora de Vogue siempre he admirado una férrea disciplina horaria que incluye estar en pie a las cinco de la mañana y jugar al tenis durante una hora a las seis menos cuarto (una periodista de The Guardian, Jess Cartner-Morley, quiso imitarla y casi se vuelve loca: no entendía por qué Wintour hacía todas esas cosas sin dejar de estar perfecta). Wintour, que escribió en publicaciones de tenis sobre su relación con Federer, le presentó a celebridades y lo vistió como a un dios. La prensa más aburrida llegó a sopesar un romance (sólo hay algo peor que un gobernante aburrido: un periódico). Uno se imagina a Federer escuchando atentamente los delicados consejos de Wintour para empezar a vestirse de forma elegante como Camps escuchaba las enseñanzas de El Bigotes adquiridas en sus años en los platós de Antena 3 en los años noventa, aquella belle epoque. Un día le preguntaron a Federer por Wintour y el suizo contestó: “Todo empezó cuando no sabía qué ponerme para ir a una fiesta. De ella aprendí que un traje oscuro es mejor para la noche. Siempre recuerdo ese consejo”. Tampoco hace falta levantarse a las cinco de la mañana para esto, la verdad.

Miércoles

Hoy, hace exactamente cuatro años, no conseguía dormir en un hotel de Salvador de Bahía. En realidad no conseguí dormir nunca por la noche en Brasil: como le pasó a la selección española, yo tampoco superé el jet-lag. Pero entonces, a los pocos días de llegar, aún trataba de combatirlo. Me metía en cama, pasaba una hora y me levantaba enfurecido a caminar por los pasillos del hotel, descalzo y en bañador. Salí de esa guisa en tres o cuatro ocasiones hasta que me cansé y me vestí para bajar a desayunar. Tanto fue el cántaro a la fuente que, cuando se abrieron las puertas del ascensor, apareció dentro Fernando Hierro. La noche anterior Holanda había ganado a España 1-5, Hierro tenía mala cara y yo insomnio: con esa sinopsis, HBO hace dos temporadas antes de que el ascensor llegue al vestíbulo. Inicié un vaga charla por si le animaba saber que era español, pero musitó algo indescifrable, casi un ultrasonido. Ya en el comedor tuvimos un corto intercambio de pareceres sobre el partido del día anterior. “Empezar así es malo”, dijo, y me imaginé a Camacho asintiendo en alguna parte, apuntando la frase y rodeando con un circulito la palabra “malo”. “No es bueno”, apunté. “Es una derrota dura”, se animó. “¿Los chicos remontarán?”, pregunté (cuando hablo de fútbol con profesionales siempre digo “chicos” o “muchachos”). “Nos levantaremos, tengo confianza”, dijo. Luego cogió su bolsito y se subió al autobús de un patrocinador, y yo esa mañana dormí como un bendito, pues Hierro a mí siempre me ha dado una seguridad tremenda. No sé en relación a qué, pero eso es lo de menos.

Jueves

Por la noche salgo sin querer. A estas edades ya no conozco a nadie que salga queriendo. A veces tenemos tantas ganas de no salir que quedamos por la noche para presumir de lo mucho que hemos sentado la cabeza. Yo si pongo el despertador a las siete de la mañana, cosa que suele ser habitual, estoy tan orgulloso de mí mismo que tengo la necesidad de irme corriendo al Toni a cantarlo al piano. Es casi imposible, entre semana, encontrarse a alguien de mi edad a las cinco de la mañana que no te cuente, entre el orgullo y el desconcierto, que tiene que levantarse en breve. Me gusta pensar que Anna Wintour hace lo mismo. Que es como mis amigos, un puñado de resistentes tratando de convencerse de que al terminar la cena se irán para casa mientras piensan que pobre del que lo intente.

Viernes

Otra de Mecnken en De la felicidad: “Un hombre civilizado puede abrazar el patriotismo en épocas de duelo y borrasca, cuando el país flaquea y se duele (…) Cuando su entorno sea seguro, feliz y próspero, el patriotismo sólo podrá suscitar su odio. Las cosas que hacen que los países sean seguros, felices y prósperos son al mismo tiempo intrínsicamente corruptas y repugnantes. A un hombre civilizado, amar a su país en los buenos tiempos le resulta casi tan imposible como respetar a un político”.

Yo también aspiro a suicidarme algún día conmovido por los males que padece mi querida patria. El último príncipe que hizo esto fue uno que apareció en ¡Hola! hace varios años entre los cojines de un salón fastuoso repleto de lámparas colgantes y pieles de tigre echadas por el suelo anunciando su depresión mientras decía que sopesaba el suicidio. Leí aquel reportaje alucinado, porque al fin y al cabo mi educación literaria, y casi diría corporal, pertenece a esa revista en la que los ricos históricamente han enseñado sus dorados palacios alegando amores, divorcios, bautizos o, llanamente, su “gran momento”. Expresan su estado de ánimo enseñando dormitorios. Es como si yo un día decido "rehacer mi vida" y convoco a la prensa para que saque fotos a la grifería del baño mientras explico los detalles del diseño. "¿Es usted fontanero?". "No, sólo tengo ganas de volver a enamorarme". "¿De una fontanera?". "Déjeme vivir, por favor, sólo quiero enseñarle mi piso". Lo que nunca había visto, como vi en el ¡Hola!, es a alguien echado en un sofá de medio millón de euros con pinta de ponerse a fumar en cachimba diciendo que no tiene ganas de vivir y que el único dilema filosófico de nuestro tiempo, como dejó dicho Camus, es matarse o no.

Sábado

Este diálogo, entre Pablo Ordaz y Giuseppe Ferraro en 2014, dentro del reportaje de Ordaz sobre la Gomorra real, Scampia.

—Ah, y otras dos cosas antes de que vaya a Scampia.

—Dígame, profesor.

—La primera es que debe tener en cuenta que en esta ciudad solo existe el presente. El pasado es presente e incluso la muerte está incluida en el presente. Cuando el Nápoles venció el segundo scudetto [el campeonato de liga 1989-1990, con Maradona de capitán], los muchachos fueron al cementerio y colgaron una pancarta: “Queridos abuelos, no sabéis lo que os habéis perdido”. Al día siguiente, apareció otra pancarta en el mismo lugar que respondía: “¿Quién os lo ha dicho…?”. No lo olvide, esta ciudad está siempre al límite de su propia locura.

—¿Y la segunda cosa que no debo olvidar?

—El hecho terrible de que Nápoles es una ciudad bella. Demasiado bella. Y ya dijo Rilke en una de sus elegías que “la belleza no es si no el principio de lo terrible”. La belleza genera violencia.

Salvatore Conte, un capo de la serie, fuma un cigarro electrónico. "Bien hecho, hay que cuidar la salud", le dicen. “La salud me importa una mierda”, responde. “Todos los años dejo algo que me gusta mucho para demostrarme que puedo vivir sin ello. Así nunca tengo miedo de que me quiten nada”. Tiene unos 40 años y ya no bebe, no fuma y no folla, por citar tres placeres famosos. A lo que tuvo que renunciar el resto de años ni me lo imagino; hasta Jesús se plantó antes.

Había un cura que en una misa, para poner un ejemplo, decía: “Dios, sin ir más lejos…”.

Domingo

Un provinciano suizo, por ejemplo, lo que hace es ir con su pareja al Retiro a pasar la tarde, meterse en unos jardines, quedarse en ropa interior de colores (siempre despista más) y leer un libro hasta dormirse. Permanecer allí, ajeno a miradas de espanto, hasta que lo despierta un policía local con casco y en bicicleta y le dice que la zona para tirarse es otra, que en esos jardines está prohibido porque vete tú a saber si están protegidos o qué. Mientras recoge y se va, piensa en las extrañas formas de presentarse que tiene la decadencia: hace quince años con un coche de la secreta por comprar hierba y ahora con bicicleta por tirarse encima de ella.

Lunes

"Estás en una ceremonia oficial, compórtate. Puedes hacer el imbécil pero hoy hay que cantar la Marsellesa y el Canto de los Partisanos. Me llamas señor presidente de la República o señor, ¿vale?", le dice Macron a un chico que le saludó: "¿Qué pasa, Manu?". "No me toques", le dijo un ciudadano a Sarkozy en 2008, cuando el presidente apretaba las manos del pueblo. "Pues pírate, pobre gilipollas", respondió Sarkozy. La fascinante relación entre los presidentes franceses y sus gobernados a veces gilipollas, a veces racaille, a veces imbéciles. Antes de gobernarlos los adjetivan.

He sabido de la genialidad del entrenador de Corea del Sur, que ha puesto a entrenar a sus jugadores con los dorsales cambiados porque todo el mundo sabe, dice, que a los occidentales les parecen todos los asiáticos iguales. Pero su estrategia no supera a la del Muñeco Gallardo, entrenador de River, que después de ganarle una final a Boca dijo que había estado jugando mal adrede dos meses para despistar. Como yo en la vida, pero sin saber cuándo es la final.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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