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Columna
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Cataluña plural

La imagen homogénea de un solo pueblo es antidemocrática y niega la realidad

Ricardo Dudda
Tres jóvenes acuden a una manifestación en Barcelona con una senyera, una bandera de España y una estelada.
Tres jóvenes acuden a una manifestación en Barcelona con una senyera, una bandera de España y una estelada.JON NAZCA (REUTERS)

En 1965, El Noticiero Universal de Barcelona encargó quince artículos sobre Cataluña al filósofo Julián Marías, que se convirtieron en el libro Consideración de Cataluña. Marías realiza un ejercicio admirable en el franquismo: ver España desde Cataluña.

Observa que Cataluña se siente lejos de Madrid, o de Castilla (como si todo español pueda ser castellano), a pesar de que muchas regiones españolas están también “alejadas” de la capital. Y, sobre todo, a pesar de que dentro de Cataluña muchas regiones se sienten también lejos de Barcelona, o de otras cataluñas, como muestra por ejemplo Valero Sanmartí en su sátira Los del Sud us matarem a tots. Si España es más que Madrid y Castilla, una especie de yermo pobre y atrasado según la mitología nacionalista catalana, Cataluña es por supuesto más que un sol poble.

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El nacionalismo catalán lleva décadas intentando acabar con el multiculturalismo y la pluralidad catalanas, a pesar de que sus líderes siempre se han considerado liberales (el PDeCAT sigue inexplicablemente formando parte de ALDE, los liberales europeos). No hay nada más iliberal que el discurso del pueblo frente al de la ciudadanía, y no hay nada más anticatalán que olvidar intencionadamente la Cataluña real.

Marías defiende en su libro una especie de federalismo sentimental o cultural, en el que las regiones de España están “bien perfiladas, unidas, elásticas, sin lastre de arcaísmo, sin inútiles abalorios, sin aldeanismo ni espíritu de campanario, sin dar facilidades al eterno troglodita que yace agazapado en nuestra tierra”. El filósofo piensa que no se puede ser solo español sin ser también un poco andaluz, castellano, catalán, aragonés, vasco… No existen las culturas e identidades homogéneas, cerradas, compactas. Como escribe el filósofo Amartya Sen en Identidad y violencia, “la ilusión de una identidad única es mucho más disgregadora que el universo de clasificaciones plurales y diversas que caracterizan el mundo en el que en realidad vivimos”. Hablar de una sola nación, un solo pueblo, una sola patria es demostrar que existe un “otro” al que ignoramos. La brecha existente entre el independentismo y el antiindependentismo es construida y, cuanto más habla Puigdemont de unidad del pueblo, más crece esa brecha.

La imagen homogénea de un solo pueblo es antidemocrática y niega la realidad: la democracia solo puede existir si hay conflicto, diversidad, pluralidad. Lo contrario es autoritarismo, totalitarismo. Para el independentismo radical catalán, el concepto democracia es instrumental y maleable. Solo existe en la medida en que sirve para avanzar en su agenda disgregadora.

Las lecciones de pluralismo de Julián Marías no solo sirven para la crisis territorial española, sino también para la globalización, la integración europea, la inmigración, la crisis de refugiados. Reconocer al “otro” es siempre reconocerse a sí mismo.

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