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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Europa está aprendiendo

El cambio de orientación de la UE en su política puede ser muy positiva. No se trata de alejarse de la disciplina fiscal, pero sí conviene avanzar a la hora de favorecer a cada país para que afronte reformas estructurales

ENRIQUE FLORES

Desde hace unos años, me siento como si, intelectualmente, viviera en los Alpes. El motivo es que, tanto en los debates europeos como en el Consejo Europeo, me toca actuar con frecuencia como una especie de traductor de las virtudes de la disciplina a las lenguas mediterráneas, por un lado, y, por otro, he hecho de intérprete para trasladar las dificultades que siente la Europa del sur a los países del norte.

Es esencial para el futuro de Europa que se ponga en marcha un proceso de mutuo aprendizaje. El sur, a medida que vaya asumiendo las ventajas de la economía social de mercado, debe mostrar más empeño en lograr implantar la disciplina fiscal y las reformas estructurales. Por su parte, el norte, en particular Alemania, debe tener en cuenta que, por más esfuerzos que hagan los países del sur, tendrán escasas probabilidades de generar mejoras sostenibles mientras el marco político de Europa no facilite más el crecimiento.

Cuando, en mayo de 2013, la UE reconoció que Italia, después de dos años de política fiscal muy estricta, ya no necesitaba estar sometida al llamado “procedimiento de déficit excesivo” de la Unión, los italianos lo vivieron casi como si fueran a salir de la cárcel, como una libertad recién descubierta. No es así, ni mucho menos, aunque no cabe duda de que la nueva situación contribuye a que se produzca una reducción de los tipos de interés y, por tanto, tiene un efecto favorable en el propio presupuesto.

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Algunos incluso pensaron que la decisión de la Unión Europea era una forma de reconocer que antes había sido demasiado tacaña. Otros pasaron de un salto de celebrar el reconocimiento obtenido por Italia a hablar de nuevas formas de gastar el dinero, como si de golpe hubieran desaparecido las restricciones normales a las que está sujeto el presupuesto, que intentan preservar la estabilidad y proteger a las futuras generaciones.

Los países del sur deben hacerse
a la idea de que el control
presupuestario compensa

En realidad, para que los países del sur de Europa alcancen una situación presupuestaria estable y sostenible serán necesarios más ajustes culturales. En concreto, la población debe hacerse a la idea, acertada pero nada fácil de asumir, de que la disciplina presupuestaria compensa. Creo que es fundamental, en el diseño de las próximas políticas, convencer a la gente de que la disciplina fiscal no es un tributo que se paga a los dioses residentes en las regiones septentrionales de Europa. No es más que un buen hábito de conducta económica.

Ahora bien, el norte de Europa también tiene que ceder algo. En concreto, debe mostrar una comprensión más profunda del papel de las inversiones en la actividad económica. El Tratado de Maastricht no distinguía suficientemente entre gasto público para el consumo y gasto público para la inversión. Como consecuencia, desde que se introdujo el Pacto de Estabilidad, a finales de los noventa, muchos países europeos han adquirido disciplina presupuestaria a base de unos recortes desproporcionados de las inversiones públicas, que suelen ser menos dolorosos, desde el punto de vista político —aunque más nocivos para el futuro económico y social de un país—, que los recortes en el gasto público ordinario.

Por supuesto, no es nada fácil distinguir entre los diferentes tipos de inversiones públicas, entre las inversiones productivas o las seudoinversiones (como cuando un Gobierno transfiere dinero a empresas de propiedad estatal para cubrir sus pérdidas).

Es necesario hacer un trabajo serio y riguroso sobre las definiciones y los criterios de medición, y siempre quedará cierto margen de apreciación. Sin embargo, estas no son justificaciones suficientes para suponer que todas las inversiones del sector público son esencialmente similares al consumo, ni que carecen por completo de todo mérito económico y propósito productivo. Pero eso es exactamente lo que se hace cuando se interpreta el Pacto al pie de la letra.

Ahora que el sur está, por fin, aproximándose a los conceptos económicos y fiscales de Europa central y del norte, es estimulante observar que la Comisión Europea y el Consejo Europeo —en sus respectivas contribuciones al diseño de las políticas y prácticas de la UE— y tal vez detrás de ellos, hasta cierto punto, la propia Alemania, parecen estar volviéndose menos reacios, con toda cautela, a ejercer cierto grado de flexibilidad medida, modesta, controlada y supervisada, para facilitar una aplicación más racional —en absoluto más indulgente— del Pacto. Por ejemplo, hace un par de años se decidió que a los países que no se encuentren en una situación de déficit excesivo se les conceda cierta flexibilidad limitada en las inversiones del sector público.

¿Y qué ocurre con las reformas estructurales? Son más los países que han conseguido ajustar sus presupuestos que los que han logrado sacar adelante el arduo empeño de unos cambios estructurales de fondo, a pesar de que se sabe que este último es una gran prioridad, sobre todo porque somos conscientes de que lo más importante es la competitividad.

Es importante que el norte comprenda el papel de las inversiones en la actividad económica

¿Por qué, entonces, hay mejores resultados en materia de disciplina fiscal que en las reformas estructurales? He llegado a la conclusión de que son dos los motivos. El primero es la pretensión de enfrentar a los Gobiernos contra los grupos de intereses.

La tarea de gobernar es más difícil cuando las medidas de reforma repercuten de manera directa en los intereses de grupos organizados, empresas, profesionales o empleados del sector público. Esas medidas pueden, por ejemplo, suponer más competencia en un mercado concreto, y por tanto eliminan las cómodas rentas que se obtenían en determinados sectores. En cambio, los efectos de medidas presupuestarias como la subida de impuestos son más difusos.

El segundo factor es que Europa proporciona menos ayuda en el aspecto que, en definitiva, es más importante: las reformas estructurales. En la unión monetaria europea, la atención ha estado centrada sobre todo en la disciplina fiscal. Por eso ha habido limitaciones, supervisión y sanciones más fuertes en relación con esa parte del trabajo de los Gobiernos de los Estados miembros.

A la hora de la verdad, la razón de que se actúe así es muy sencilla: si hay más oposición interna a las reformas estructurales, y Europa presiona menos en este sentido que en el relación con la consolidación presupuestaria, lo más probable es que en las reformas estructurales haya menos avances.

Por eso me satisface ver el reciente cambio de orientación en la política de la UE, no para alejarse de la disciplina fiscal, sino para avanzar hacia un mayor énfasis en las recomendaciones específicas para cada país a propósito de las reformas estructurales. Cuando yo era miembro del Consejo Europeo, defendí que la mejor forma de progresar era fraguar acuerdos contractuales entre la Comisión Europea y cada país involucrado en relación con reformas concretas. Es una forma de reforzar la influencia de la UE en los Gobiernos y el poder de cada Gobierno frente a los grupos organizados en su país, todo ello con el objetivo de llevar a cabo las reformas estructurales.

Dichos acuerdos, unidos a varios mecanismos complementarios que faciliten la financiación de las reformas en los países que todavía soportan primas muy elevadas pero están poniendo en práctica las políticas recomendadas por la UE, pueden ayudar a llevar a Europa por una vía de más reformas que favorezcan el crecimiento y el empleo.

Mario Monti fue primer ministro de Italia y es presidente del Council for the Future of Europe del Berggruen Institute on Governance.

@ The Globalist.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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