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Las agresiones sexuales en Brasil se consideran un delito “menor”

Tres episodios de asedio contra mujeres en el transporte público de São Paulo encienden el debate sobre los vagones femeninos

Marina Rossi
Pasajeros de la línea verde de metro de São Paulo.
Pasajeros de la línea verde de metro de São Paulo.BOSCO Martín

En poco más de 48 horas, tres hombres han acabado en comisaría en São Paulo acusados de agredir sexualmente a mujeres en el transporte público. El lunes, Adilton Aquino de Santos, de 24 años, fue detenido cuando viajaba en el tren de la línea 7-Rubi, acusado de eyacular en las piernas de una mujer. Santos argumentó, según la prensa brasileña, que “el tren estaba muy lleno" y "no aguantó". La víctima, una revisora de 30 años, sufrió (además del trauma) una luxación en el brazo por la brutalidad con la que el hombre intentó inmovilizarla.

Este miércoles, Bruno de Roma Perroni, de 24 años, fue detenido acusado de filmar a mujeres con un celular bajo la ropa, mientras que Eduardo Ferreira del Nascimento, de 26 años, fue llevado a comisaría acusado de toquetear a una vendedora de 33 años. Ambos jóvenes, que estaban en la estación de metro Sé, responderán de las acusaciones en libertad, ya que estos son delitos “con potencial ofensivo menor”, según el comisario Cícero Simão Costa.

La clasificación de los abusos sexuales en el transporte público es otro problema. No hay un término jurídico para ese tipo de delito, por lo que a menudo el autor no cumple pena alguna o recibe castigos blandos, como trabajo voluntario. Una ley que califique de delito de violencia sexual (cuya pena va de uno a dos años de prisión) el asedio a mujeres en el transporte público y -¿por qué no? en las calles- podría ser una manera de reducirlos.

Solo este año, la Comisaría de Policía del Metropolitano, responsable de la investigación, ha registrado 20 agresiones sexuales contra mujeres ocurridas en el metro o en los trenes de la ciudad. Una veintena de víctimas tuvieron el coraje de prestar queja, pero muchas otras callan a diario. “Son actos rutinarios. La gente sabe que ocurren cada día, más de lo que se ve en la prensa o en comisaría”, dice el psicólogo especialista en sexualidad Oswaldo Rodrigues Jr.

Por si no bastara, en Internet han surgido redes creadas y gestionadas por hombres para intercambiar experiencias sobre los abusos. Facebook ha eliminado algunas comunidades que contenían relatos y consejos para restregarse contra mujeres dentro de un vagón lleno. La Polícia Civil de São Paulo anunció este miércoles que está investigando 30 grupos que actúan en el sistema de transporte y que se organizan por Internet.

El asedio sexual en los trenes interfiere en la rutina de las mujeres. En la Estação da Luz (centro de São Paulo) la promotora de eventos Mariane de Santos Lima, de 24 años, cuenta que se ha cambiado de ropa porque iba a tomar el tren y no quería atraer la atención de los hombres. “Siempre sucede”, dice. En el recorrido de tren de Luz hasta Francisco Morato, que dura más de 50 minutos, Elisângela da Silva, gerente de una empresa, de 34 años, explica que tiene su propia táctica para no ser molestada. “Cuando entro al tren intento apoyarme en alguna pared para que nadie esté detrás de mí”, dice. “Siempre presencio algún caso de hombres frotándose contra las mujeres”, asegura.

Vagón rosa

Los casos recientes vuelven a encender la discusión sobre la creación de vagones exclusivos para mujeres en el transporte público. En Río de Janeiro existe desde 2006 un vagón rosa, exclusivo para mujeres, que funciona en las horas punta (días entre semana de 6 a 9 y de 17.00 a 20.00). Sin embargo, un reportaje de Record reveló que los hombres no respetan esa ley y usan el vagón femenino.

Los vagones solo para las mujeres dividen opiniones. Al funcionar solo en hora punta dejan las mujeres sujetas a agresiones en otros horarios. Además, la mujer que no consigue entrar en el vagón exclusivo y usa el común puede dar a entender que está aceptando ser abordada. La creación de vagones femeninos también puede ser vista como una gran derrota civilizatoria, como si hombres y mujeres no pudieran convivir en el mismo espacio físico sin que ocurran abusos sexuales.

Para la estudiante Gabriely Santana, de 21 años, usuaria del metro, los vagones femeninos no son una solución. “El problema no es ese. El problema es la falta de educación, el machismo”, dice, mientras espera el metro en la estación de Consolação. La opinión es compartida por Eliane Lanar, profesora de 56 años: “Un vagón para mujeres no adelanta nada si, cuando salimos del tren, nos cruzamos con esos sujetos en la calle”, dice. “El vagón nos protege aquí dentro. ¿Y allá fuera?”.

Para el psicólogo Rodrigues Jr, la cuestión que plantea la profesora es de gran importancia en la discusión sobre los vagones femeninos. “Los vagones alivian la situación de algunas mujeres, pero no de todas. Ciertamente no modificará la tendencia de estos hombres de buscar su forma de obtener placer sexual”, dice. “Finalmente, la vida continúa existiendo fuera de los vagones de metros y trenes”.

La socióloga Wânia Pasinato cree que los vagones exclusivos pueden ser una buena medida. “Creo que es importante sacar a las mujeres de esa situación humillante”, dice. “Pero también debería haber una campaña intensiva para concienciar de que esos actos son crímenes”. En la estación de la Luz, la técnica de enfermería Mariana Fernandes, de 27 años, concuerda con la socióloga: “Si esos vagones existieran, yo solo usaría esos. Me parecería muy bien, porque siempre hay algún hombre intentando poner la mano en una pierna, o en partes más íntimas”, dice.

En São Paulo hay dos proyectos de ley que tratan el problema. Ambos están detenidos en la Assemblea Legislativa del Estado. Ninguno de ellos fue presentado por mujeres. En otros Estados  hay iniciativas semejantes, también de autoría masculina. El diputado estatal Eduardo Porto (PSDB), por ejemplo, es el autor del proyecto que crea vagones exclusivos para mujeres en Recife (noreste de Brasil). Allí, según la ONG SOS Corpo, 28 mujeres fueron violadas en el transporte público entre 1998 y 2012.

La orientación que da la policía para quien sufre ese tipo de violencia se resume en cuatro palabras: buscar inmediatamente la comisaría. En São Paulo hay un puesto 24 horas de la Comisaría de Policía del Metropolitano dentro de la estación de metro de Barra Funda. En algunos casos, es posible presentar la queja por Internet. “Lo ideal sería tener un testigo”, explica el comisario Costa. Para que eso suceda, tal vez debería haber una campaña por parte del metro y de la Compañía Paulista de Trenes Metropolitanos orientando a las mujeres a actuar en casos de asedio sexual.

Además de presentar reclamación, la socióloga Wânia Pasinato cree que la mujer debe actuar en el momento de la agresión. “La única manera es señalar con el dedo a la cara del sujeto, al instante que sucede, porque después queda totalmente protegido por el anonimato y la multitud. Cuando sale del vagón, es imposible de encontrar”, dice. “Una tiene que avergonzar a ese individuo. Hoy lo es la víctima, que tiene miedo y hasta vergüenza de reaccionar”.

Abusos por el mundo

El problema del asedio sexual no ocurre solo en São Paulo o en Brasil. Debido a los abusos, los vagones separados por género existen en países como Japón, Filipinas, Rusia e India . En México hay, además de vagones de metro, autobuses exclusivos para mujeres. Pero no existen datos que concluyan que esta solución sirve para reducir o acabar con las agresiones.

Londres es un ejemplo de éxito. El año pasado, la ciudad lanzó una campaña que consistía en preparar a la policía del metro para cuidar de los casos de abusos sexuales y, a la vez, concienciar a las mujeres sobre la importancia de denunciar. Bautizada como Project Guardian, la campaña nació tras una encuesta que concluía que el 15% de las niñas y adultas usuarias del metro ya habían sufrido algún abuso, pero el 90% de ellas no presentaron ninguna queja. Unos 2.000 mil policías recibieron entrenamiento y las denuncias aumentaron un 20% entre 2012 y 2013. Entre abril y agosto del año pasado, las detenciones por abusos sexuales en el metro aumentaron un 32%, hasta 170 personas.

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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