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Las sospechosas “hiperreacciones”de la acusada, Ana Julia Quezada

La mujer detenida por la muerte de Gabriel Cruz despertó recelos entre los investigadores desde el principio por sus sobreactuaciones y protagonismo

Ana Julia Quezada es escoltada por agentes de la Guardia Civil.Foto: atlas | Vídeo: M. Zarza
Patricia Ortega Dolz
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Over-the-top attitude of Gabriel Cruz murder suspect aroused suspicion

Ana Julia Quezada tiene al menos tres vidas. Una en República Dominicana, donde nació en 1974. Otra en Burgos (España), adonde llegó en diciembre de 1995 y donde vivió con sus dos hijas, Ridelca y Judith, que entonces tenían cuatro y dos años, aunque la mayor falleció al “caerse” supuestamente por una ventana de un séptimo piso. Y una tercera vida en Almería, donde se instaló hace cinco años, concretamente en la costera pedanía de Las Negras, a tres kilómetros de Las Hortichuelas, el lugar en el que desapareció el pequeño de ocho años, Gabriel Cruz, el pasado 27 de febrero. Ella y la abuela del niño fueron las últimas personas que le vieron con vida, antes de que supuestamente se perdiera su rastro cuando se dirigía a casa de sus primos.

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Sus “hiperreacciones” (“pasaba de mostrarse muy afectada con los familiares a la frialdad total”), sus “comentarios gratuitos” (“daba explicaciones que nadie le había pedido”), o sus “sobreactuaciones” ante los medios de comunicación (“irrupciones en plano con besos a su pareja y padre del niño; declaraciones a las televisiones quitando importancia al hecho de que ella hubiese encontrado una camiseta interior del pequeño en un lugar ya rastreado”), la convirtieron en sospechosa.

Todo ello sumado a un historial que está desempolvando la Policía Nacional de sus archivos en Burgos. Allí también señaló la policía en su atestado un cuadro de “excitación nerviosa” que impidió tomarle declaración el día que murió su hija de cuatro años, al caerse presuntamente por una ventana de doble hoja. Y hay también denuncias puestas por ella contra su pareja en Burgos “por insultos y maltrato psicológico”, según fuentes policiales.

Ana Julia, dada a exhibir sus éxitos vitales y alegrías en las redes sociales, donde aseguraba haber “estudiado en la universidad de la vida y las experiencias vividas”, siempre tenía detrás un hombre con el que convivía.

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Uno fue el padre de su segunda hija, Judith, de 24 años, y que vive en Burgos. Otro montó con ella un bar en Las Negras, el Black, hace cinco años. Y aquella sociedad acabó mal, según fuentes cercanas. Ella se puso como titular de un local musical que finalmente él regentaba, en medio de un conflicto que trascendió y es conocido por los habitantes de esta pequeña población costera almeriense. Según lo manifestado por su expareja a personas próximas a la investigación, “Ana Julia es una mujer de caprichos caros”. “Le gusta cambiar de móvil a cada rato”, contó el hombre.

A sus 43 años, y acostumbrada a enviar “bastante dinero a su madre en República Dominicana”, según señalan fuentes de la investigación, Ana Julia se encontraba ahora de nuevo sin trabajo. Dependía en parte económicamente de Ángel Cruz, padre del menor asesinado, y se fue a vivir con él a su casa de Puebla de Vícar, precisamente donde fue interceptada este domingo hacia las 13.00, cuando pretendía entrar en el garaje con el cuerpo del pequeño oculto en el maletero del coche.

Pese a su aparente arrolladora simpatía, señalada por quienes la han tratado poco, en la familia de Ángel —que conoció a Ana Julia hace año y medio, tras separarse de la madre del niño, Patricia Ramírez—, “no la tragaban”. Según fuentes de la familia, ni la abuela, ni el niño tenían buena relación con ella. “Carmen [abuela paterna] la aguantaba por ser la pareja de su hijo pero no le gustaba nada, decía que manipulaba a Ángel”, aseguran fuentes cercanas a la familia. Por su parte, el pequeño Gabriel había manifestado su rechazo hacia ella. Con ocasión de un viaje de Ana Julia a República Dominicana, el niño manifestó que deseaba que no volviera, según fuentes cercanas al caso.

Lo cierto es que la nueva pareja formada por Ángel y Ana Julia se estaban adecentando una casa en otra de las propiedades de la familia, la finca llamada “Cañada de la Soledad”, en Rodalquilar, precisamente donde ella escondió el cuerpo de Gabriel en un depósito, según comprobó la Guardia Civil en el último seguimiento. Tenía las llaves porque estaban pintando la casa, señalan fuentes próximas a la investigación. Ana Julia se convirtió con el paso de los días en la principal sospechosa de la desaparición de Gabriel, pero la familia confió hasta el último momento en que dejase al niño con vida. No fue así.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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