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El ebanista que aprendió a ser guitarrero y dio la campanada

Tras ganar un concurso internacional de construcción de guitarra, a Sergio Valverde se le han multiplicado los encargos desde el extranjero

Javier Arroyo
Sergio Valverde, con la tapa de una guitarra.
Sergio Valverde, con la tapa de una guitarra.

Hace apenas cuatro años, Sergio Valverde Castillo se dedicaba a la ebanistería. Para eso había estudiado y en esa tarea llevaba casi 15 años en Mecina Bombarón, un pueblo de la Alpujarra granadina. Allí, sus manos aserraban, lijaban y barnizaban muebles rústicos, puertas y ventanas de madera. Probablemente, la mayoría de sus trabajos aún sigan en muchas casas alpujarreñas, esas que se construyen con piedra de Sierra Nevada y madera de castaño. A partir de 2014, Sergio siguió aferrado a sus gubias, cinceles y lijas pero abandonó la madera de castaño alpujarreño e hizo acopio de palosanto, cedro, castaño o ciprés. Dejó atrás la ebanistería para convertirse en guitarrero, en constructor artesano de guitarras. Apenas tres años después, su salto al vacío ha dado fruto. Sergio ha construido una guitarra suficientemente excelsa como para ganar el Concurso internacional de construcción de guitarra ‘Antonio Marín Montero’ de Granada.

Vicente Coves, guitarrista y director del Festival de Guitarra de Granada, en cuyo seno se celebra el concurso de construcción de guitarras, explica las razones del jurado para premiar con la medalla de oro la guitarra de Valverde: “Fue elegida por su belleza dentro de su sencillez y, además, porque tenía un sonido maravilloso. Porque es una gran guitarra”. La competición fue reñida. Se presentaron 17 guitarras de España, Portugal, Alemania, Japón y China con un jurado formado por ocho personas, cuenta Coves, “que se puede igualar pero no superar, con guitarristas y constructores de guitarras de renombre. Con, por ejemplo, David Collet, uno de los mayores vendedores de guitarras, clásicas y flamencas, de colección o de concierto, del mundo”.

Montaje de una de las guitarras de Sergio Valverde.
Montaje de una de las guitarras de Sergio Valverde.

El análisis de los instrumentos no fue superficial. Durante cuatro días, el jurado analizó más de 40 parámetros físicos y estéticos de los instrumentos. Incluso, cuenta Valverde Castillo, introdujeron cámaras en el interior de la caja de las guitarras para ver qué escondían las guitarras. En lo que respecta al sonido, dos concertistas se encargaron de hacer sonar todas las guitarras. En una decisión final muy apretada, el oro fue para Valverde Castillo. Sorpresa mayúscula por otra parte para el propio guitarrero, que no tenía especial confianza en la guitarra que llevó a concurso. “La hice especialmente para el concurso y sí, me quedó como me suelen quedar, pero el sonido no acababa de convencerme. No llevaban las cuerdas que yo uso. Todos los concursantes estábamos obligados a usar las mismas cuerdas y no eran las que yo acostumbro a poner. El primer día no acababa de gustarme el sonido. La guitarra me tenía mosca. A los dos días, pareciera que guitarra y cuerdas se hubieran amoldado”, concluye el constructor.

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El premio del concurso ha sido la compra por David Collet de dos guitarras que se venderán en su tienda de Los Ángeles. Pero ha habido un premio indirecto: el prestigio recién adquirido que ha hecho que los pedidos desde el extranjero se hayan multiplicado. Valverde tiene pendientes, además de sus dos guitarras para Los Ángeles, ocho guitarras que viajarán a China en los próximos meses. El guitarrero —“mejor eso que luthier”, acota— explica que “cada guitarra me ocupa un mes de trabajo porque absolutamente todo lo hago a mano. Al principio puedo arrancar con varias guitarras a la vez, pero llega un momento, el del ensamblaje, en el que hay que ir una a una, y despacito, hasta que la terminas”. Preguntado por el momento más difícil de la construcción, Valverde responde: “Todo el proceso es una tensión continua, pero el momento del ensamblado es crucial, muy delicado. Me obliga además a tener controlada la temperatura y humedad del espacio de trabajo”.

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Desde su taller de Mecina Bombarón, el ganador recuerda ahora el tránsito de la ebanistería al mundo de los guitarreros. “La ebanistería es bonita pero, cuando se trabaja solo como yo hacía y vas cumpliendo años, se hace dura. Eso, y que desde siempre me ha gustado la guitarra, me llevó al cambio”, dice Valverde. Un curso en el taller de Stephen Nill, un guitarrero inglés residente en Almuñécar, le dio la formación necesaria. “Mi amigo Óscar Muñoz, por cierto plata en el concurso, y yo, éramos los únicos españoles. Nueve horas de trabajo diarias durante un mes nos permitió salir de allí sabiendo hacer guitarras… aunque hay que reconocer que mis manos ya sabían cómo manejar la madera”, explica quien entró como ebanista y salió como guitarrero.

Tres años después, Sergio Valverde entra con su medalla de oro por la puerta grande en un oficio difícil. Y, aunque no lo parezca, concurrido. En Granada hay más de 40 constructores de guitarra. Sevilla o Córdoba también son centros artesanales de primer orden. Afortunadamente, la guitarra va encontrando su sitio en festivales muy bien organizados. En el caso de Granada, el Festival Internacional de guitarra ha encontrado el apoyo entre otros, del Ayuntamiento de Granada y, curiosamente, de la Universidad Estatal de California (EE UU).

Por el momento, el ganador del concurso de este año tiene su agenda de trabajo ocupada para un año completo. Guitarristas y coleccionistas esperan la llegada de unas guitarras que Valverde Castillo define como “fieles seguidoras de la escuela granadina, de una sencillez extrema pero de una perfección absoluta”.

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