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República nonata, año cero, poder cero

Ahora sí que se acabó el cuento. El relato ya no da más de sí. No se lo cree nadie. Y el proceso iba sobre todo de relato

Mariano Rajoy durante la rueda de prensa ofrecida tras la declaración unilateral de independencia en el Parlament de Cataluña.Foto: atlas | Vídeo: JuanJo Martín (EFE) / ATLAS
Lluís Bassets

Esta república no pasará del fin de semana. De hecho, dejó de existir sólo nacer, gracias a la forma que adquirió el parto, antiheroica, incomprensible, confusa, además de contraria a toda legalidad, como todo lo que han hecho quienes la han engendrado. Sus primeras horas de vida, si es que esto es vida, no se han hecho notar en ningún sitio. Barcelona no se ha convertido en una fiesta, apenas un poco en Girona y alguna otra pequeña ciudad y punto. Pero lo más importante es que sus autoridades han desaparecido, han renunciado a ejercer el poder que sobre el papel se auto otorgaban y ni siquiera han abierto la boca. Una república invisible, muda y sorda, que ni siquiera exhibe símbolos y gestos, es una república inexistente, que no ha nacido, nonata.

Ahora sí que se acabó el cuento. El relato ya no da más de sí. No se lo cree nadie. Y el proceso iba sobre todo de relato, de hacer ver que las cosas eran como deberían ser algún día, según la febril imaginación independentista. No hay gente abducida por medios y por sistemas escolares, pero sin medios y sin sistema escolar no había posibilidad de construir la ficción y luego mantenerla.

La república sólo vive hoy en boca de los periodistas y tertulianos indepes de la Corpo y de RAC1, haciendo casi todos como si Cataluña fuera un país independiente o, como dice la Wikipedia, como si hubiera una disputa entre dos Estados y dos legalidades por el control del territorio. La república nonata sólo vive pues en Wikipedia y morirá en cuanto se demuestre lo que todo el mundo ya sabe y es que es el Estado español el que controla el territorio y la integridad de sus instituciones.

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Esto se ha producido gracias a la modalidad de aplicación del artículo 155 elegida por Mariano Rajoy. La efigie inmóvil durante cinco años sólo ha hecho un movimiento. ¡Pero vaya movimiento! Jaque mate. El catalanismo de siempre, pragmático y pactista, puede respirar hondo. No se ha perdido ni una sola competencia. La intervención de la autonomía llega tasada en el tiempo y en sus objetivos. Y todo se resolverá como se resuelven las cosas en el mundo civilizado, democrático y libre: con las urnas famosas, con unas elecciones donde cada uno podrá votar la opción que mejor le parezca en lugar de verse forzado a elegir entre un sí y un no dramáticos, trágicos incluso, donde se juega de una vez por todas el ser o no ser del país.

El mensaje internacional es comprensible para todos. Hay un problema serio, con el que se pretende confrontar legalidades y legitimidades, y se resuelve con los instrumentos de la razón y de la democracia liberal y representativa, que son los que mejor resultado nos han dado a todos en Europa y en todo el mundo, en lugar de los instrumentos del populismo, que son los plebiscitos, las movilizaciones en la calle y las emociones desbordadas, que a menudo terminan mal. Fijémonos que Rajoy ofrece a Europa una victoria no sólo de la unidad —no habrá secesión—, sino también de los valores liberales y democráticos, del Estado de derecho y de la razón antipopulista —la suspensión del gobierno es puramente instrumental para poder celebrar elecciones inmediatamente—.

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Se me dirá que todavía es demasiado pronto para lanzar las campanas al vuelo. De acuerdo. Antes hay que ver cómo se acaba de resolver el impasse de este fin de semana, y especialmente el control de los Mossos, de las consejerías y sobre todo de la vicepresidencia y la presidencia. Pero lo más probable es que se imponga la cordura y se haga todo plácidamente y sin problemas. Quien los busque lo pagará personalmente a la hora de las facturas que inevitablemente pasará y debe pasar la justicia.

También hay que ver si las tres principales fuerzas independentistas aceptan las elecciones. Lo más normal es que lo hagan, tal vez con la excepción de la CUP, que solo quería bailar el mambo y ya lo ha bailado. En lugar de la resistencia, los dirigentes del procés tienen que dedicarse a organizar sus defensas jurídicas, y en lugar de poner en marcha la república, lo que tendrán que hacer es preparar a toda pastilla la campaña electoral. La fijación de una fecha electoral es también una garantía de que todo el mundo acudirá como las moscas a la miel: esto son unas elecciones para los partidos políticos, la miel que todos quieren.

También se me dirá que el problema persiste y que las elecciones no arreglarán nada. El problema, tras la combustión del independentismo, difícilmente se podrá plantear en los mismos términos y con el relato obsesivo y asfixiante de los últimos cinco años: por lo tanto, habrá una mutación política. Y las elecciones en todo caso han servido ya para evitar la secesión y la destrucción del autogobierno, además de abrir la posibilidad de un cambio demoscópico ahora mismo ni esperado ni entrevisto. Recordemos sólo que después de la revuelta de mayo de 1968, en que los estudiantes izquierdistas pusieron al general De Gaulle contra las cuerdas, no fue precisamente la izquierda la que ganó las elecciones. ¡Atención a las primeras encuestas!

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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