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Los méritos del rey emérito

Ocho ensayistas defienden en un libro el papel determinante de Juan Carlos I en la democracia

Juan Carlos I entre George W. Bush y Mijaíl Gorbachov en la cumbre de la Paz sobre Oriente Medio en 1991.
Juan Carlos I entre George W. Bush y Mijaíl Gorbachov en la cumbre de la Paz sobre Oriente Medio en 1991.Marisa Flórez

La figura de Juan Carlos I ha sufrido un deterioro notable en el último tramo de su reinado. Sin embargo, más allá de esa última foto fija, su tiempo en el trono, en el que no fue un mero espectador, coincide con el periodo de mayor prosperidad democrática y económica de España. Ocho autores revisan su figura durante ese período en Rey de la democracia, un libro de Galaxia Gutenberg que trata de rescatar la imagen del rey emérito de la caricatura derivada del caso Nóos y la serie de errores que, combinados con los efectos de la peor crisis sufrida por el país, llevaron a su abdicación en 2014.

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El economista y editor del libro, José Luis García Delgado, defiende su papel clave en la reciente historia de España y sostiene que los dos hechos más relevantes en la evolución de la economía española en las últimas cuatro décadas están asociados con la Corona y con la acción de su titular: la estabilidad y la apertura exterior que ha propiciado la internacionalización del tejido empresarial español.

Justifica en una doble percepción este libro construido con ensayos de Victoria Camps, Francesc de Carreras, Javier Gomá, Juan Francisco Fuentes, Santos Juliá, José-Carlos Mainer, Charles Powell y Fernando Puell. Por una parte, que “no pocas” actuaciones de Juan Carlos I “con trascendencia histórica” han terminado “relegadas” o “desdibujadas” con los años. Y por la otra, el riesgo que acabe pesando más “lo anecdótico que lo fundamental”.

La de Juan Carlos I, dice Mario Vargas Llosa en el epílogo, “es una historia fuera de lo común”. El premio Nobel la compara con “la de las más grandes novelas”. “Un joven prisionero de una maquinaria casi invencible, se libera de ella y decide”, a través de los poderes que acumula como rey, “rebelarse contra el sistema que estaba encargado de salvar, deshaciéndolo y rehaciéndolo de pies a cabeza, cambiando sutilmente todo el libreto que debía aprenderse y ejecutar reemplazándolo por su contrario”.

En ese relato, Juan Francisco Fuentes acentúa la importancia del factor generacional, que determinó “en gran medida la propia concepción de la futura monarquía” de que se nutrió la red de relaciones que tejió el entonces Príncipe y cuyos principales puntos de apoyo, en diferentes momentos, fueron Adolfo Suárez y Felipe González.

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Difícil relación con Aznar

Juan Carlos I fue “el primer embajador de la democracia”, según Charles Powell. El historiador hispano-británico subraya en su aportación el papel determinante de la Monarquía en la normalización de la acción exterior de España y en su proyección internacional. Considera el punto álgido en el triunfo inapelable de Felipe González en octubre de 1982. Fue la fase de consolidación, madurez diplomática y mayor visibilidad exterior que culminó con la Conferencia de Paz sobre Oriente Medio de 1991 en el Palacio Real. Pero si con González tuvo buena sintonía, con José María Aznar no hubo fluidez. Powell lo achaca a la falta de acuerdo sobre la relación con los presidentes de Estados Unidos y Francia, con los que el Rey tenía un vínculo especial. En contra de la Casa blanca, los Aznar se sumaron al encuentro de los Reyes con Bill Clinton en Mallorca. Aznar excluyó luego a los Reyes en los encuentros con Jacques Chirac y su esposa en Córdoba y Granada pretextando que era una visita privada. Algo que también ocurrió en la visita de George W. Bush a la finca estatal de Quintos de Mora, que la prensa americana definió como “Rancho Aznar”. El presidente popular también limitó al Rey para viajar a Cuba.

El historiador Santos Juliá realiza un recorrido por el “muy largo camino” que ha llevado a la Monarquía hasta la democracia en España en sus abrazos a dictadores y en sus oportunidades perdidas. Una cadena de decepciones que llevó al propio Ortega y Gasset a finiquitar la experiencia monárquica con su célebre Delenda est monarchia.

Juliá repasa los titubeos ambiguos de Juan de Borbón con los golpistas y la “Monarquía totalitaria que solo por serlo vio dilatarse sus tierras y sus mares” que barajaba Franco. El intento de aproximación entre monárquicos y oposición en el exterior y las indecisiones del caudillo para designar a Juan Carlos al frente de una monarquía que no se restauraba sino se instauraba y cuyo primer Gobierno, antes de romper el sistema, parecía más “el último de la dictadura”.

En su ensayo, el jurista Francesc de Carreras narra el periplo de un joven al que los demócratas como el autor llamaban Juan Carlos el Breve hasta convertirse en “un impulsor decisivo de la democracia”. Carreras, que conceptúa a Juan Carlos I como “el mejor rey de España desde Carlos III”, considera que en muchos momentos ese proyecto “estuvo a punto de descarrilar”, pero “al finalizar el trayecto” la dictadura, “un régimen anómalo en la Europa de finales del siglo XX, pasó a ser una gran democracia moderna y avanzada”.

Pero no fue fácil. El historiador y militar Fernando Puell relata las presiones y conatos de involucionismo que tuvo que soportar el Rey de un ejército, “convencido de ser el garante de las instituciones franquistas” en dos momentos decisivos: la legalización del Partido Comunista en abril de 1977 y el 23 de febrero de 1981. Pulsos que ganó la democracia y que comportaron que en la conclusión de su reinado España estuviera integrada en el sistema defensivo occidental con unas Fuerzas Armadas transformadas, profesionales y modernas.

La Corona fue “una apuesta eficaz”, según la filósofa Victoria Camps, pese que a su inicio fue percibida como “un mal menor”, hasta “la actuación decidida por parte del Rey de mantenerse fiel a la Constitución” en el 23-F.

Camps destaca la coherencia de Juan Carlos I cuando la institución monárquica se vio envuelta por el “contaminado ambiente” de la falta de calidad democrática y tuvo que abdicar, "mostrando con ello una sensibilidad de que pocos miembros de las clases dirigentes pueden enorgullecerse”.

Pero más allá de las consecuencias políticas y económicas, el "importante legado cultural" de la España de esta época es el resultado de esos "cambios de naturaleza política y social" que, según José-Carlos Mainer, "han sustentado la destacada presencia del país en el mundo de hoy". El historiador de la literatura y crítico literario afirma que "la consolidación de la Transición afianzó la consideración de la cultura como mercado, y en gran parte, la cultura de Estado".

Una "nueva cultura de Estado" que "ya no fue un modo de intervencionismo dirigista", sino que "se constituyó como un elemento activo que estimulaba el movimiento del mercado y proporcionaba escenarios y posibilidades más allá del ucro inmediato", mientras "buscaba (y subvencionaba) la expresión de una nacionalidad cultural que deseaba fervorosamente ser europea".

Esa "España que nace en la Transición y se consolida en los años siguientes", anota el ensayista Javier Gomá, "culmina definitivamente nuestro larguísimo, interrumpido y sinuoso proceso de modernización". Para el escritor, el primer jefe de Estado de la democracia española "asume en este empeño colectivo un protagonismo incuestionable, contribuyendo de forma determinante a su éxito".

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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