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Columna
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Yihadismo: una ceguera voluntaria

Vale la pena recordar que no es verdad que los errores en las políticas occidentales sean la causa de esta oleada yihadista

Vista del altar improvisado levantado ante el Parlamento donde se produjo el pasado miércoles el ataque terrorista en Londres
Vista del altar improvisado levantado ante el Parlamento donde se produjo el pasado miércoles el ataque terrorista en Londres ANDY RAIN (EFE)

Ante los comentarios que se suceden entre nosotros cada vez que tiene lugar un atentado yihadista, y dada la imposibilidad de proporcionar soluciones mágicas, conviene por lo menos destacar la falacia de aquellos argumentos que aconsejan una u otra forma de masoquismo. Su objeto es siempre desviar la responsabilidad de los crímenes hacia el mundo occidental, por activa o por pasiva. Subrayo «el mundo occidental», porque el hecho de que se acumulen las víctimas musulmanas, bien porque viven en Europa y contravienen las reglas del terror, bien por tratarse de « daños colaterales », no impide que los blancos del yihadismo sean siempre kufr, la infidelidad, y yahiliyya la ignorancia dolosa, personificadas por Occidente.

A la vista de esta situación, vale la pena recordar que no es verdad que los errores en las políticas occidentales sean la causa de esta oleada yihadista, porque la misma tendría lugar igual, como se ha visto en fecha reciente, tanto de ser aplicada una política de plena acogida hacia los refugiados como en el caso de haberse puesto de acuerdo todas las potencias-algo imposible estando ahí Rusia, Irán e Israel- para resolver los conflictos sangrientos de la última década en Siria, Libia, etcétera.

Tampoco es verdad que la yihad sea cosa de pobres contra ricos, una expresión desviada de la protesta de un mundo islámico neocolonial explotado por las grandes potencias capitalistas : entre los explotadores figuran países y oligarcas musulmanes y la vanguardia de quienes practican el terror no consiste precisamente en miserables, partiendo de Bin Laden hasta los últimos «lobos solitarios».

Tampoco es verdad que la solución consista en recetar el tranquilizante de que «la vida sigue igual» o, de forma complementaria, condenar la sensibilización en curso dentro de nuestros países, supuesto que al parecer ISIS está en declive (ya se ve, cinco meses para arrebatarle medio Mosul) y no hay muchos atentados. Algo parecido a lo que se decía antaño de que la carretera mataba más que ETA. La forma de los últimos atentados selectivos se orienta eficazmente a que todos nos sintamos amenazados, como sucedía también con ETA, a pesar de la escasa posibilidad matemática de convertirse en víctima, y ello ha de tenerse en cuenta para una última advertencia,

No es verdad que el Islam sea el responsable del terrorismo islámico, del mismo modo que el patriotismo vasco o el irlandés no lo eran de ETA y del IRA, pero tampoco cabe eludir el reconocimiento de que el yihadismo está sólidamente anclado en una lectura ortodoxa del los libros sagrados. Cerrar los ojos ante este aspecto, según nos proponen tantos creyentes, equivale a no entender nada y a confundirlo todo, como hacen expertos que llegan a escribir libros sobre la yihad o las organizaciones que la practican sin referirse al Profeta.

La exigencia de abordar ese análisis resulta capital, porque ahí reside el núcleo en torno al cual se gesta y se reproduce la ideología de exterminio del no-creyente, en su fundamento y en sus formas. Esto no es islamofobia, sino todo lo contrario, al aislar la causa de la enfermedad. En fin, no es el populismo lo que genera la islamofobia, sino ésta, más la sensación de inseguridad de quienes no reciben una explicación racional de cuanto sucede, lo que alimenta los populismos xenófobos. De un modo u otro, la expresión pública de un injustificado sentimiento de culpa no constituye sino un aliciente para que el terrorismo prosiga su actuación.

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