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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Francisco Franco y la maldición del papa Formoso

Los socialistas urgen la exhumación del caudillo, aun asumiendo que Bergoglio tendría la última palabra con antecedentes vaticanos muy traumáticos

El Valle de los Caídos, en Cuelgamuros (Madrid).
El Valle de los Caídos, en Cuelgamuros (Madrid).BERNARDO PÉREZ

La "resurrección" de Francisco Franco depende a su vez de Francisco, pues es el sumo pontífice quien tiene la autoridad para reclamar al abad de Santa Cruz del Valle el "nihil obstat" de la Iglesia al proceso de exhumación del cadáver.

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Quedaría así resuelta la anomalía del mausoleo megalómano donde todavía se idolatra nostálgica o turísticamente al dictador ferrolano. Y se despejaría una de las paradojas legislativas que a su vez obstaculizan la evacuación del caudillo: le ley de memoria histórica a la que se aferra el PSOE para "extirpar" a Franco de su tumba de honor en Cuelgamuros reconoce específicamente los espacios inviolables de la Iglesia, a no ser que Mariano Rajoy, muy escéptico en el papel de médium, emprendiera como causa propia una compleja iniciativa parlamentaria —20 proposiciones no de ley— que los socialistas han convertido ahora en una reclamación urgente.

El Estado tiene competencias para remover los osarios donde se alojan millares de difuntos de la Guerra Civil trasladados al Valle de los Caídos, pero la basílica donde reposa el caudillo constituye un territorio de excepción susceptible de la autoridad del Papa, si no fuera, acaso, por el antecedente traumático del "proceso a cadáver".

Fue así como se denominó en el año 897 el juicio póstumo al papa Formoso. Que estuvo ausente y al mismo mismo presente delante del tribunal extraordinario. Quiere decirse que ya había muerto y se le había enterrado, pero sus restos se exhumaron y se recompusieron como los despojos descoyuntados de una marioneta.

La pestilencia del difunto hacía insoportables las sesiones. Era necesario "pulverizarlo" con exóticas fragancias e inciensos de gran reserva, aunque el aspecto más llamativo del ceremonia consistía en el genuino hábito papal que revestía el esqueleto. Parecía Formoso un pepele vestido de Papa, una sueño transgresor de Fellini.

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El macabro fenómeno sucedió entre las paredes de la Basílica de San Juan de Letrán delante de los cardenales y del pontífice Stefano VI. Pues fue suya la iniciativa de juzgar al sumo antecesor porque había incurrido en un delito de traición.

¿Los motivos? Sucedió que Formoso favoreció la coronación del emperador Arnolfo, que era la opción filogermana, en lugar de apoyar la candidatura peninsular de Lamberto de Spoleto, así es que la madre de este último, Agertrude, dotada de grandes poderes en Roma, intervino para que Stefano VI fuera a repescarlo de la tumba.

Nos cuenta el episodio el historiador Gregorovius a partir de la fascinación que le suscitaron las crónicas medievales, muchas de las cuales rememoraban con detalles escabrosos y alucinógenos el trance en que el fiscal vaticano arrinconaba con sus preguntas a la corrupta —conceptual y literalmente— momia de Formoso:

—¿Por qué has osado a usurpar el anillo...?

No respondía el difunto Papa ni tampoco podía hacerlo en sus limitaciones biológicas, pero el silencio del santo padre se interpretó entre los magistrados eclesiásticos como una prueba inequívoca de culpabilidad. Tampoco se pudo condenar a muerte a Formoso, claro está, porque muerto ya estaba. Y porque no resucitó al tercer día. A cambio hubo consenso en administrársele las peores humillaciones.

Una de las más vergonzosa consistió en arrancarle tres dedos de la mano derecha, símbolo de la Trinidad al uso en las bendiciones papales, mientras que los restos del Papa acabaron en el fondo del Tíber después de un ignominioso "linchamiento" popular que Gregorovius detalla como si estuviera pintando un cuadro del Bosco.

El PSOE se arriesga a emprender una iniciativa similar. Es verdad que la ejecutoria del caudillo contradice los honores de un mausoleo megalómano donde se ha normalizado el recuerdo de una tiranía y donde se frivoliza con los souvenirs, pero la idea de rescatarlo de ultratumba tendría que tener presente el terremoto que sacudió la basílica de San Juan de Letrán cuando Formoso murió dos veces. Y no porque fuera inocente. Sino porque se le concedió la oportunidad de la resurrección.

El escarmiento no impresiona la iniciativa del PSOE en el Congreso. Han exhumado los socialistas el informe de la comisión de expertos que Rodríguez Zapatero promovió en 2011 en el contexto de la ley de memoria histórica. Y que estaba criando malvas desde que los populares accedieron al poder. Aquella comisión recomendaba que los restos de Franco se trasladaran a un lugar designado por la familia, pero toda expectativa de desenterrar al dictador tanto se malogra en el escepticismo de los populares como concierne a la decisión de Francisco. Podría estimularlo una suerte de revancha jesuita, pero también le disuade de hacerlo el espectro de Formoso.

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