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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Iglesias y Montero: la extraña pareja (II)

Irene Montero lanza una campaña de victimismo machista al tiempo que asume los poderes de Errejón en la bicefalia con Iglesias

Irene Montero y Pablo Iglesias en el Congreso.
Irene Montero y Pablo Iglesias en el Congreso.Claudio Álvarez

No se ha diagnosticado todavía la tendinitis que provoca bloquear "haters" y "trolls" en las redes sociales. Adquiere uno el virtuosismo de Lang Lang en la destreza de utilizar los dedos. Especialmente cuando Podemos moviliza a sus valientes. Casi siempre anónimos. Y muchas veces pervirtiendo la libertad de expresión.

Acaba de sucederme a raíz de un artículo, "La extraña pareja", que reflexionaba sobre los motivos por los que la prensa consideraba un tabú mencionar la relación sentimental de Montero e Iglesias. Y que analizaba el valor político que había adquirido el binomio desde la catarsis de Vistalegre. También puntualizaba que Irene Montero había conquistado a ley su lugar. Y que la militancia había decidido coronarla. Y que formaba parte del equipo de confianza que Iglesias había organizado para sobreponerse a la relegación de Íñigo Errejón. Que pierde sus atribuciones de portavoz en beneficio de Montero y que ha sido expuesto a un proceso de hibernación. Pues se le congela o se le crioniza hasta las elecciones madrileñas de 2019, como si fuera la momia de Otzi.

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Estas reflexiones convierten a uno en oscurantista y en machista. Un adjetivo tan poderoso y tan sensible que neutraliza en sí mismo cualquier debate sofisticado. Un adjetivo que Irene Montero ha convertido en rompeolas de su inviolabilidad. Cualquier comentario o reflexión que pueda hacerse sobre su trayectoria política y sobre el poder que ha adquirido, se expone de inmediato a la represalia maximalista.

Carece de interés, sosteníamos ayer, la relación sentimental de Iglesias y Montero, pero reviste mucha importancia la posición de liderazgo bicéfalo que han asumido. La pareja que Iglesias formaba con Errejón la recompone ahora con Montero. Y no quiere decir semejante evidencia que haya incurrido el líder de Podemos en un ejercicio de nepotismo, pero no sería una osadía hipotizarlo. Y mucho menos sería un ejercicio de machismo, menos aún cuando la doctrina de Podemos en el caso Nóos consiste inequívoca, rotunda y precisamente en denunciar que la infanta Cristina se había mimetizado con Urdangarin. Y que formaban un binomio perfecto en la comisión de los delitos. Y que no se puede desvincular a la uno del otro en la naturaleza del escándalo.

¿Es machista entonces aludir a la relación sentimental de Cristina de Borbón y Urdangarin? La pregunta podría extrapolarse a la relación de Aznar y Ana Botella, o a la del matrimonio Kirchner, incluso a la de Hollande y Ségolene Royal, ejemplos todos ellos, en sus similitudes y en sus diferencias, de cuánto pueda ser frágil el umbral de las relaciones políticas y de las sentimentales. Macbeth nunca hubiera sido rey sin la ambición de su esposa. Y ya se cuida Shakespeare de eludir el tabú del machismo. Le otorga a Lady Macbteh la urdidumbre de la trama. Como se la podríamos otorgar a Irene Montero. Que se parezca a Iglesias en el discurso, en los gestos, no quiere decir que se haya mimetizado con él. Podría haber sucedido lo contrario.

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El machismo es un problema cultural en España y está profundamente arraigado. Pero no compete a Podemos delimitar sus fronteras o sus espacios de excepción. Ni debería servirle a Montero de argumento absoluto y victimista para sustraerse a los debates políticos concretos. Tan concretos como el papel jerárquico que ha adquirido en Podemos. Y que la convierten en "lideresa" de la formación morada.

Sería un sustantivo, lideresa, inequívocamente machista, siempre y cuando no se lo endosemos a Esperanza Aguirre o Ana Botella. Que siendo ambas muy de derechas, son antes muy de derechas que mujeres. Y se las puede bombardear con tuits machistas, como a la infanta. Que es infanta antes que mujer en esta arbitrariedad con que Podemos se apropia de la ortodoxia fundamentalista de las palabras.

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