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Metodologías

Errejón acierta al decir que lo que se juega no es quién ejerce el poder, sino cómo lo hace

Enrique Gil Calvo
Íñigo Errejón y el líder de Podemos, Pablo Iglesias en el Congreso.
Íñigo Errejón y el líder de Podemos, Pablo Iglesias en el Congreso.Uly Martin
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Mientras la derecha unificada continúa gobernando con prosaico pragmatismo, la izquierda fracturada en sus mitades socialdemócrata y populista se debate cuarteada por divisiones internas que en ambos casos oponen al sector crítico frente al oficialismo en el poder, sea éste la gestora que aún dirige al PSOE o la nomenclatura de Pablo Iglesias que controla el politburó de Podemos. Y para acentuar el paralelismo entre ambos cismas, resulta que el objeto de debate en Ferraz y en Princesa es el mismo en ambos casos, a saber: si debe procederse a una sola votación, que decida de una vez por todas quién ha de ejercer el poder, o si resulta preferible votar por separado la logística programática (la “metodología”, en palabras de Errejón) con independencia del liderazgo personal. Desde fuera, ese debate se simplifica para reducirlo al viejo dilema entre ideas y personas que remite a la desnuda lucha por el poder. Pero las cosas resultan bastante más complejas, y en este caso creo que tiene razón el actual Errejón metodólogo (que contradice al anterior Errejón boliviano), pues lo que está en juego no es quién ejerce el poder sino cómo lo ejerce: una cuestión de metodología política.

Es la vieja cuestión del presidencialismo, que para ser democrático debe basarse en una doble elección popular, votándose por separado al presidente destinado a ejercer el poder y a (los componentes de) la asamblea destinada a limitar y controlar a aquel. Pues si ambas elecciones se funden en una sola votación, el presidencialismo queda convertido en el sistema de representación mayoritaria uninominal que los británicos denominan first-past-the-post-system, lo que suele traducirse como “todo el poder para el vencedor” porque “el ganador se lo lleva todo”. Y esto, que resulta admisible como mal menor en el parlamentarismo mayoritario de tipo Westminster, no tiene cabida posible en el presidencialismo, so pena de permitir que el presidente monopolice el poder absoluto sin freno, límite ni control alguno.

De ahí la necesidad de proceder a dos votaciones distintas y separadas para que el poder resulte dividido de acuerdo a la exigencia de frenos y contrapesos. Pues, de no hacerse así, la democracia representativa se convierte en democracia plebiscitaria, es decir, en el cesarismo bonapartista que inventó Napoleón III y que después han seguido Hitler, Perón y Chávez. Una forma de dictadura electiva que el gran politólogo argentino Guillermo O’Donnell (claramente superior al sobrevalorado Laclau) denominó democracia delegativa, donde los electores delegan toda su responsabilidad política en la persona del presidente-dictador elegido por sufragio universal.

¿Eso es lo que prefieren los militantes del PSOE y de Podemos? ¿Todo el poder para Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, para que dirijan sus respectivos partidos con un cheque en blanco que les otorgue el monopolio del poder absoluto? Pero, en tal caso, ¿qué diferencia habría con la metodología del poder que ejerce Mariano Rajoy?

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