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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inquisidor con matrícula impar

Carmena ha emprendido la mejor solución para la salud de los madrileños. Y probablemente la más impopular

Un control policial en la A-2, este jueves.
Un control policial en la A-2, este jueves.Jaime Villanueva

Reconozco haber amanecido en Madrid con el orgullo del número impar y actitudes inquisitoriales. Quiero decir que tanto presumía de vehículo autorizado como reparaba en las matrículas ajenas, no hasta el extremo, es verdad, de intimidar a los coches insumisos —había algunos— con la reprobación del claxon o de las luces largas.

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Son los privilegios accidentales de la jornada. Y las restricciones que le esperan a uno mañana. Que deben acatarse en estricta sensibilidad con una emergencia de salud pública a la que se le pretenden atribuir ridículas intenciones ideológicas.

Esperanza Aguirre lidera como una caricatura de Delacroix la imagen de la conductora guiando al pueblo. Aparcando en el carril bus de Gran Vía para sacar dinero del cajero. Y olvidando que ella misma, maldita hemeroteca, defendía las restricciones de circulación en sus tiempos de gobernante. Empezando por la fórmula de los días alternos que ahora tanto le resulta indignante y hasta ideologizada.

Manuela Carmena ha emprendido la mejor solución para la salud de los madrileños. Y probablemente la más impopular, de forma que resulta extravagante plantear el apocalipsis del "escenario cuatro" como una iniciativa política o de sesgo populista. Nada hay más contraproducente en términos electorales que cuestionar el tótem del vehículo y que incomodar al vecino con restricciones de circulación y de aparcamiento. La atmósfera, el medioambiente, el dióxido de nitrógeno, nos parecen problemas remotos y abstractos, mientras que el coche representa un problema concreto, específico, no digamos en la coyuntura psicótica de la Operación Salida.

Ha sido el PP quien ha gobernado Madrid en las últimas décadas. Conviene recordarlo porque la precariedad de la capital para defenderse de la amenaza de la boina amarilla no se explica sin la negligencia ni la dejadez de las Administraciones que han antecedido a Carmena. Por eso resulta oportunista y cínico convertir a la alcaldesa en la bestia anticapitalista que pretende exterminar los coches y los conductores. Y por la misma razón urge desvincular el debate de las tentaciones partidistas. El problema no es Madrid. El problema es la ciudad y su porvenir de espacio habitable.

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El mayor reproche o el único que se le puede hacer al Ayuntamiento de Madrid consiste en la variante punitiva, el despliegue masivo de policías y agentes para castigar a los infractores a medida de una redada intimidatoria. La conciencia del medioambiente se inculca. Es un ejercicio de corresponsabilidad. Y la tentación de las medidas recaudatorias no hace otra cosa que frivolizar el problema y que estimular la picaresca.

Tiene escrito Michel Foucault que el éxtasis de un gobernante cínico es un atasco: ciudadanos inmovilizados y consumiendo al mismo tiempo. Carmena ha decidido lo contrario.

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