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El amor en la cuerda floja del sida

El miedo, el estigma y los altibajos emocionales son los principales obstáculos de las parejas serodiferentes

"Larry and Bobby Kissing", fotografía de Robert Mapplethorpe (1979).
"Larry and Bobby Kissing", fotografía de Robert Mapplethorpe (1979).

“Soy seropositivo”. Pablo (nombre ficticio), de 45 años, cuenta que casi temblaba cuando pronunció, hace tres años, esas palabras a la mujer que sería su esposa. Diagnosticado con VIH a los 18 años —en una época en que el diagnóstico era casi una sentencia de muerte— él estaba acostumbrado a recibir el apoyo de sus familiares y amigos, pero siempre había temido el rechazo de posibles parejas. “Viví un período de depresión, me veía muy solo”, dice. La mujer con quien decidió compartir su historia no ha tenido miedo y hoy los dos conforman una pareja serodiscordante, en la que uno es VIH positivo y el otro no.

José Luis, de 41 años, llamó a su marido en el momento en que se enteró que había dado positivo, en 2014. Tras una breve ruptura en el matrimonio de 19 años, él se había relacionado con otras personas y decidió hacerse la prueba. Le atemorizaba, más que el propio diagnóstico, la posibilidad de haber infectado a su pareja. “Fue un alivio cuando él dio negativo”, cuenta.

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El marido de José Luis decidió quedarse y apoyarle. Y entonces empezó la tormenta. El primer año de tratamiento estuvo repleto de idas al hospital, noches insomnes de diarrea y vómitos y altibajos emocionales propios de la enfermedad. “Él lo pasó peor que yo. Se veía impotente ante la situación”, recuerda José Luis.

El psicólogo José Manuel Guerrero trabaja con pacientes de VIH/Sida, un mal que registra cerca de 3.000 nuevos casos cada año en España, según el Ministerio de Sanidad. Él explica que los primeros meses después del diagnóstico son los más estresantes para las parejas, que se tienen que adaptar a una nueva rutina de pastillas, clínicas y análisis constantes. “Ellos están en la cuerda floja. No saben si el tratamiento va a funcionar, si la persona a la que quieren se morirá”, dice Guerrero.

Los profesionales que, como Guerrero, atienden a las parejas serodiscordantes se centran en los problemas emocionales de las parejas, una vez que los temas referentes a la vida sexual de esas personas están solucionados. Ellos se basan en el estudio Partner, presentado en 2014 en la Conferencia sobre Retrovirus e Infecciones Oportunistas de Boston, que confirma la eficacia del tratamiento con pastillas antirretrovirales. En esa investigación, 767 parejas mantuvieron más de 58.000 relaciones sexuales con penetración sin usar preservativo y no se registró ningún caso de transmisión. La doctora Alison Rodger, investigadora principal del estudio, llegó a cifrar en cero la probabilidad de transmisión sexual del VIH en parejas serodiscordantes cuando la persona con VIH tiene carga viral indetectable.

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“Si pueden tener una vida sexual sana, lo que esas personas necesitan es más información para bajar del umbral del miedo y poder tener una vida como cualquier otra pareja”, afirma Víctor Baceiredo, educador en salud en Adhara, un centro comunitario de VIH/Sida en Sevilla.

En la búsqueda de una vida amorosa “normal”, los cambios físicos, efectos secundarios del tratamiento, les juegan una mala pasada. El principal es la lipoatrofia, es decir, la pérdida anormal de grasa corporal, que se nota sobre todo en el rostro, brazos, piernas y nalgas. Pablo cuenta que le costó acostumbrarse a la imagen que veía reflejada el espejo. “No me reconocía en mi cuerpo”, dice.

José Manuel Guerrero explica que en el momento en que los pacientes empiezan a sentirse acomplejados, se les hace más difícil relacionarse afectivamente con alguien. Víctor Beceiro recomienda los grupos de apoyo para contornar la situación. “Es importante verbalizar y compartir esas inseguridades”, afirma. Es lo que hacen Juan Luis y su pareja, que le acompaña a cada nuevo examen o revisión en el hospital: “Hemos decidido que se nos enfrentamos juntos a la vida, todo va a ir bien”.

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