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PERFIL

Miquel Iceta: de sobrecargo a comandante

La catarsis del líder del PSC se produjo al ritmo de Queen. Plantado en el ‘no’ a la abstención, ahora le toca emplear sus dotes de negociador

Costhanzo

Miquel Iceta Llorens (Barcelona, 1960) debe a Freddy Mercury no sólo un altar entre los vinilos de su discoteca doméstica, sino el trampolín que le convirtió en una figura inequívoca de la política nacional. Sucedió en la clausura de las últimas elecciones catalanas —septiembre de 2015—, precisamente cuando la euforia del mitin, el fervor de su gente y la cercanía de Pedro Sánchez en el escenario precipitaron que el líder del PSC desatara las caderas con la música de Don’t Stop Me Now.

Iceta traspasaba el umbral del hábitat catalán y adquiría la reputación de político extravagante. Le hacían bailar en los programas a los que le invitaban —récord de audiencia de El hormiguero— y se consolidaba el carisma de un tipo genuino, espontáneo, desprovisto de construcciones e imposturas.

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Corría el riesgo Iceta de degenerar en su propia caricatura bailona, pero le han prevenido el oficio y la intuición del político currante que ya había recorrido el escalafón de abajo arriba, desdoblándose como concejal en Cornellà, diputado nacional, señoría en el Parlamento de Cataluña, portavoz del grupo socialista, consejero en la sombra de Maragall y de Montilla.

“No me detengas ahora”, indica el estribillo que cantaba el cantante de Queen. Y que Iceta parece haber convertido en el sortilegio hacia el estrellato. El sobrecargo del avión, disciplinado en la abnegación de un trabajo constante y discreto, se ha transformado en el comandante de la nave. Y no parece dispuesto ahora a despojarse de los galones.

Los adquirió accidentalmente, pues sucede que Miquel Iceta asumió el timón del PSC en 2014 cuando Pere Navarro renunció a la secretaría general del partido, envuelto, como estaba, en una crisis electoral —el varapalo de los comicios europeos— y en una encrucijada política seguramente derivada de su discrepancia con el llamado sector catalanista del partido.

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Heredar el cargo requería un voluntario más o menos temerario. Iceta se avino a hacerlo en unas primarias sin rival que le otorgaron el 85% del sufragio y que le constriñeron luego a competir en un escenario complejísimo. Y no sólo por la corpulencia de Junts pel Sí en el maximalismo soberanista, sino porque el PSC debía reaccionar con un ojo puesto en Ciudadanos y con el otro vigilando la escaramuza de Catalunya Sí que és Pot. Perdió el PSC cuatro diputados —de 20 a 16—, pero el retroceso en el Parlamento se consideró asumible, razonable, más aún cuando Iceta había abjurado del derecho a decidir y cuando su campaña desinhibida, discotequera había estimulado el voto de los socialistas resignados.

No hay manera de relacionar al político catalán con la corrupción ni de reconocerle ambiciones estrafalarias

El líder provisional, el bombero, el sobrecargo de la aeronave, desempeñaba ahora un papel providencial. Y se resarcía de sus años de esforzado anonimato, unas veces como escribano de los mejores discursos de Maragall, otras como autor de la campaña que llevó a Montilla a la presidencia de la Generalitat (2006). Consciente Iceta de que el candidato cordobés no era precisamente John F. Kennedy en la locuacidad ni en el arte de la retórica, le diseñó un eslogan pragmático, proyectado en un fondo en blanco y negro: “Fets, no paraules” (hechos, no palabras).

Suena mejor Don’t Stop Me Now. O le suena mejor a Iceta, cuya última victoria en las primarias catalanas del pasado 22 de octubre ha sido tan estrecha —700 votos— como meritoria, toda vez que Núria Parlon se antojaba una rival perfecta, tanto en la inercia benefactora de las mujeres líderes como en el relevo generacional, la corpulencia política y la experiencia de gobierno en el Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet.

Discreparon con mesura durante la campaña, y coincidieron en la posición refractaria a la investidura de Mariano Rajoy. Y no sólo para seducir a sus respectivos votantes, sino por un ejercicio de coherencia que Iceta había llevado al extremo de un exorcismo en la Fiesta de la Rosa de Gavá.

Poseído parecía el líder del PSC. Tan poseído que el vídeo del 24 de septiembre se ha convertido en un fenómeno tan viral como el baile de Freddy Mercury o como las coreografías de Iceta a la gloria de Gloria Gaynor. “Pedro, ¡mantente firme! ¡Líbranos de Rajoy y del PP! Estamos a tu lado, estamos contigo. ¡Aguanta, resiste a las presiones!”.

Cuatro semanas después, Pedro no ha resistido a las presiones e Iceta persevera en la posición del no con todos los peligros que implica una guerra fría entre el PSOE y el PSC, sobre todo si la indisciplina de los socialistas catalanes al criterio abstencionista del Comité Federal incita la adhesión de otros diputados rebeldes —el propio Pedro Sánchez— y precipita el riesgo de la balcanización en la fragilidad del partido nodriza.

Es una posibilidad que el propio Iceta puede desdramatizar, entre otras razones porque su principal cualidad profesional —se la reconocen hasta los mayores adversarios— ha consistido en el arte de la negociación y en la flexibilidad característica de un político florentino e íntegro.

No hay manera de relacionar a Iceta con la corrupción ni de reconocerle ambiciones estrafalarias. Viene de buena familia. Se dedica a la política por vocación. Trabaja mucho y madruga poco. Y es homosexual.

Mencionarlo debería revestir el mismo interés social que su equipo de fútbol —a Iceta no le gusta el fútbol— o que su colonia favorita —Monsieur Li, de Hermès—, pero la omertà y la hipocresía de la sociedad española convirtieron en un acontecimiento que el actual líder del PSC confiara su condición sexual en un mitin celebrado hace 17 años en Barcelona. “Los gais luchamos para que un acto como este deje de ser noticia. Para conseguirlo tenemos que trabajar mucho, declararse hoy homosexual es más fácil que hace unos años. Hoy me declaro públicamente gay, pese a que siempre lo he sido. No es que salga del armario, sino que he bajado de la vitrina y me comprometo a apoyar y liderar el movimiento gay”.

La catarsis de Miquel Iceta requería un baile y una música. Ninguna más adecuada también entonces que el estribillo de Don’t Stop Me Now, haciendo de Iceta, el político normal, el señor ninguno, el reflejo transpirenaico de Hollande, un “hombre supersónico”.

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