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“Por lo menos ahora ya no nos matan”

En el quinto aniversario del cese de la violencia de ETA, la Guardia Civil sigue sin apenas poder salir de los cuarteles en el norte de Navarra

Cuartel de la Guardia Civil de Leiza, en Navarra.
Cuartel de la Guardia Civil de Leiza, en Navarra.Javier Hernández Juantegui

El cuartel de la Guardia Civil de Alsasua (Altsasu, en euskera) —el pueblo navarro donde el sábado pasado dos agentes recibieron una paliza— está cercado por una valla metálica de unos tres metros de altura. Focos y cámaras rodean el complejo, que se completa con las casas de los guardias y sus familias allí destinados. La valla de la casa cuartel de Elizondo, en el navarro Valle de Baztan, a unos 80 kilómetros, es todavía más alta. Y culmina con un alambrado de pinchos. Detrás están las viviendas, con los juguetes de los niños tirados por la hierba. Por momentos el lugar recuerda a un asentamiento, a una colonia a la que se le niega formar parte de la comunidad.

En Leiza (Leitza, en euskera) ni siquiera hay niños. El pueblo está todavía en Navarra, muy cerca de la frontera con el País Vasco. “Los que estamos aquí destinados no traemos a la familia. No tiene sentido, es traerlos a una vida muy incómoda, muy tensa. Así que lo que hacemos es juntar días libres e intentar ir a verlos cada mes o cada dos meses”. Lo cuenta un agente del cuartel de Leiza que pide no identificarse. Lleva nueve años en el pueblo y explica que, si bien sobre ellos no pesa ahora la amenaza de morir, su día a día dista mucho de ser algo normal. En opinión de estos agentes “lo de Alsasua del otro día podría haber pasado en cualquiera de estos pueblos. No nos resultó tan extraño”.

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Cinco años sin ETA

Se cumplieron este jueves cinco años desde que ETA anunció el cese de la violencia. Cinco años sin atentados que han rebajado la tensión en las áreas donde gobierna la izquierda abertzale. O, al menos, esa es la percepción generalizada. El ataque a dos guardias civiles la madrugada del pasado sábado volvió a poner el foco sobre los pueblos del norte navarro. ¿Se ha recobrado la normalidad? ¿El fin de la violencia etarra ha devuelto la tranquilidad a los agentes allí destinados? Un recorrido por los valles del norte de la comunidad foral cinco años después lo pone en duda.

“A ver, esto comparado con hace 15 años está muy tranquilo. Tampoco seamos tan negativos”. Habla Francisco Moreno, vecino de Elizondo. Elizondo es la capital del Valle de Baztán, un municipio donde EH Bildu lleva encadenadas varias legislaturas. Pasea Francisco por el centro del pueblo, una cuidada localidad llena de caseríos y turistas donde hoy luce el sol.

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“Ahora está más tranquilo que con ETA. Los agentes pueden dar un paseo por el pueblo y algunos guardias jóvenes juegan al fútbol sala con los chavales de aquí. La cosa ha cambiado mucho”, dice Francisco. Un pequeño recorrido siguiendo al todoterreno de la Guardia Civil permite ver que algunos vecinos saludan a los agentes con naturalidad.

Las dudas sobre la mejoría aparecen ante la negativa de cualquier guardia civil a hablar. Ninguno quiere pronunciarse. Una agente dice: “No queremos estropear la convivencia con los vecinos, preferimos no añadir nada sobre esta situación”. El escenario de convivencia se revela de pronto como un equilibrio delicado.

Una pancarta en el centro de Leiza pide la salida de la Guardia Civil del pueblo.
Una pancarta en el centro de Leiza pide la salida de la Guardia Civil del pueblo.Javier Hernández Juantegui

Jose es el nombre ficticio de otro vecino de Elizondo, en esta ocasión un joven que toma un refresco con un amigo en la terraza de un bar. “Claro que las cosas están mucho mejor. ¿Ves a este chaval? —pregunta señalando con la cabeza a su amigo, que luce flequillo y pendientes de aro en las orejas— Pues es hijo de Guardia Civil. Y no pasa nada”. Luego el joven añade. “Está claro que hay bares y horas a los que ellos [los guardias civiles] no van. Que es mejor que no vayan. Pero hoy en día de verdad que no tenemos ningún problema”.

Elizondo albergó no hace tanto algunos de los episodios más tensos de la violencia callejera abertzale. En 1995, con motivo de la celebración del Borroka Eguna (“día de la lucha”, en euskera), cientos de jóvenes protagonizaron altercados y arrojaron cócteles molotov contra sucursales bancarias, comercios y agentes de la Guardia Civil. El incidente se recoge en el libro ‘Relatos de Plomo. Historia del terrorismo en Navarra’. La obra muestra la extensa hoja de servicios de la ‘kale borroka’ en la capital del Baztan, incluidos paquetes bomba, coches destrozados y hasta ataques al cuartel de la Guardia Civil con granadas.

“De aquí no salimos”

Una carretera retorcida en curvas comunica, a través de las montañas, Elizondo con Leiza. En el pueblo donde se rodó parte de la película ‘Ocho apellidos vascos’ gobierna EH Bildu y sus calles están cubiertas de carteles y pancartas. Algunas de ellas reclaman la independencia para Euskal Herria, otras piden el acercamiento de los presos aterras y un tercer tipo exige a los guardias civiles que se vayan del pueblo. Hay hasta una en inglés dirigida a los agentes: “Go away from here”, colgada en la rotonda de entrada al pueblo.

"No se me ocurre ir a un bar del pueblo a tomar una caña. Ni siquiera vamos a hacer la compra"

Un agente castellanoleonés que llegó a Leiza antes del cese de la violencia abre la puerta del cuartel. Se trata de un edificio rural situado a las afueras del pueblo. Una gran bandera de España ondea con el viento. “Está claro que ahora ya no tenemos la amenaza de morir, pero queda muchísimo por delante para normalizar nuestro trabajo aquí”, cuenta tras pedir no ser identificado.

“Del cuartel no salimos prácticamente nunca. Vamos a hacer la compra a una gran superficie o a tomar un café a un bar aquí pegado. Pero no podemos ir a una tienda del pueblo y mucho menos salir por la noche”, explica. “Si vas por ahí, lo mínimo que te va a pasar es que te van a cantar algo o a insultar. El de la tienda te va a hablar mal y la gente te va a hacer sentir una hostilidad increíble. Siendo así, pues mejor nos quedamos aquí metidos”.

En Leiza mataron en el año 2002 al guardia civil Juan Carlos Beiro. El agente se disponía a retirar una pancarta contra la Guardia Civil que escondía 15 kilos de explosivo. Otros tres agentes resultaron heridos en aquella trampa.

“Hoy al menos sabemos que debajo de todos los carteles que piden que nos vayamos no hay bombas”, retoma otro agente del mismo cuartel. “Lo que hacemos aquí es intentar acumular días libres para irnos a ver a la familia porque nadie la trae. Meter a tu hijo en un colegio o un instituto aquí sería hacerle la vida imposible. Sería siempre ‘el hijo de”.

Mural en el centro de Elizondo, en Navarra.
Mural en el centro de Elizondo, en Navarra.Javier Hernández Juantegui

En el cuartel de Leiza hay 14 agentes. Ninguno es vasco ni navarro. Son gallegos, castellanoleoneses y andaluces. “Escuchamos que la situación se ha normalizado. ¿Comparado con qué? —se pregunta—. ¿Con antes de ETA? Hombre, pues sí. Pero compara nuestro día a día con el de un agente de Extremadura. Nosotros no podemos ni salir a cenar. Hay gente que se nos acerca con discreción y nos dice: "Oye, perdona que no te saludara el otro día, pero es que había más gente delante. Sigue habiendo miedo a relacionarse con nosotros, por eso no podemos integrarnos. De normalidad esto no tiene nada”.

“¿Vida normal los guardias aquí? No, no. Ni de coña. No van a bares ni hacen nada. Son muy discretos”

Tal vez por ello, ni a estos agentes ni a sus compañeros, el ataque a dos guardias civiles el pasado sábado en Alsasua les pilló por sorpresa. “A mí no se me ocurriría ir a tomar una copa de noche. No se me pasa por la cabeza. Porque puede pasar lo del otro día”.

Asegura el gobierno a través del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que la paliza no fue un acto de ‘kale borroka’, sino un presunto delito de odio. “Si hubiera sido hace cinco años le hubieran llamado ‘kale borroka”, dice un agente. “Pero ahora toca llamarlo de otra forma”.

Un vecino de Leiza que pasea frente al cuartel y que, de nuevo, pide no dar su nombre, es bastante claro cuando da su opinión sobre el asunto. “¿Vida normal los guardias aquí? No, no. Ni de coña. No van a bares ni hacen nada. Son muy discretos”. ¿Podría pasar lo de Alsasua aquí? “Según a qué bar y a qué hora vayan, sin duda”. Después, el joven añade: “Hay bares aquí que no podrían entrar. Es que no pueden entrar”, remarca. “Pero no son tontos. No lo intentan”.

A tan solo una calle del cuartel está la Taberna Torrea, el bar que sirve como punto de encuentro para los vecinos más radicales de Leiza. La cercanía permite leer a un lado de la calle el lema ‘Todo por la patria’ y al otro ‘Euskal Presoal Etxera (presos vascos a casa)’. El contraste es todavía más llamativo entre las paredes de ambos establecimientos, separados por una decena de metros. En la Taberna una pancarta pide la expulsión de los guardias civiles. En la entrada del cuartel, una placa recuerda al guardia civil Juan Carlos Beiro, que murió cuando retiraba una de esas pancartas.

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