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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Antisistema

En su plan de erosionar al PSOE, Podemos juega la baza de desmantelar, para ganar votos, un frágil Estado democrático

Antonio Elorza

En un artículo de M. A. Hidalgo en Letras Libres he leído la siguiente definición del populismo: “El populismo responde al uso de mensajes sencillos basados en hechos falsos o altamente simplificados en busca de una confrontación con un tercero, y con el objetivo de aunar voluntades con las que alcanzar el poder”. En este útil cajón de sastre tienen cabida fenómenos políticos diversos, de derecha y de izquierda, desde los promotores del Brexit Beppe Grillo, desde las nuevas derechas germanas a Podemos. Solo que sus fronteras resultan estrechas para dar cuenta de proyectos y formas de hacer política que desbordan hoy los límites del populismo, aunque le tomen prestada la voluntad de encabezar la movilización del sujeto que en tiempos de Ortega era llamado “las masas” para alcanzar el poder.

Al observar las políticas desarrolladas, desde distintos ángulos, por Donald Trump en Estados Unidos, Nicolás Maduro en Venezuela o Vladímir Putin en Rusia, por lo que toca a las relaciones internacionales, salta a la vista que en sus actuaciones una y otra vez sustituyen la competición democrática por la agresión al otro, vulnerando sistemática e intencionadamente las reglas de juego del sistema político. Incluso cuando, como en Venezuela, las mismas hayan sido obra del chavismo.

Estamos así ante un asalto en orden disperso a la democracia y al Estado de derecho como en los años de entreguerras. Trump aún no ha podido desplegar su brutalidad, pero Maduro y Putin, en sus respectivas esferas, están haciéndolo sin reservas; incluso, en el caso del presidente ruso, cometiendo crímenes contra la humanidad —bombardeo de Alepo— por el simple motivo de exhibirse como primera potencia.

La indignidad acompaña siempre a este tipo de políticas agresivas. También a quienes las apoyan. Pablo Iglesias, insistente antes proponiendo contar con Putin en la solución de Siria, y ahora callado como un muerto ante las acciones criminales del ruso. De hecho, su evolución —desde el fracaso de su intento de dominar desde dentro el Gobierno— se desliza cada vez más hacia el marasmo antisistémico, donde lo único claro es su intento de erosionar/captar al PSOE, aunado con la voluntad de jugar a fondo la baza de desmantelar, por ganar votos, un frágil Estado democrático. Como en Trump o en Maduro, nunca hay argumentos, solo consignas cien veces repetidas —el “derecho a decidir”— y provocaciones, como la del 12 de Octubre, capitaneando una carga de sus mesnadas contra los símbolos constitucionales. Solo faltaba la invocación al espíritu de la Guerra Civil, el regreso a las trincheras, cuando Iglesias bien sabe que en las suyas (que son las mías) no solo había heroicos luchadores, sino también criminales. ¿Volvemos al 36?

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