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De las primarias al suelo electoral

Sánchez acumula en dos años el mayor número de derrotas históricas de la organización

Javier Casqueiro
SCIAMMARELLA

Lo tenía todo y todo se esfumó casi con la misma rapidez con la que llegó y se coronó en el poder. En muy poco tiempo, apenas año y medio, Pedro Sánchez pasó en 2013 de buzonear currículos para buscar trabajo tras quedarse en el paro y apeado de las listas al Congreso a resultar, casi por carambola, a secretario general del PSOE en la primavera de 2014. En mucho menos transitó de ser un diputado de base a postularse como líder, concitar extraños y contradictorios apoyos entre los distintos barones enfrentados y luego a ganar la secretaría general del partido en las primeras votaciones de primarias abiertas del PSOE. Mucho menos tardó en dilapidar aquellos apoyos estratégicos tras reivindicar con arrojo y sin ninguna atadura ideológica o personal su total independencia de sus teóricos aliados.

Pedro Sánchez (Madrid, 44 años, economista) supo desde muy joven que quería hacer carrera y mandar en la política y en el PSOE. En algunas entrevistas ha contado que se dio cuenta enseguida en Bruselas de que quería ser el protagonista que tomara las decisiones en su etapa como asesor del Alto Representante de Naciones Unidas en Bosnia, el español Carlos Westendorp, durante la Guerra de Kosovo. Quería mandar y optó desde muy pronto por situarse cerca de algunos candidatos, durante su época de concejal en Madrid, o más tarde de los dirigentes que controlaban el aparato del PSOE en Ferraz en la era de José Luis Rodríguez Zapatero.

¿Un hombre de Blanco?

No fue, desde el inicio, uno de los hombres de José Blanco, el entonces todopoderoso secretario de Organización. Estaba en el equipo de Jordi Sevilla, el responsable del área económica. Fue Óscar López, el número dos de Blanco, el que le fichó para trabajar con el equipo electoral y de organización. Acudió entonces a muchas campañas para hacer números, programar actos, estar cerca de los que tomaban decisiones y aprender.

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Tras no ser incluido en las listas en las elecciones de 2011, que encabezó Alfredo Pérez Rubalcaba, accedió después al escaño en sustitución del exministro Pedro Solbes por la circunscripción de Madrid como hizo en enero de 2013 cuando abandonó el puesto la exministra Cristina Narbona. Sánchez siempre estaba allí y se hizo un hueco entre los subalternos de Blanco, con el que intimó hasta el punto de pasar vacaciones familiares juntos en la nieve.

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Entre 2013 y 2014, Sánchez se dejó ver por el Congreso, fue premiado como diputado revelación y empezó a recorrer agrupaciones locales por toda España. Sin ningún apoyo. Por libre. Algunas veces los responsables de esas federaciones le recibían y otras no porque le minusvaloraban. No se arredró. Aquel PSOE de Rubalcaba tampoco levantaba cabeza en las urnas tras obtener siete millones de votos (28,7%). En las europeas de 2014 volvió a sumar un mal resultado, Rubalcaba dimitió y anunció que su relevo sería elegido por primera vez en primarias abiertas a la militancia.

Sánchez se lanzó al ruedo y ofreció su candidatura. Los barones y dirigentes más relevantes no le tomaron muy en serio porque apostaban mayoritariamente ya entonces por la andaluza Susana Díaz, que no se atrevió a dar el salto a la política nacional.

Cuatro días antes de proclamar Sánchez su candidatura, en junio de 2014, un grupo de dirigentes socialistas fueron convocados por Zapatero en un hotel a las afueras de Madrid. Acudieron Susana Díaz, el valenciano Ximo Puig y el madrileño Tomás Gómez junto con Sánchez. Acordaron el reparto. Según fuentes directas conocedoras de la reunión, el compromiso implícito de la cita consistía en apoyar a Sánchez frente al vasco Eduardo Madina a cambio de que no se plantease internamente ninguna discusión o debate sobre la candidatura a la Presidencia del Gobierno hasta un año más tarde, después de las municipales y autonómicas de mayo de 2015.

Un fracaso tras otro

La carrera de Pedro Sánchez como máximo responsable del PSOE no suma más que fracasos históricos. En las seis citas con las urnas en este periodo, el PSOE ha batido su récord de suelo electoral. En las elecciones andaluzas anticipadas de marzo de 2015 el PSOE ganó, se quedó sin mayoría absoluta y bajó al 35,4% (cuando había llegado hasta el 50,4% en 2004). En las municipales y autonómicas de 2015 se quedó en el 25% (el tope había sido el 43% en 1983) pero se recuperaron con pactos en autonomías como Extremadura, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana, Aragón y Baleares. En las generales del 20-D, el PSOE descendió a 90 escaños (22%, casi siete puntos y un millón y medio de papeletas menos que Rubalcaba en 2011) y el 26-J volvió a hundir esa marca hasta 85 diputados y 120.000 votantes menos. El suelo se ha tocado otra vez el 25-S en Galicia y Euskadi.

Participaron 130.000 afiliados (67% del censo) y Sánchez fue elegido en primarias directas por 62.000 militantes (49%) frente al 36% que logró Madina. Sin embargo, tras ese verano, en septiembre de 2014, Sánchez anunció en su primer comité federal que su intención era presentarse a la Presidencia del Gobierno. Sus antiguos aliados se sintieron traicionados.

Zapatero constató, al poco tiempo, que Sánchez tampoco respetaba su reforma exprés del artículo 135 de la Constitución pactada en 15 días con Rajoy para asegurar el cumplimiento del déficit cero. Sánchez apoyó una iniciativa de IU para derogar ese punto. El PSOE, que ya había abonado los costes de la defensa y los abogados de Blanco por el escándalo del caso Campeón, insinuó que se estaba replanteando ese gasto. Gómez, que había bromeado con Sánchez durante la reunión del hotel con que algún día le decapitaría, fue apartado a las bravas en febrero de 2014 de su candidatura en Madrid por Ángel Gabilondo y relevado en el PSM por una gestora que le dejó sin llaves de la sede. Zapatero, Blanco, Díaz, Gómez rompieron puentes y guardaron los agravios en su memoria.

Sánchez, que se sentía acosado y cuestionado, fue relegando sus charlas y llamadas con Rubalcaba (con el que había preparado debates de la nación) y hasta con Felipe González, que había frenado la anteriores navidades los primeros ímpetus de Susana Díaz por asaltar Ferraz.

Felipe González tuvo un encuentro con Sánchez el pasado 29 de junio y sostiene que éste le adelantó que se abstendría en la segunda votación de investidura de Rajoy. No lo hizo. González escribió un artículo defendiendo esa postura y luego se sintió engañado. No han vuelto a hablar.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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