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Podemos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una crisis de adolescencia

La tan anunciada crisis de identidad de Podemos se ha hecho carne y se trata de un episodio más de la representación política.

Josep Ramoneda
Pablo Iglesias durante un mitín en Vigo.
Pablo Iglesias durante un mitín en Vigo. OSCAR CORRAL

Vía Twitter, como corresponde a los tiempos que corren, la tan anunciada crisis de identidad de Podemos se ha hecho carne. Iglesias contra Errejón o viceversa. El modelo se repite: socialdemócratas y bolcheviques, moderados y revolucionarios, reformistas y radicales, eurocomunistas y leninistas. En el pasado, en contextos revolucionarios, las consecuencias de estas peleas podían ser trágicas. Hoy se trata de un episodio más de la representación política. Es la crisis de adolescencia de Podemos, imprescindible para el crecimiento de un partido que se quiso hacer mayor demasiado deprisa.

El intercambio de mensajes entre el compañero Pablo y el compañero Íñigo define muy bien los términos del debate. “Hablando claro y siendo diferentes seducimos más”, dice Pablo Iglesias. Es cierto que la piel de cordero le sentó mal en la campaña de junio. Se evaporaron cerca de un millón de votos. Unos castigaron el exceso de moderación, pero otros (confundidos además por las encuestas) la interpretaron como anuncio de que iba a gobernar. Y les pareció demasiado pronto. No se acababan de fiar. Errejón apunta bien: “El reto es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre pero todavía no confía en nosotros”.

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La operación seducción que Errejón propone pasa por romper tabús. Con alianzas en los distintos territorios, Podemos ha conseguido conectar con los nacionalismos periféricos. Pero quedan otros tabús pendientes. Por ejemplo, el del electorado de la derecha. Sin duda hay un voto conservador irreductible incapaz de ver más lejos del PP que le votará siempre por mucho que robe. Pero entre los millones de votantes de la derecha seguro que hay gente que detesta la corrupción, que lo pasa mal, que puede coincidir en muchas cosas con los votantes de la izquierda.

¿Por qué están ahí? ¿Alguien ha intentado averiguarlo y acercarse a ellos? También lastra a Podemos cierta presunción de superioridad moral que irrita al electorado socialista. Seducir y no estigmatizar: el juego de buenos y malos siempre estrecha el campo. Saber dirigirse a aquellos que no se sienten interpelados por Podemos, que les miran con recelo, sensibles a la propaganda oficial, o incluso que se sienten despreciados por ellos.

Si se quiere representar a las clases populares no se puede estigmatizar a una parte de ellas. Los tiempos de Errejón y de Iglesias son distintos. Errejón es corredor de fondo. Iglesias ha construido su liderazgo sobre una trabajada imagen mediática que es por definición fugaz. Iba como un tiro y necesitaba dar en la diana a la primera. El efecto arrastre funcionó hasta que Iglesias vio cerca la meta y cambió de tono. Si después del 20-D hubiesen dejado gobernar al PSOE, quizás habrían ganado un tiempo precioso para convencer, desde la oposición, a una parte de los que se resisten

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