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Lo primero, evitar las terceras

De la abstención del PSOE depende evitar el desastre de unas nuevas elecciones

El secretario general del PSOE en un acto de campaña en Ourense.
El secretario general del PSOE en un acto de campaña en Ourense. Oscar Corral (EL PAÍS)

Lo malo de tener una idea es que sea solo una, y además inmodificable: blindada frente al contacto o la confrontación con otras ideas o argumentos. En el caso de Pedro Sánchez y su círculo más próximo, esa idea es que, siendo el PSOE la alternativa al Gobierno de Rajoy, es imposible que pueda contribuir a su continuidad al frente del Gobierno. Es un argumento a tener en cuenta para entender a los militantes socialistas, pero insuficiente para justificar la persistente negativa a facilitar mediante su abstención el desbloqueo de la situación.

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Porque estamos ante una grave emergencia de país que no solo pone en cuestión el futuro de un partido o de un programa, sino la credibilidad y continuidad del sistema democrático. La mentalidad de idea única, vendida como ejemplo de coherencia con acento épico, lleva a considerar que la prioridad es impedir que siga Rajoy y a ello se supeditan otras consideraciones más ampliamente compartidas, como la de evitar una nueva repetición de elecciones. Posibilidad que es rechazada por siete de cada diez españoles según el sondeo de Metroscopia del domingo pasado, coincidente en esto con otras encuestas recientes.

Unas terceras elecciones en un año por incapacidad para soldar los pactos necesarios no solo afectaría al prestigio de España sino que tendría costes económicos y políticos, sobre todo en términos de inestabilidad; y su celebración no garantizaría unos resultados que abrieran una salida realista. La más obvia es la abstención de al menos 11 diputados socialistas. Algo que seguramente ya habría ocurrido si la votación fuera con urna y papeleta.

En general se argumenta que sería preferible que esa abstención fuera negociada, de forma que incluyera contrapartidas que están en el programa del PSOE, lo que la haría más digerible para sus militantes. Pero hay razones para sospechar que eso daría al acuerdo una dimensión de pacto político estable que no se corresponde con una decisión puramente funcional (abstención técnica, se le llamó en su momento) para desencallar la situación.

Felipe González aconseja a Sánchez que, si no es capaz de articular una mayoría alternativa viable, no se oponga a que gobierne Rajoy como cabeza de la lista más votada. No parece una ocurrencia personalista, porque lo mismo sugirió a Rajoy en vísperas del intento de investidura de Sánchez. Tampoco lo es la propuesta de aceptar abstenerse si Rajoy es sustituido por otro candidato del PP. El argumento es el uso democrático de la dimisión del presidente cuando pierde la confianza de la Cámara en un asunto importante. Y Rajoy la ha perdido en la de su ensayo de investidura.

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Pero también ha ganado las dos elecciones últimas. Sería desfigurar sus resultados exigir como condición sine qua non para abstenerse un cambio de candidato. Y más cuando en las del 26-J no solo se juzgaba la gestión presidencial sino las alternativas de pactos de cada candidato en los meses anteriores. Es cierto, sin embargo, que una retirada voluntaria del candidato popular, pactada con su partido, facilitaría un acuerdo aunque solo fuera para evitar las terceras elecciones. Sin ignorar que sería a la vez una forma elegante de asumir responsabilidades políticas por escándalos como el del caso Soria y los que aguardan.

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