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Antes de las elecciones, las elecciones

Los comicios vascos y gallegos abren una tregua que coloca a Rajoy en posición de precaria ventaja para una segunda intentona

Mariano Rajoy durante la segunda votación de Investidura de este viernes.
Mariano Rajoy durante la segunda votación de Investidura de este viernes.Daniel Ochoa de Olza (AP)

La ingenuidad de la Constitución respecto a los accidentes de las investiduras fallidas explica la incertidumbre que comportan las próximas semanas. ¿Ha decaído Mariano Rajoy como candidato? ¿Puede agotar los dos meses y, por tanto, su mandato expira cuando él mismo proclame la incapacidad de intentar un nuevo Gobierno? ¿Consumado el fracaso del 2S, puede otro candidato postularse a una alternativa?

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Discrepan los juristas al respecto, pero unas y otras fuerzas políticas han establecido una insólita tregua amparándose en la oportunidad o en el oportunismo de las elecciones vascas y gallegas. Llegar a acuerdos nacionales ahora con los partidos implicados en ellas —especialmente los nacionalistas— condicionaba en exceso los humores de la campaña, del mismo modo que la aritmética posterior en los Gobiernos de Euskadi y Galicia predisponen acuerdos de investidura en Madrid.

Dos ejemplos: el PNV, tan reacio ahora a la investidura de Rajoy, podría necesitar al PP para conservar la lehendakaritza, mientras que la constelación de la izquierda gallega y nacionalista, aún no liderada por los socialistas, demostraría a expensas de Núñez Feijóo que es posible una alternativa polifacética a la hegemonía popular.

Después de Rajoy, Rajoy

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Mariano Rajoy ha elegido el camino de la perseverancia, asumiendo como suyos estos dos meses de plazo que no son realmente suyos. Le beneficia en este sentido el autismo del PSOE. Y también lo hace la pretensión de convertir septiembre en un argumento de presión a los socialistas, especialmente si termina produciéndose en Ferraz la convocatoria de una comité federal extraordinario. Rajoy espera que el PSOE "evolucione" de la negación hacia la abstención. En caso contrario, no preocupa demasiado a los populares la repetición de unas elecciones generales. Mejoraron sus resultados en junio, podrían superarlos aún más en diciembre. Más aún "vendiendo" a los electores el esfuerzo sobrehumano de la investidura truncada y los guiños aperturistas a otras fuerzas.

El PP... sin Rajoy

Consumada la investidura fallida de Rajoy, el PSOE está obligado a explicar cuál es la solución milagrosa que existe entre el "no" al líder popular y el rechazo a las elecciones generales. Una posibilidad consiste en ponerle precio a la abstención. Y sería un precio muy alto, con dos variantes de envergadura. La primera, recomendada por González, consistiría en exigir la cabeza de Rajoy, aprovechando incluso las dudas que expresó Albert Rivera en su discurso de este viernes y la sorpresa de la caducidad del acuerdo de Ciudadanos. La segunda radicaría en consensuar la abstención, deslegitimando la autoridad de Pedro Sánchez, de tal manera que el propio secretario general se expondría al escarmiento de una moción de censura interna. ¿Estaría obligado a abdicar? ¿Habría cambio de líder?

El acuerdo Frankenstein

La eventual capitulación de Mariano Rajoy podría dejar espacio a una alternativa, pero el plan B requiere suficiente credibilidad y aritmética como para que el jefe del Estado intervenga para alentarla. Es la pretensión de Pablo Iglesias; el problema es que la propuesta del líder de Podemos requiere la implicación contra natura de fuerzas políticas conservadoras, soberanistas y de extrema izquierda. La amalgama convierte en bastante inverosímil que Pedro Sánchez se anime a liderarla pese a las insinuaciones que hizo en su intervención del viernes, entre otras razones por la animadversión del propio partido a Iglesias y a las formaciones rupturistas.

Elecciones invernales

Que pueda haber elecciones en diciembre se antoja más probable que ninguna otra opción. Y que sean en el símbolo familiar del 25 de diciembre podría evitarse con una reforma de la ley electoral destinada a la abreviación de la campaña.

Parecen las elecciones una solución aberrante porque implica la negligencia de la clase política y porque no se esperan siquiera variaciones significativas —el último sondeo del CIS describe un escenario casi idéntico al actual—, pero la realidad es que los estrategas del antiguo bipartidismo las perciben con cínico alborozo. Los populares miran hacia arriba desde el rebote del 26J. Los socialistas creen que unos nuevos comicios abrirían mayores distancias con Podemos.

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