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La banda sonora de la costa cántabra

Las palas se han convertido en una seña de identidad de los 284 kilómetros de costa de la región

Un grupo observa una partida de palas en el Sardinero, en Santander.Foto: reuters_live | Vídeo: Esteban Cobo
Hugo Gutiérrez

El litoral cantábrico se caracteriza, además de por el agua fría, casi helada dirían algunos, por el sonido de las palas cántabras. El repalateo constante de los cerca de 750 jugadores —sin contar a los turistas— que juegan en los 284 kilómetros de costa de la región, según las asociaciones de palas, ya forma parte del entorno. Entre ellos está Alfredo Fraile, de 67 años, conocido como el abuelete. En julio de 2000 jugó incluso con el equipo estadounidense de tenis para la Copa Davis, entre los que estaba John McEnroe. Decidieron probar las palas, aunque desistieron al primer golpe de Fraile: “Esto no es para nosotros”, aseguraban los tenistas entre risas.

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El sonido resulta llamativo para los turistas y armonioso para los palistas, como se conoce a los jugadores. A otros bañistas, sin embargo, les resulta molesto. “Cuando voy a la playa me gusta relajarme y disfrutar de la tranquilidad, no a escuchar el ruido constante de la pelota contra la pala”, se sincera Clementina Anuarbe, cántabra de 56 años. Otros como Marta Calleja, de 26, reconocen que ya están acostumbrados a ese sonido: “No me disgusta. Forma parte de nuestra costa”. De entre los vecinos de la zona, no se conocen quejas por el ruido. Esto se debe a que las viviendas más cercanas al mar tienen el paseo marítimo y una calle por medio, lo que dificulta que el sonido llegue hasta las casas.

El abuelete, ajeno a este debate, sigue fiel a su cita y cada mañana juega con sus compañeros en la playa de El Camello, en Santander: “Después de repartir la prensa [regentaba un quiosco y ahora hace el reparto a los suscriptores], voy y juego una hora y media, sea invierno o verano”. Jaime Tella, directivo de la asociación deportiva de palas El Camello, asegura que es muy difícil parar sus bolas: “Conserva mucha fuerza y tiene una técnica que no la tiene casi nadie”. El juego, que nació en Santander hace un siglo como una alternativa económica al tenis, no deja ganadores ni vencidos. Su única meta es divertirse con los amigos y hacer ejercicio.

Los casi tres kilómetros que hay en El Camello, La Magdalena y El Sardinero son los más frecuentados por los jugadores. Allí se mezcla el repalateo continuo con el sonido de los niños y el romper de las olas. Del mismo modo, en esta zona es donde más curiosos se detienen a inmortalizar el momento con sus móviles y cámaras de foto con gestos de admiración. Una escena parecida a la que se ve en las playas de Rio de Janeiro (Brasil) con el vóley-playa. Para los residentes en Santander, como Manuel Gutiérrez, presidente del club de palas la Grúa de piedra, el golpeo rítmico de las bolas es el sonido y la imagen del litoral de la región: “pah, pah, pah, pah [imitando el soniquete del golpeo]”; para los foráneos, un espectáculo deportivo diferente.

El Ayuntamiento de Santander, en cuyo litoral se concentra la mayoría de jugadores, acota en la parte más alejada del mar una zona para el juego de las palas durante los meses de verano, explica un portavoz del Consistorio. El resto del año, se puede practicar en cualquier parte de la costa. Esto no siempre ha sido así, ya que hasta finales de los ochenta el juego estaba prohibido en las playas de ciudad de Cantabria. “No tenemos restricción horaria, aunque el Ayuntamiento sí nos exige un seguro de responsabilidad civil”, cuenta Tella. Este seguro cubre a jugadores y personas que puedan ser golpeados con la bola.

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El juego, que se puede practicar entre dos y hasta cinco jugadores, consiste en golpear una pelota con fuerza e intensidad durante el mayor tiempo posible. Lo más común es que se juegue entre cuatro, por parejas. Los jugadores se colocan a una distancia de entre siete u ocho metros y con palas de madera maciza que pesan entre 500 y 700 gramos. Se reparten dos roles: unos son los pegadores, que golpean la pelota de forma plana y con fuerza; y otros son los paradores, que se encargan de recibir la pelota y devolverla al próximo jugador. “La bola es de tenis, preferiblemente de entrenamiento, por la fuerza que coge y el sonido que tiene. Pin, pan, pin, pan [emulando el sonido que se hace en el juego]”, explica Tella.

Palistas en la playa del Sardinero.
Palistas en la playa del Sardinero.E. Cobo

Para María Isabel Pérez, hija de uno de los primeros jugadores conocidos (Mariano Pérez), las palas cántabras son la vida de su familia. Su padre jugó hasta los 83 años y su hermano, que ahora tiene 78, todavía lo hace. Las palas siempre han sido la compañera de viaje de la familia, fuesen a la playa o no. “Una vez en San Roque de Riomiera (Cantabria), frente al mercado de los domingos, jugamos mi padre, mi hermano, mi marido, mi cuñada y yo en unas casas derruidas. Todo el mundo fue a vernos jugar… parecía un partido de tenis”, recuerda.

Pérez asegura asimismo que el sonido es inconfundible: “Es la música de fondo de nuestras playas. Nuestro litoral se puede reconocer con los ojos cerrados”. Entre los habituales del cantábrico, en invierno y verano, hay palistas de ambos sexos y de todas las edades. Antes eran pocas las jugadoras, pero ahora está casi al 50%, según Fraile, que a pesar de sus 67 años no es de los más veteranos. “En la asociación del camello tenemos jugadores desde los cinco hasta los 80 años”, concluye Tella.

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Sobre la firma

Hugo Gutiérrez
Es periodista de la sección de Economía, especializado en banca. Antes escribió sobre turismo, distribución y gran consumo. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS tras pasar por el diario gaditano Europa Sur. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, Máster de periodismo de EL PAÍS y Especialista en información económica de la UIMP.

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