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La mancha

El presidente siente que su cosecha de votos es el equivalente funcional a un perdón público

Fernando Vallespín
Mariano Rajoy antes de la rueda de prensa que ha ofrecido tras su reunión con el líder de Ciudadanos.
Mariano Rajoy antes de la rueda de prensa que ha ofrecido tras su reunión con el líder de Ciudadanos.EFE
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Nos guste o no, la política es el ámbito en el que mejor se mueve el malmenorismo. En estos momentos lo estamos viendo con nuestra accidentada formación de Gobierno. Entronizar de nuevo a Rajoy aparece así como un mal menor ante la perspectiva de nuevas elecciones. ¿Qué tiene de malo, dirán algunos, que sea investido el actual presidente en funciones si, en definitiva, ha sido votado por un tercio de los electores y no parece viable una alternativa distinta?

En cualquier otro país no habría, desde luego, grandes dificultades para hacerlo. Aquí, sin embargo, la cosa es distinta. Y lo es por la carga simbólica que representa el dar vía libre a quien, por su posición en el partido, acoge en su persona la responsabilidad de no haber reaccionado políticamente ante indecibles casos de corrupción.

Solo así cabe interpretar las condiciones previas impuestas por Ciudadanos, dirigidas más a blanquear éticamente el sistema que a negociar con detenimiento un programa de Gobierno. Para esto último no debería haber excesivos problemas entre esos dos partidos tan afines. La cuestión no es, pues, de naturaleza ideológico-política, sino de moralidad.

Otro tanto ocurre con la negativa socialista para facilitar la abstención, que se mueve más en el espacio del absolutismo moral kantiano que en el del pragmatismo político. La idea es bien simple: si hacemos el juego a este PP, podemos acabar “contaminados” por el liderazgo de un partido que no ha sabido o no ha querido hacer frente al peor mal de nuestro sistema político.

No les falta razón. No hay regeneración política posible sin una limpieza previa de hábitos que son los máximos responsables de la alienación de los ciudadanos hacia sus políticos e instituciones. Sólo así cabe interpretar la sacudida producida por el proceso de cambio en preferencias políticas que se esconde detrás de la aparición de los partidos emergentes. No están ahí porque sí. Encarnan el deseo de acceder a otras formas de hacer política libres de las hipotecas anteriores, algo frente a lo cual han reaccionado ya otros partidos tradicionales... excepto el PP.

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Rajoy siente, sin embargo, que su importante cosecha de votos es el equivalente funcional de un perdón público, así que pelillos a la mar. Ahora lo importante es el “interés nacional” de tener un Gobierno y ha emprendido una estrategia de chantajear a los demás con los plazos, no de sentarse a negociar en serio. Ya no habría mancha que limpiar políticamente, que de eso se encarguen los tribunales.

Pero hay otra visión distinta del interés nacional. Quizá podría reducirse a algo tan simple como evitarnos la vergüenza que sentimos ante cada escándalo y exigir la rendición de cuentas políticas por una labor “normal” de Gobierno.Para hacerlo creíble parece imperativa una catarsis previa. Y eso pasa, me temo, por una renovación en profundidad del PP cuanto antes.

 

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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